Primero que nada, les pido disculpas por la demora.
/NUESTRO FINAL/
Poppy
—¿Estás segura de que no necesitas nada? —Volvió a preguntar Nicholas, observándome.
—No, de verdad —respondí, tranquila a la vez que sonreía—. Cariño, no te preocupes y mejor ve y arréglate para tu noche —lo invité, señalando la puerta.
Nicholas soltó un suspiro de resignación y me observó.
—Nuestra noche, querrás decir —me corrigió con dulzura—. Bien, pues me iré, pero vendré por ti a las siete, ¿vale?
Asentí levemente con la cabeza en el momento en el que ahuecó mi rostro entre sus manos. Depositó un suave beso en mi coronilla antes de alejarse, dedicarme una sonrisa y marcharse.
Había pasado una semana desde que Nicholas y yo habíamos reestablecido nuestra relación, esta vez íbamos en serio. Nada de juegos, charlas directas y cualquier duda la hablábamos. Y eso me gustaba. Era su noche, el quinto aniversario de Lite Chat, noche en la que él brillaría cómo siempre lo hacía.
En el momento en el que cerré la puerta del apartamento, el timbre sonó con insistencia. Abrí la puerta y la radiante sonrisa de Camila me recibió.
—¿Cómo estás, guapa? —preguntó con alegría a la vez que levantaba las bolsas de compras que tenía en las manos—. ¡Vengo de comprar vestidos, para las dos! Y no los vamos a probar, todos —hizo énfasis en la última palabra.
—¿Es en serio? —la miré, incrédula, riendo.
—Sí —asintió con la cabeza—. Así que permiso que va la reina.
Me hice a un lado de la puerta, permitiéndole el paso, la manera tan graciosa en la que entró me causó risa, que no pude contenerla.
Al cerrar la puerta tras de mí, la seguí de cerca. Nos quedamos en la sala.
—Sabes que no suelo hacerlo —dijo al sentarse en el sofá y depositar las bolsas en la mesita—, ¡pero me he comprado unos vestidos... ufff... fascinantes!
Me senté a su lado y la observé sacar las prendas. Eran vestidos brillantes, con hojuelas, plateados, cortos y largos. Al parecer, Camila se había comprado casi toda la boutique.
—Bueno, pero Camila, ¿es que acaso tú te has gastado la quincena en todo eso? —señalé la ropa, incrédula.
—No, guapa, toda la quincena no, solo la mitad —respondió cómo si fuera lo más normal—. Además, no hay de qué preocuparse, ya pagué el apartamento, llené las alacenas, etc. No está mal que nos quiera dar un gustito a las dos.
—Bien, pues entonces invítame a tu casa a comer.
—Cuando quieras, también he comprado maruchan.
—Pues que sepas que ahora como por dos, eh —señalé mi vientre.
—Si comes solo eso, en realidad Nicholas Kuesel me ahorcara. Debes cuidarte —imitó la voz del aludido con mofa.
Soltamos una carcajada.
[...]
—¿Qué crees que debería ponerme? —Camila levantó dos vestidos, cada uno en diferente mano—. Este de terciopelo, o este de hojuelas azules.
Miré los vestidos y luego a ella, y con burla le pregunté:
—Bueno, chica, ¿pero es que vas a ir a ligarte a los inversionistas o qué?
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Mi jefe y yo
AcakPoppy Halper y su odioso jefe, Nicholas Kuesel, no son el prototipo de jefe y secretaria perfectos. Es más, sus diferentes formas de pensar, de socializar, hasta de hablar, se chocan. Ella dice odiarlo y él suele tener constantes jaquecas por ella. ...