Capítulo 30

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/RESENTIMIENTO E INDIFERENCIA/


Poppy

Sabía y siempre me lo había repetido una y mil veces; tener problemas no me restringía de cumplir con mis responsabilidades laborales, aunque los problemas ahora fueran con mi propio jefe.

Seguía con ese mismo aspecto de persona que no ha logrado dormir en toda una noche completa, porque eso fue lo que hice, no dormí. Pensar en Nicholas y nuestra pelea era intenso, me sentía mal y solo deseaba no verlo por un buen tiempo, algo imposible.

La mañana comenzó con una brisa que indicaba la pronta lluvia. Al parecer, el clima me comprendía. Aunque solo fuera una teoría mía, claro.

Cuando llegué a mi puesto de trabajo vi las cortinas de la oficina de Nicholas subidas, algo que él solo hacía cuando ya estaba. ¿Acaso había llegado antes de tiempo?

Después de pedirle que se marchara no supe más de su paradero, sin embargo, supuse que se había marchado hacia su apartamento. Algo que no podía confirmar con exactitud

El teléfono inalámbrico pitó, acepté la llamada, presintiendo que sería Nicholas quien hablaría.

—¿Se le ofrece algo, señor Kuesel? —pregunté, anhelando escuchar su voz.

—Buenos días, Halper. —No era su voz—. Por favor tráigame un café cargado para el señor Kuesel, si es tan amable.

—Sí, señor Scott —respondí.

—Gracias. —La llamada se colgó.

¿Un café cargado? Pero si a Nicholas no le gustaba el café, y mucho menos si estaba cargado. Seguramente estaba igual que yo y necesitaba recargar fuerzas. En fin, a mí qué me importaba.

«Después de todo, lo nuestro no era nada importante.» Sus palabras seguían intactas en mi piel, ardiendo como la primera vez que las escuché salir de sus labios.

Sin pensarlo demasiado hice una llamada para que subieran un café al último piso. No importaba lo que hubiera hecho, yo seguía siendo su secretaria. Después de un par de minutos el café llegó. Agradecí y, sabiendo que tenía que llevarlo, me encaminé hacía la oficina.

Al plantarme frente a la puerta sentí un cosquilleo recorrerme de pies a cabeza, era un presión en el pecho de saber que tendríamos que vernos, de saber que después de habernos herido teníamos que enfrentarnos cara a cara. Sostuve el café con fuerza, evitando que para cuando quisiera flaquear se cayera.

Solté un hondo suspiro y toqué dos veces la puerta.

—Siga —pidió el señor Scott desde el otro lado.

Con lentitud abrí la puerta y entré. Desde el comienzo lo noté todo igual, sin cambio alguno, hasta que mi mirada se centró en la figura que se encontraba sentado frente al escritorio, con la mirada fija en la computadora.

«Nicholas...» dijo mi mente con lentitud, y me sorprendió ver la manera tan desesperada en la que pronunció aquel nombre.

Su potente mirada chocó con la mía, haciendo que sintiera una presión instalarse en mi pecho. Nos observamos en silencio, viendo el aspecto tan mal que habíamos optado en una noche, por una discusión. Aunque, ¿había sido una simple discusión?

Mientras él me recorría de manera completa, yo me encargué de detallarlo, se le veía fatal, con el mismo traje del día anterior, desaliñado, el cabello desordenado y ojeras rodeando la parte baja de sus ojos. Esa dualidad no estaba, solo se encontraba el rastro de un hombre que había pasado la noche en su oficina y no había podido dormir.

Mi jefe y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora