Capítulo especial 2

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El bosque estaba envuelto en una bruma ligera, y el canto de los pájaros matutinos apenas era audible sobre el susurro del viento entre las hojas. En medio de este paraíso natural, los gritos de Namo frustrada resonaron con fuerza.

¡No me hables!, espetó Namo, con los brazos cruzados y las cejas fruncidas mientras daba vueltas frente a la casa que compartía con Frank. Su cabello caía en desorden sobre sus hombros, reflejando sus emociones abrumadoras.

Frank, recostado contra el marco de la puerta con una sonrisa burlona en los labios, intentó calmar las aguas con su habitual humor.

Namo, cariño, no es para tanto.

¡Sí, lo es! Namo se giró hacia él, apuntándolo con un dedo acusador. Desde que estamos juntos, ¡no hacemos nada más que comer y ver televisión! Por tu culpa tengo rollitos!

Frank soltó una carcajada, lo cual, en lugar de suavizar la situación, pareció echarle más leña al fuego.

Eso es parte de estar en una relación, ¿no? Relajarnos juntos, disfrutar...

¡Relajarnos no significa que me rellenes como un pavo de Navidad!, gritó Namo, con los ojos brillando de furia y un toque de dramatismo.

Antes de que Frank pudiera contestar, Namo dejó escapar un gruñido bajo y, en un destello de luz, se transformó en su forma de loba, blanca como la nieve, con ojos azules que parecían perforar el alma. Sin más, se lanzó a correr hacia el bosque, dejando a Frank boquiabierto.

¡Oye! Frank rio y negó con la cabeza, sus ojos grises brillando con picardía. Sabía que te gustaba el drama, pero esto es otro nivel.

Con un salto ágil, Frank también dejó que su naturaleza tomara el control. Su pelaje gris plateado brilló bajo la luz del sol mientras corría tras ella, sus patas golpeando la tierra húmeda del bosque.


Después de correr un buen tramo, Namo llegó a una pequeña cascada escondida entre los árboles. Sus aguas cristalinas caían en un río estrecho, creando un rincón de paz en medio del bosque. Recuperó su forma humana, sentándose al borde del agua y cruzando las piernas mientras respiraba profundamente.

Frank no tardó en alcanzarla. Con un movimiento fluido, volvió a su forma humana también, apoyándose en un tronco cercano. Su cabello revuelto y su camisa abierta le daban un aire despreocupado.

¿Ahora si me puedes explicar por qué un rollito invisible en tu barriga es motivo de semejante drama?

No es solo el rollito, Frank, suspiró Namo, mirando al agua con una expresión seria. Es... miedo.

El tono sincero de su voz hizo que la sonrisa burlona de Frank desapareciera. Caminó hacia ella, se agachó y le levantó el mentón con suavidad, obligándola a mirarlo a los ojos.

¿Miedo de qué, amor?

Ella dudó, pero finalmente lo dijo en voz baja, casi como un secreto.

De que me dejes por otra.

Frank la miró, incrédulo al principio, pero luego una ternura infinita llenó su expresión. Se sentó junto a ella y la envolvió en un abrazo cálido, apretándola contra su pecho.

Bebé, llevamos tres años juntos. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no voy a dejarte? Estoy loco por ti desde que te vi por primera vez, y eso no va a cambiar.

Namo se sonrojó intensamente, su frustración empezando a desvanecerse bajo el peso de sus palabras. Sin embargo, intentó mantener la compostura, empujándolo suavemente.

No seas tan cursi, Rentner.

Frank se echó a reir y señaló con el dedo hacia un lugar en el agua donde los peces nadaban en círculos.

¿Recuerdas lo que dijiste una vez, cuando estabas hablando con Becky? Dijiste que yo era tu futuro.

Namo abrió los ojos como platos y lo miró con sospecha.

¡¿Escuchaste nuestra conversación?!

Frank levantó las manos, sonriendo con inocencia.

Eh, recuerda que los lobos tenemos un oído excelente.

¡Ven acá, Rentner! Namo se levantó de golpe y empezó a perseguirlo alrededor de la cascada. ¡Te voy a matar por andar escuchando conversaciones ajenas!

Riendo como un niño, Frank esquivó sus intentos de atraparlo, corriendo por el borde del agua. Finalmente, ambos tropezaron y cayeron al río, salpicándose mutuamente con risas y gritos.


Cuando el sol comenzó a ponerse, el bosque se llenó de tonos dorados y rosados. Namo y Frank caminaron de regreso al nido que habían construido juntos en un árbol alto. Estaba hecho de ramas, hojas y pieles suaves, un refugio perfecto donde ambos solían pasar las noches admirando las estrellas y la luna cuando estaba llena.

Mientras la luna se alzaba en el cielo, ambos se transformaron nuevamente en lobos. Desde la cima del árbol, dejaron escapar aullidos profundos y armoniosos, una mezcla de desafío y amor eterno.

Esa noche, mientras descansaban abrazados bajo las estrellas, Namo acarició suavemente el cabello de Frank y murmuró.

Gracias por siempre hacerme reír, incluso cuando quiero golpearte.

Frank sonrió, cerrando los ojos, mientras respondía con voz somnolienta.

Y gracias a ti por ser tan dramática. Mi vida sería muy aburrida sin ti.

Dile eso a mis suegros que piensan que te estoy llevando por mal camino. Namo hizo un leve puchero.

Frank besó su frente. Solo lo dicen por esa vez que terminamos en la estación de policía por estar peleando borrachos.

Ambos rieron en silencio, sabiendo que, aunque tuvieran sus diferencias, su amor era inquebrantable. 

Amor, no tienes hambre? Justo a tiempo rugió el estómago de Namo.

Namo, siempre la más impulsiva, saltó desde el nido en la copa del árbol, su cuerpo transformándose antes de aterrizar con gracia en el suelo. Con un destello de travesura en sus ojos azules, giró la cabeza hacia Frank y dijo.

El último que llegue al carrito de fritangas paga.

¡Namo, eso es trampa!, gritó Frank, riendo mientras también saltaba del árbol, dejando que su forma de lobo tomara el control.

Ambos corrieron bajo la luz de la luna, sus patas golpeando la tierra con fuerza y sus aullidos resonando entre los árboles. Era un juego, un ritual nocturno que disfrutaban con la misma intensidad que el primer día. Mientras se acercaban al pequeño puesto en el límite del bosque, los aromas de la comida frita los guiaron como un farol.

La dueña del carrito, una mujer robusta con delantal manchado, suspiró resignada al escuchar los aullidos. Sabía lo que significaba: aquellos dos glotones estaban a punto de llegar, listos para devorar hasta la última gota de salsa. Que el cielo me dé paciencia, murmuró, preparando más porciones.

Las GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora