Julian.
—Conmigo no cuenten. —Fue lo que le dije a Luke tras que me contó el plan de invadir el Gran Palacio para robar unos lingotes de oro que según él, se hallaban en el subsuelo. Estaba loco. Decía que había encontrado la forma de entrar al Gran Palacio sin ser detectados. Ya. Como si fuera tan fácil.
Él solo se rio y negó con la cabeza. —Es un buen plan, si no te unes, no obtendrás el premio.
Luke a veces tenía ideas buenas. Pero hoy no era un día de esos. Negué con la cabeza, y emergí de la sala de comandos para dirigirme a mi propio camarote.
Elías me esperaba con una sonrisa amplia, como siempre. Como lo quería a ese niño. Desde lo conozco, mi vida ya no es tan oscura como antes.
Magnus se encuentra en la cama de al lado durmiendo plácidamente con unas hojas sobre su torso, donde se veían dibujados unos bocetos que aparentaban ser olas de mar, y un lápiz de trazo negro entre sus dedos. Era nuevo en el barco y por lo pronto no confiaba en él. Para mala suerte mía, me habían mandado al nuevo a mí, principalmente para que lo instruya. No sé en qué se suponía que tenía que instruirlo si se la pasaba durmiendo o dibujando. Y además, ¿Por qué tenía que ser yo el que lo formara? ¿Solo porque era el novato? ¡Por Dios y los Santos! ¡Ya habían pasado cuatro años de aquello! Y más allá de que había entrado a aquel barco a escondidas –luego de una larga noche de tormenta en donde los rayos y el viento no paraban–, ya lo había pagado todo ese tiempo dándoles a ellos la mayoría de las cosas que conseguía fuera. Dinero. Comida. Joyas. Siempre tenía que darles 1/4 de todo, solo por ser el novato y por el hecho de que traje conmigo una boca más para comer –Elías–. Y ahora me habían inculcado al nuevo novato. Por lo menos, yo había dejado de serlo. Pero vaya, era raro tratar con este sujeto que a pesar de ser mayor que yo por unos años, era más holgazán. ¡Nadie lo había educado nunca? Bueno, educado no era la palabra correcta en nuestro contexto... Pero que haga algo.
—¡Papi! —Exclama Elías saltando a mis brazos y me saca una sonrisa sincera de los labios. Yo no era su padre, pero no me molestaba que me llamara así. En verdad, sus padres habían fallecido hace mucho. Mis padres también. Así que nos cuidamos uno al otro. Y ya le había agarrado bastante cariño a este niño. Para mí, era como mi hermanito. Para él como su padre. Es curioso que me vea como una figura paterna siendo que solo tengo diez años más que él.
Cuando llegué al barco en donde vivo actualmente, me preguntaron por el nombre del niño, que ya tenía como dos años al momento de encontrarnos con la embarcación. Claro que yo no lo sabía pero iba a quedar como imbécil si decía aquello teniendo en cuenta que les mentí diciéndoles que era mi hermanito. Así que dije que se llamaba Elías, haciéndole honor al nombre del hijo de María, una mujer que nos cuidó por bastante tiempo a mí y al niño, cuando estábamos en la calle.
—¿Podemos ir a lo de la tía Rosa? —De nuevo, ella no era nuestra tía. Simplemente el local de una señora del pueblo se llamaba así.
Me quedé con él toda la tarde. Y a la mañana siguiente, lo tuve que despertar temprano. Brandon me avisó que ya habíamos llegado así que tenía que volver a la rutina. Pasamos por lo de la tía Rosa. He dicho que ella no era nuestra tía, pero... De algún modo lo era. Era quien cuidaba a Elías cuando yo me iba a trabajar. Porque en el barco, todos bajaban cuando llegábamos a puerto. O si no era así, el barco se iba con la tripulación a bordo y dejando a algunos en el puerto.
Dejé al niño con Rosa, luego de charlar un rato con ella y agradecerle por cuidarlo una vez más -era estúpido seguir haciéndolo porque así era todos los días, pero era necesario-, y fui directo a la fábrica.
—Llegas tarde. —Exclamó Mark. No como una queja, más bien como una premonición. Luego de él, me esperaba el jefe con cara larga. Hoy iba a ser un día duro.
Estuve todo el día confeccionando diferentes tipos de zapatos hasta que Hugo me llamó.
