Capítulo 9

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Katarina. 

Judith Claesson entra por la puerta del Salón Azul ataviada de un gran vestido rosado y hace una reverencia al saludarme. Sonríe mostrando sus resplandecientes dientes.

            Es puro teatro. Hace tan solo una horas, estaba gritándome a la cara.

            Pero bueno, eso ya está olvidado. Lo que he logrado ahora, es muchísimo. Y mi madre no entiende cómo lo he hecho.

            Luego de los correspondientes saludos, procedemos a sentarnos y yo contengo el aire. No creo que salga nada bueno de hoy, pero al menos es un intento por no llegar a la posible guerra.

            Antes de entrar aquí, a la reina de Tocren la entrevistaron toda clase de periodistas. Va a salir en todos los periódicos, seguro. Incluso están aquí. No aquí aquí. Pero... Están observando a través de las ventanas y... Lo permito. Me sirve. Nos sirve. Siempre y cuando vaya todo bien y lo malo no traspase las palabras. Porque total, los ventanales están cerrados. Pueden ver, pero no escuchar. Tendrán que adivinar. 

            Gracias a Arthur me enteré dónde se estaba hospedando en secreto. Y también tuve anoticionamiento de que estaba en nuestro propio país. Estaba aquí y no se dignaba a responder ni una de mis cartas. Lo cierto es que he estado mandando cartas a Judith Claesson, la reina de Tocren y no me ha respondido. Tampoco ha contestado a la cuestión del posible acuerdo entre nuestros países. Y eso es... Malo. Así que decidí que tenía que actuar. Quizás me equivoqué, pero eso no lo sabré hasta luego de esta cena. Hasta mucho después de esto incluso.

            Pero como sea, salir me sirvió. Si es cierto que, en principio lo hice para poder hablar con la reina en un momento en el que nadie se podía enterar, debido a que nunca suele haber patrullaje durante la noche. Ni gente en general. Pero... De algún modo... Salir me hizo sentirme rara. Rara y libre. Fue muy extraño. Muy muy extraño. Pero quiero volver a hacerlo. Necesito conocer más, saber más. Es una locura que, teniendo 21 años, no haya puesto un pie en el mundo exterior hasta ahora. La gente normal, por lo que sé, lo hace desde mucho más joven.

            Pero yo soy la princesa de Kroclantan. Y se supone que estoy más segura en el castillo. Claro que, hace cinco años, descubrí que eso ya no era cierto. Todavía no entendemos cómo entraron y salieron sin ser vistos. Aunque eso ya quedó en el pasado. Se me cruzó por la cabeza preguntarle a Julian sobre ello pero... Seguro se reiría en mi cara. Eso es lo que tiene él. Se lo he advertido un millón de veces. Que debería respetarme más por quién soy yo. Y aun así, a veces, se comporta como si yo fuera una ciudadana más. Aunque... Lo cierto es que no me disgusta tanto. Cuando todos, todo el día, te besan los pies, está bueno sentir un poco de normalidad por lo menos.

            Antes, solía tener un sueño recurrente. Caminaba por el Palacio, saludaba a los guardias, saludaba a mi madre, saludaba a la gente que me cruzaba, pero nadie me devolvía el saludo. Yo me veía en el espejo pero nadie me veía a mí. Era como si fuera invisible. Y ese, era mi sueño favorito. Ahora hace mucho que no lo tengo. Tanto tiempo que ni recuerdo cuándo fue la última vez que lo tuve.

            Lo cierto es que me encantaría no ser yo. Vivir en una pequeña aldea, sin responsabilidades ni nada. Tener una vida. Poder expresarme. Poder reír sin seguir ningún reglamento. Poder no tener que fingir una sonrisa todo el tiempo.

            Pero eso no es para mí. 

            Un mozo entra por la entrada, haciéndome salir de mi ensoñación. Miro a Judith quien me devuelve la mirada desafiante.

            Yo tampoco entiendo qué hacemos aquí. Ni como logré traerla. A ver, no le he dicho para qué quería que venga pero, creo que quedó bastante claro en las 90 cartas que le mandé. O eso quiero creer.

            Comienzo a comer la pequeña tartaleta y le sonrío a Judith. Ella me devuelve la sonrisa. El reglamento para conversaciones difíciles dice que primero se debe comer y luego hablar. Así, cuando se tratan los temas, se está con el estómago lleno. Sin embargo, no llega el postre cuando finalmente hablo. Antes, intercambio una mirada significativa con mi madre y, como ella no se opone, procedo.

            —¿Cómo se encuentra?

            —La comida es placentera.

            —Excelente.

            Callo por unos minutos, incapaz de seguir y es ahí cuando finalmente llega el postre. Pretendía hablar antes pero como sea, espero a que nos retiren los platos cuando me animo.

            —¿Qué le parece el tratado?

            Ella me mantiene la mirada por unos cuantos segundos que parecen una eternidad.

            —No lo firmaré, Katarina.

            Trago saliva.

            —¿Qué cree que se podría cambiar?

            —Nada.

            —¿Entonces?

            —No lo firmaré. Punto final. Y ahora, si me disculpa. —Dice, parándose de forma apresurada. Hace una reverencia hacia mí y mi madre y luego sale del Salón como si debiera estar en un lugar en tan solo un segundo.

            Largo el aire. Lo hice mal otra vez. Debí haber insistido. Haber dicho algo por lo menos. Así nunca me van a tomar enserio en el futuro.


Esa misma noche, acudo a una reunión exprés con el Equipo de Guerra. Luego de explicarles, con vergüenza, lo acontecido, es que ellos se pasan más de diez minutos intercambiando opiniones. Hablando uno por encima del otro. Yo los dejo porque después de todo, ellos son los que saben.

            Sin embargo, en medio de la conversación, aparece una idea en mi mente. Y la digo.

            —Y si... En vez de intercambiar mercaderías por dinero, ¿lo hacemos por otro producto? Quiero decir... ¿Y si les ofrecemos un producto que ellos no tengan a cambio de lo que les pedimos?

            Se me ocurrió debido a que fue una de las cosas que vi la noche anterior con Julian. Cuando estábamos volviendo al Palacio, vimos como dos tipos discutían acaloradamente. O eso parecía en principio. Con la capa puesta, nos acercamos un poco, solo para descubrir que estaban apostando. Uno, apostaba su caballo. El otro, su reloj de bolsillo. No terminé de entender por el resultado que apostaba cada uno, pero la verdad es que no fue favorecedor para ninguno. Y al final de cuentas, terminaron intercambiando ambos objetos entre ellos, porque es lo que preferían.

            —Eso podría servir. —Dice Lizbeth.

            —¿Cree que aceptarían?

            —No perdemos nada con probar, creo yo.

            —Me parece bien. —Concuerda Jordan.

            Es así, como, luego de unas cuantas horas de conversación sobre lo fructífero y lo perjudicial de aquel acuerdo, es que finalizamos la reunión con una buena idea por parte mía. Por primera vez, no me siento tan inútil en el puesto que tengo.

La joya del mar ║A love storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora