Capítulo 32

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Por favor, discúlpenme por la tardanza. 

/¿QUÉ PASARÍA?/

Poppy

Cuatro semanas habían pasado desde esa noche en la que di mi renuncia a Lite Chat. Y aunque esas tres semanas equivalían a veintiún días, la imagen de Nicholas corriendo detrás de aquel taxi no dejaba de proyectarse en mi mente constantemente. Al recordarlo, un dolor inmenso se instalaba en mi pecho y me hacía llorar hasta el punto de preguntarme si haber dejado todo de esa manera había sido lo mejor.

«¡Me lo prometiste, Poppy Halper!» Sí, lo había escuchado.

Y él tenía toda la razón, yo le había prometido que no lo dejaría, que estaría con él. ¿Era mi culpa? ¿Por qué no me sentía satisfecha con mi decisión?

Su bonita sonrisa, su espeso cabello, sus bellos ojos claros y todas aquellas características que lo hacían magnífico ante mis ojos no dejaban de proyectarse en mi mente.

«Sí, te extraño» Lo hacía con demasiado fervor, con unas ansías que me asfixiaban y me hacían querer dejar todo eso y volver y pedirle perdón. Sin embargo, la decisión estaba tomada.

Miré la ciudad desde la ventana del apartamento de mamá. Después de haber renunciado a Lite Chat le pedí a mamá que me dejará quedarme en con ella y Lily durante un tiempo, mientras yo trataba de darle orden a mi vida. Un orden que aún no conseguía.

Cerré los ojos permitiéndole a la gélida brisa que me envolviera, aunque temblara.

—Poppy. —La voz de mamá llegó de manera inesperada desde el otro lado de la puerta—. Camila ha venido.

—Ya voy —respondí.

Me acomodé el saco, me limpié las lágrimas que habían comenzado a juguetear en mis ojos, y me apresuré a abrir la puerta. Una bonita Camila, con un vestido ajustado a su figura, luciendo su cabello corto con seguridad y una gran sonrisa ensanchada a su rostro.

—¡Ha llegado tu gran amiga a salvar tu noche! —exclamó, alegre. Me observó por un momento, atenta—. Tienes un aspecto del carajo, Poppy.

—Calla —le pedí, seria.

—Hija, pero si Camila tiene toda la razón. No tienes muy buena pinta que digamos. —Mamá no tardó en darle la razón a mi amiga.

La miré.

—¿Ahora se ponen en mi contra? —inquirí.

—No, hija, no es así, solamente que necesitas verte más vivaz.

—Y yo he venido a hacer que te sientas empoderada —aseguró Camila.

—¿Qué tramas, Camila? —le pregunté, seria.

—¡Nos vamos de fiesta! —exclamó con emoción.

Me le quedé mirando, con pocos ánimos para aguantar alguna broma. En otra ocasión habría aceptado y saltado de emoción porque íbamos a una fiesta, pero no me sentía con ganas de hacer nada.

—Nos vamos me suena a muchas personas —dije.

—Pues si tú y yo te suena a muchos, entonces, sí.

—Camila, lo que menos deseo es ir a una fiesta.

—Oh, vamos, Poppy, no puedes seguir de esa manera, mortificándote —aseguró, amable.

—Lo siento, pero no tengo ánimos de ir.

Pensé en darme la vuelta para marcharme a mi habitación, sin embargo, las palabras de severidad que le siguieron a mi respuesta me dejaron quieta en mi sitio.

Mi jefe y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora