MONOTONÍA

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Al mirarte apreciaba esa delicadeza, esa sutileza siendo devorada por tu psique impredecible, esa que dictaminaba sentencia a tu cordura para darle descanso eterno.

Entonces, el oráculo se presentó ante mí y me dijo: "Dos hijos de Tánatos están destinados a recrear la Niebla de Londres en sus corazones"; ojalá haber entendido la profecía, pero mi mente mortal no tiene tal capacidad.

Me refugié en las sábanas amarillas, con mis pómulos rojos por el calor del día, con mis ropas tiradas en el suelo de mi habitación, proliferando hongos como mi subconsciente prolifera anatemas.

Semidesnudo, me paré hacia la sala, cogí el teléfono y la llamé —sin respuesta. Me eché otra vez, y sin darme cuenta, me dormí; doce horas dormí soñando con tu sonrisa.

Eran las 9:00 PM y no había comido nada, ya que no me importaba morir. Mientras cambiaba de canal, sin sentido o razón aparente, el timbre de mi casa sonó desenfrenado; ello me decía que el sufrimiento era la causa de tan estruendoso bullicio.

Al abrir la puerta, la vi, lloraba como nunca; qué infeliz me sentí. Me abrazó para luego decirme con una voz frágil: "Simplemente no me dejes, tú no me abandones por favor. No me olvides, no me saques de tu corazón". Entonces recordé las palabras del oráculo y la miré con impotencia para luego contestarle: "Yo también quiero morir".

Ella me observó y la aprecié detenidamente, el tiempo se detuvo para mí; fue cuando regresé a la realidad que me di cuenta de la verdad: "Tánatos asesinó a Eros para que uno de nosotros desaparezca".

Cuando me descuidé, cuando aparté la mirada..., un segundo bastó para que ella acabe con su vida; al separarse de mi cuerpo, cogió el cuchillo de su bolsillo y se suicidó... Sus últimas palabras fueron: "Perdón, soy tan poca cosa... Adiós".

ANTOLOGÍA: RASGADOS DE NUREÑADonde viven las historias. Descúbrelo ahora