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— ¡Aquino! Aquino, oye Aquino, ¡espera!
El chico mudo no parecía querer aflojar el paso.
Y de nuevo, no sabía porque huía.
Quizás porque estaba demasiado avergonzado, porque tenía miedo, pero no sabía de qué.
— Aquino — Duxo tomó su muñeca y lo hizo voltear, frenando su paso apenas un metro de su habitación.
Sus ojos se encontraron y la mente de Duxo se quedó en blanco, ya ni siquiera se acordaba de lo que iba decir, de lo que había practicado.
El castaño ojos miel ladeó su cabeza, su cabello alborotado cayó un poco frente a sus ojos.
— Yo... — comenzó a balbucear, sin saber cómo seguir — había preparado algo, pero ya... No lo recuerdo — soltó una risa nerviosa— ¿Te importa si improviso?
Aquino se giró un poco más hacia él esperando lo que tenía que decir, se sorprendió un poco cuando la mano de Duxo bajó de su muñeca hacia su mano, tomándola.
— Aquino, me gustas — dijo — mucho, y esto es hace bastante tiempo. Me gustas desde antes del beso, Aquino — sonrió cuando el menor abrió los ojos con sorpresa ante las palabras — Quiero cuidarte, estar a tu lado todo los días, hablar contigo por horas antes de dormir — Duxo sonrió—. Yo... No puedo decir desde cuando es así. Sólo sé que te quiero, que te quiero tanto que creo que... te amo.
Y esa era la única señal que Duxo recordaba.
Alzando la mano en un puño, levantó su dedo meñique, para luego estirar el dedo índice y el pulgar.
— Te amo.
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