Capítulo 3

58 6 1
                                    

Katarina.

Mis dedos volaban con fuerza sobre las teclas como si no hubiera un mañana. Estaba tocando con toda mi furia y a mi madre no le agradaba. Lo sabía a ciencia cierta. Recuerdo que, cuando aprendí a tocar, ella, más que nadie en el mundo, estaba orgullosísima. No obstante su mirada de ahora, solo expresaba absoluta desaprobación. Igual yo no aminoraba la melodía. Sentía tantas cosas en mi corazón que de algún modo, necesitaba desterrarlas de allí.

Aquel día había sido... Fastidioso. Y todavía ni concluía.

Yo creía que la peste era lo peor que podía ocurrir. Pero me equivocaba. Creía que todo lo que trajo esa terrible enfermedad era la peor ocurrencia que podía acontecer. No obstante, otra vez me equivocaba. Porque aquel día, las tragedias no aminoraban.

Hacía poco más de tres años que había tenido que desposarme porque el tiempo y mi edad ya lo ameritaba. Después de todo, mi obligación es esa para poder tener herederos. Ya bastante que durante un año había logrado atrasar mi casamiento. Debí haberme casado a los dieciséis años, pero finalmente lo hice a los diecisiete.

La sociedad entera ya asumía desde hacía tiempo que, cuando finalmente sea reina, no podría asumir el trono sin un rey, sin un hombre que me acompañe. Un hombre de honor y títulos, por supuesto. No solo lo decía la gente, el pueblo y el Diario Imperial. Mis padres, los reyes, vivían diciéndome que, si no contraía matrimonio, el Imperio se iba a ver destruido. Que debía elegir ya porque de lo contrario, después iba a ser muy tarde. Así que escogí al primero que se me presentó. O quizás al primero luego de quinientos.

Esa misma tarde, me casé en una gran ceremonia a la que asistió prácticamente todo el pueblo. Aún recuerdo los preparativos apresurados de la boda. Mi cara estuvo impresa en la portada de todos los diarios, incluso más de lo habitual. La princesa de Kroclantan había encontrado el amor, anunciaban. Y con ni más ni menos que el Gran Príncipe de Duthex. Las relaciones comerciales con aquel país se restablecieron tras mi casamiento, ya que hacia un tiempo, se habían visto fragmentadas a causa de que ellos querían ocupar tierras nuestras.

El Gran Príncipe de Duthex no era tan gran ni tan bello como anunciaban todos. Ni siquiera tan majestuoso ni perfecto. Stefan Sandberg, hijo de Jakob Sandberg y Elisabeth Persson era más bien... Callado y aburrido, muy aburrido.

Yo tenía en claro que no me iba a casar con alguien a quien amase o me amase, pero yo solo... Albergaba la mínima posibilidad de que lo hiciese. De que al menos me hiciera caso. O me respondiera. Pero él era un hombre más bien callado. Todos fuera lo describían como muy alegre y de buenas relaciones y sin embargo conmigo, ni siquiera la mirada me dirigía. Además del hecho de que, muchas veces se la pasaba fuera cazando y me dejaba sola.

Una tarde decidí increparlo. Salía de mi sala luego de haber recibido una carta suya en donde me aseguraba que esa noche cenaríamos juntos en el Gran Salón, cuando lo fui a buscar. Me había mandado una carta estando él mismo en el Palacio. Y sabía que la cena seria como venían siendo todas y cada una de las cenas desde que me casé. Completamente inmersas en un silencio sepulcral en donde si le preguntaba algo a él, aunque fuera un "¿cómo se encuentra hoy?" simplemente asentía. O a veces ni eso.

Los guardias hacían una reverencia al verme pasar al trote hasta llegar a la recamara del príncipe, el nuevo príncipe. Por suerte, ya había dejado a mis damas de compañía bastante atrás. Un solo guardia me frenó.

—Señora, ¿A dónde va con esas prisas? ¿Necesita algo? —Desde que había contraído matrimonio, ya no me llamaban señorita. Todavía no me acostumbraba a aquello y ya había pasado una semana.

La joya del mar ║A love storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora