Curvo el espacio, en un circuito de rotación de gravedad inconmensurable; que hable el cordero con la cenicienta, que le fabrique libelos entre la ventisca que genera su precaución, como hurgando en el ulterior de su ser: removedor de impurezas, de piedras huecas, de impermeabilidad.
Érase una vez un monolito, una roca tallada en memorias baratas, en sustancias mitológicas, en frases descoloridas; érase una vez un eclipse cuasieterno, en las vísperas de una guerra, con infinitos vínculos rotos en un solo "amanecer", en el destello perpetuo que germinó en las lágrimas del santo: un futuro donde los receptores y los emisores habitaban en la absoluta desconexión.
Las langostas, que de sus grilletes eran libres, ascendieron a la tierra en búsqueda del dicho impoluto, del señalado como limpio, aquel que era víctima de los impíos, de los escasos en compasión; escribieron en el testamento del difunto, estando cargadas de rencor: "El amor no es soberano si las piezas no encajan, si los astros no se alinean, si el anzuelo no pica. El amor es, en su significado, un cortejo de percepciones, de dramatización".
Obnubilados yacían, como fieras en las garras de Babilonia, expectantes de los tales embates que el instinto les hacía ver que recibirían, pronto hastíos quedarían, y entendiendo los ángeles que de cordura carecían, ellos les guiarían al matadero, a la sangre coagulada, a la descomposición: "Pretendamos ser infértiles y pulcros, el lucro no debe ser sustento de nuestro actuar. A sus almas debemos revocar, apartarlas del sendero de la filosofía, de la intelectualidad".
Llegado al punto de no retorno, los somnolientos hombres, pobres y desamparados, avanzaron en marcha, con las marcas en sus cuellos, encadenados en un espiral de utopía, aquel que repelía la consciencia en sus espíritus; cuando se exonera a alguien de usanza y hechura, solo puedes esperar manipularlo, dotarlo de tus férreas posturas, de tus inmutables creencias: liquidar todo sueño existente y bañarlos en fervor, en el pavor primigenio, en la desesperación.
El cielo vuelve a presentar luz, los dioses así lo quisieron, levantaron la capa de oscuridad que frívolamente atormentó a los pecadores, a los hacedores de mal. Entre tantos cadáveres, dos sobrevivientes se miraron a lo lejos, intercambiaron energías y se entrelazaron, corrieron a alcanzarse en la incertidumbre, en el nodo exacto de la dispersión; al no hallar correlación, se detuvieron, entendieron en el interior de sus corazones, que los temores eran más que un preludio, supieron que aquello era realidad en su cuento, en su fábula de apego, de afección; visionaron un fenómeno inexplicable: "El superlativo de rendición"...
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ANTOLOGÍA: RASGADOS DE NUREÑA
PoetryLos Libelos de Diego, los "Rasgados de Nureña", un camino de escritos que conectará sus mundos con el mío; con el arco final.