—Por hoy ya está bien. —Quise sonreír, pero era extraño que el jefe me dijera algo así. Me pasé la mano por el cabello ya bastante largo. Las gotas de sudor cayeron sobre mi camiseta. —Puedes irte. Y no vuelvas ya.
Entrecerré los ojos mirándolo directo y luego bajé la mirada. ¿Había escuchado bien? ¿Estaba despedido? Si, lo estaba. Puse las manos en los bolsillos y pase los dedos de la mano izquierda alrededor de mi anillo. Madre, si estuvieras aquí, todo sería más fácil. Cuando levanté la mirada, creo que él lo tomó como una amenaza el que pusiera las manos en los bolsillos, porque enseguida gritó FUERA.
No tenía nada, claro, pero mi reputación me precedía.
Pasaron días. Meses. Intenté buscar nuevo trabajo. Al tercer mes, Elías solo comía un pequeño pedazo de pan en todo el día. Y yo... Comía lo que encontraba por ahí en el barco, si es que mis compañeros traían cosas, aunque la mayoría de las veces no me compartían por ser el novato.
Al tercer día sin poder llevarle nada de comer a Elías y sin comer nada yo, simplemente rezaba porque tía Rosa le dé algo mientras yo seguía buscando trabajo.
Al cuarto día, Elías me dijo que tenía hambre. Él nunca se quejaba de nada. Ni siquiera cuando aquel invierno habíamos pasado tanto frío en la calle porque el Barco no había podido llegar a puerto por la tormenta.
Inevitablemente, tuve que empezar a robar. Aunque empezar no es la palabra correcta considerando que eso era lo que hacía antes de conseguir trabajo. Pero, de cualquier modo, tuve que hacerlo. Nadie puede juzgarme si no me conoce.
Tenía siete años cuando mis padres no volvieron a casa luego de un viaje. No los recuerdo mucho así que... No sufro tanto su perdida. Pero me marcó. Claro que me marcó. Por ello, fue que me mandaron a un instituto. Que más que instituto, era una cárcel. Era horrible aquel lugar. No tenía ni un amigo y me trataban mal todos. Una noche, me decidí y escapé. Era eso o pasar toda mi vida en aquella pocilga.
No sabía lo que me esperaba.
Si me hubiera quedado allí, no hubiera pasado hambre. No hubiera sufrido. No me hubiera casi muerto. Pero... Tampoco hubiera conocido a Elías. Ni a Luke o Niklas o Isak. Estoy seguro que no.
Ni a Lennart Fredriksson. Está bien, sé que el nombre da pinta de un señor bien malvado. Sin embargo, era el tipo más bueno que conocí en mi vida. Tenía ocho años cuando gracias a él, tuve un hogar digno. Además, cocinaba el pescado tan pero tan increíble que no quería que se fuera nunca de mi vida. Pero también lo hizo, como muchas personas en mi vida. Tenía diez años cuando él falleció. Era muy grande igual, así que era previsible. Pero... También me pegó.
Ahí fue que, luego de pasar hambre muchos días y darme cuenta que mi deseo de cumpleaños de que él reviviera, nunca se iba a hacer realidad, empecé a robar por primera vez en mi vida. Me volví muy bueno con el tiempo. Nunca me descubrían, por suerte. Solo robaba comida igual, nada de cosas relevantes para otras personas. Sabía lo importante que eran ese tipo de cosas y no iba a hacerle daño a una persona de ese modo. Así que, sencillamente, solo robaba comida.
A veces, tenía suerte y conseguía para un día o dos. Otras veces, pasaba días sin comer ni tomar nada. Me volví bastante resistente pero... La realidad es que no me gustaba para nada robar.
Y acá estaba de nuevo, haciéndolo.
Al sexto día de robar comida por el pueblo, me cansé.
—Bueno, me sumo. —Le dije a Luke. Aún no habían llevado a cabo el plan porque necesitaban uno más. Y no uno cualquiera, uno en quien confiaran.
Esa noche, mis amigos festejaron con un Champán que habíamos guardado abajo por años. Hasta Elías salió del camarote ante los gritos de alegría.
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La joya del mar ║A love story
RomanceElla en la seguridad de su Palacio, no se espera que 5 años luego de un ataque de piratas, uno de ese grupo llegue como su nuevo guardia de seguridad. Debería no contratarlo. Debería... Él debería no aceptar el trabajo. Porque la odia y odia todo l...