Capítulo 2

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POV Draco - Mansión de los Malfoy

Draco siempre decía que podía contar con los dedos de una mano los verdaderos amigos que tenía, y que le sobraban. Su padre le había enseñado a desconfiar de todo y de todos, y a solo fiarse de aquello que lo merecieran. En los últimos años, solo tres personas habían adquirido la etiqueta de "mejor amigo" bajo sus exigentes estándares.

La primera era Pansy Parkinson, su única amiga chica. Draco y Pansy habían sido amigos desde muy pequeños, sus familias eran muy cercanas y siempre les habían animado a congeniar entre ellos (los Parkinson, claramente, en un intento de que ambos chicos acabasen siendo algo mas que amigos). Que Pansy sentía algo por él era algo que sabia, no era ningún idiota y era imposible no darse cuenta. Y Draco tampoco hacia nada por no hacerle daño: después de pasar de Daphne por soñar que tenía a Potter entre sus brazos mientras se enrollaban, en un intento desesperado de borrar esa imagen de su mente, Draco se enrolló varias veces con Pansy. Había iniciado con ella una tendencia de toma y daca, donde la ignoraba y le hacía caso cuando se aburría. Aun así, era la única chica, a parte de su madre, en quien confiaba: tenían caracteres similares, los dos valoraban la pureza de sangre por encima de todo y eran sarcásticos y arrogantes; les encantaba fastidiar a los Gryffindor.

Luego estaba Theodore Nott. Theo era algo diferente. Era algo mas. Era hijo de un mortifago, por su puesto, al igual que Crabbe y Goyle, pero era... simplemente diferente. Draco se había dado cuenta de esto el día que vio a Theo hablando con Potter y sonriéndole alegremente. No supo por quién había sentido mas celos, si por ella o por él. No era un nivel de confianza extremo, pero sí que le causaba curiosidad. Mucha. Y en un sentido en el que solo había sentido curiosidad con chicas.

Pero la persona en quien Draco mas confiaba era su mejor amigo, Blaise Zabini. Draco lo consideraba el hermano que nunca había tenido, y no había nada que no supieran el uno del otro. O al menos, eso creía. Hasta que le vio besar a la Gryffindor en el expreso de Hogwarts. El simple recuerdo le ardía en el pecho como ácido sulfúrico, y hacía que el monstruo que había nacido en aquel momento en su estómago rugiera con cólera y diera dentelladas al aire, buscando venganza.

Desde entonces, Draco había casi cortado toda comunicación con Zabini. De normal solía escribirle entre tres o cuatro veces a la semana. En el casi mes que llevaban de vacaciones, no le había mandado ni una sola carta hasta hacía una semana, invitándole a pasar unos días en su casa. No es que quisiera, la verdad. Es que sentía curiosidad. Curiosidad de saber si su mejor amigo había cruzado la última línea que le quedaba por cruzar con Potter. Por eso, cuando Blaise recibió la carta, aún tardó un par de días en aceptar su invitación, y a Draco no le sorprendió. Suspiró aliviado cuando éste le respondió afirmativamente.

El lunes por la mañana, su madre fue a buscarlo entre miradas amenazantes para que fuese a recibir a Blaise. Draco refunfuñó cuando tuvo que dejar su libro sobre los distintos tipos de heridas que infringían los hombres lobo y sus efectos, y salió de la biblioteca para recibir a su mejor amigo.

- Te recuerdo que es tu invitado - le refunfuñó Narcisa -. Y siempre has alardeado de que es tu mejor amigo. Deberías ser el primero en la sala de estar para recibirle.

- Todavía no ha llegado, madre. Podría estar aprovechando mi tiempo. Y sigue siendo mi amigo, es solo que... - se quedó callado, pensando, y sacudió la cabeza. "Mejor no digas, Draco".

- ¿Qué?

- Nada - terció. Eran las doce de la mañana cuando Blaise, acompañado de unos de los elfos del nuevo marido de su madre, le acompañaba a la mansión de los Malfoy. Muy educado, como solo cabía esperar de él, saludó a toda la familia.

Soulmates IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora