Capítulo 7

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Katarina.

El vestido me oprimía el corazón. La garganta.

Me lleva pasando lo mismo en cada baile que organizo y sin embargo, mi madre insiste en tenerlos. Aunque claro, ella no sabe.

Y es que, aquel Salón Azul, solía ser mi favorito. Antes. Cuando Stefan estaba vivo. Tuve un matrimonio breve, pero al final de cuentas, fue significativo. Cuando pudimos superar la primera semana, empezamos a tratarnos de modo distinto.

Y bailábamos. Bailábamos muchísimo. Siempre en aquel Salón.

No es que... No lo haya superado ya. Incluso me saqué el luto hace bastante tiempo. Pero sucede que, los bailes aun me recuerdan a él. No puedo evitarlo. Quiero, con todas mis fuerzas, que no me suceda aquello porque... Vaya, se supone que debo conseguir otro marido y no puedo hacerlo si cada vez que cruzo aquella habitación pienso en él.

Sé que estas cosas no las puedo hablar con nadie porque sería faltar a mi deber de princesa. Aunque sí hay una persona, pero seguro se encuentre en mi alcoba esperándome para desvestirme e irme a dormir. Lo cierto es, que tampoco es mala idea dejar el baile a la mitad de la noche, ignorar las tandas de baile que me quedan, irme y aislarme en mi habitación. Deseo contarle a Linda sobre todo lo de hoy y lo que no me deja tranquila en este momento. Realmente solo a ella puedo contarle. Por suerte, mi madre no sabe que mi única amiga sigue siendo ella pero es que... Mis damas de compañía... No lo sé, solo hablan de vestidos y peinados. Nunca hablan de sentimientos. Respondo a todo lo que dicen, fingiendo estar interesada en la conversación pero la verdad es que me parecen tan insulsas como el día que las conocí.

Me gusta hablar con Linda porque en ella puedo confiar en que no se lo va a contar a nadie. Y además, siempre le ve el lado bueno a todo. Cuando le he contado mis largos días agotadores como princesa, me dice: —Bueno, por lo menos la comida ha de haber estado rica. Vi cuando la hacían.

Hoy seguro me diría: —Pero al menos debe haber estado divertido el baile con el cambio en la música. La última banda era demasiado ruidosa. 

Y tendría razón.

Por eso, es que me limpio la cara de las lágrimas con mi pañuelo, y con cuidado de no correrme el colorete del rostro, y me levanto. Es ahí cuando lo noto.

Julian Bell está mirándome fijo desde la puerta de entrada.

¿Estuvo viéndome llorar todo este tiempo? De repente, me siento desnuda.

Específicamente le ordené a Marcus que no me siguiera y en su lugar, lo ha hecho él.

—Creo recordar, que le dije que por hoy se vaya. —La voz me sale más grave de lo que esperaba.

—Tengo un trabajo, no puedo irme el primer día. Además, firmé un contrato.

Ruedo los ojos.

—Cuando yo le digo que haga algo. —Me le acerco señalándolo con el dedo y poniéndolo sobre su pecho para que se aleje. Es ahí cuando me doy cuenta que tiene la corbata desatada hacia abajo y con unos botones desbrochados; por ende, estoy tocando su piel. Me toma toda la fuerza de voluntad no quitar el dedo—. Lo hace. ¿Estamos?

Él me mira ceñudo y va a replicar pero entonces le digo: —Cuidadito con su contestación, no vaya a ser que pierda el puesto la primera noche.

Rueda los ojos.

—Creo que no tenés coraje para despedirme.

—¿Cómo? Y no me tutees.

La joya del mar ║A love storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora