Capítulo 28

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Gia sintió que los pies daban contra el suelo. La pierna herida flaqueó, pero Cedric la sostuvo. Ambos soltaron la Copa de los tres magos.

- ¿Dónde estamos? - preguntó.

Cedric sacudió la cabeza, ayudándola a ponerse recta, y los dos miraron alrededor.

Habían abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que habían viajado muchos kilómetros, porque ni siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo. Se hallaban en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia, cuya silueta se podía ver tras un tejo grande que tenían a la derecha. A la izquierda se alzaba una colina. En la ladera de aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua y magnífica.

Cedric miró la Copa y luego a Gia.

- ¿Te dijo alguien que la Copa fuera un traslador? - preguntó.

- Nadie - respondió Gia, mirando el cementerio. El silencio era total y algo inquietante -. ¿Será parte de la prueba? ¿Tenemos que jugar una ouija? - Cedric la miró, negando con la cabeza.

- Qué graciosa - soltó. Parecía nervioso -. Deberíamos sacar la varita, incluso tu. Esto no me gusta.

- A mí tampoco - admitió, sacando la varita.

Gia observó a su alrededor. Tenía otra vez la extraña sensación de que los vigilaban.

- Alguien viene - dijo de pronto.

Escudriñando en la oscuridad, vislumbraron una figura que se acercaba caminando derecho hacia ellos por entre las tumbas. Gia no podía distinguirle la cara; pero, por la forma en que andaba y la postura de los brazos, pensó que llevaba algo en ellos. Quienquiera que fuera, era de pequeña estatura, y llevaba sobre la cabeza una capa con capucha que le ocultaba el rostro. La distancia entre ellos se acortaba a cada paso, permitiéndoles ver que lo que llevaba el encapuchado parecía un bebé... ¿o era simplemente una túnica arrebujada?

Gia bajó un poco la varita y miró a Cedric, quien se apresuró a cubrirla con su cuerpo ligeramente y a cogerla de los dedos, mirándola con desconcierto. Ambos observaron al que se acercaba, que se detuvo junto a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de ellos. Durante un segundo, los tres se miraron.

Entonces, Gia lanzó un grito de dolor, sujetándose la cabeza. La cicatriz le dolía como nunca antes. Soltó la mano de Cedric, y al llevarse las manos a la cabeza, la varita se le resbaló de los dedos. Se le doblaron las rodillas, cayó al suelo y quedó sin poder ver nada, pensando que la cabeza le iba a estallar.

Desde lo lejos, por encima de su cabeza, oyó una voz fría y aguda que decía:

- Mata al otro.

Entonces escuchó un silbido y una segunda voz, que gritó al aire de la noche estas palabras:

- ¡Avada Kedavra!

A través de los párpados cerrados, Gia percibió el destello de un rayo de luz verde, y oyó que algo pesado caía al suelo, a su lado.

El dolor de la cicatriz alcanzó tal intensidad que sintió arcadas, y luego empezó a disminuir. Aterrorizada por lo que vería, abrió los ojos escocidos. Se deslizó reptando hasta él. Cedric yacía a su lado, sobre la hierba, con las piernas y los brazos extendidos.

- ¿Ced? - murmuró, cogiéndole de la cara para obligarlo a mirarla. - ¿Ceddy? - Sus ojos grises estaban inexpresivos, como las ventanas de una casa abandonada, y mirándola sin verla, sin ojos brillantes, amorosos... Su boca estaba medio abierta, que parecía expresar sorpresa, muy lejos de esas sonrisas cálidas que le dedicaba, con cariño, cuando la veía por la mañana y le saludaba antes de entrar al Gran Comedor a desayunar, o paseaban por los jardines cogidos de la mano... La sonrisa arrogante después de ganarle en aquella cita... Como la que le dedicó hace unas semanas cuando la tenía en sus brazos, feliz, en la habitación.

Soulmates IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora