Finales del año 15.
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.El príncipe recorrió los pasillos helados y solitarios del alcázar. Esa región apartada que, llena de sombras que solían escurrirse sin miramientos por las paredes, era apenas visitada por los cortesanos. A la mayoría le aterraba tanto las cosas que se escondían entre sus pasillos, que ni si quiera comentaban al respecto. Las turias más valientes de la corte, esas que llevaban siglos trabajando en el castillo y le habían vendido su alma a Dlor, eran las únicas en acercarse a limpiar en poquísimas ocasiones al año.
Pero ninguna de ellas tocaba el ala norte.
Ningún alma que apreciara su cordura pisaba el ala norte.
Y allí estaba Jasper, en pura cumbre de su estado febril, con la frente mojada de sudor frío, arrastrándose con sus últimas fuerzas por el ala norte, con el susurro trémulo de la noche eterna reflejada en los inmensos ventanales y el débil resplandor azul que prestaban las antorchas del corredor. Lentamente, con el dolor que le suponía controlar la bestia que se anidaba bajo la piel y luchaba por desatarse, avanzó con todo el sigilo que le permitían las garras de los pies. Ni siquiera tenía voluntad para levitar, y el crujido de sus pasos emergía en la vastedad del silencio como ecos distantes hasta lo más alto..., hacia un techo que no se divisaba y era tragado en la negrura del ambiente.
Todo transcurría tenebrosamente lento, amenazante, una súplica muda que se evidenciaba en los aspectos que conformaban el avance del príncipe; como si una voz sin dueño le suplicase que se detuviera, que no avanzara más, que se diera la vuelta y regresara por donde había venido.
Algo está mal, retorcido. Está cambiando, cambia y se solidifica.
El príncipe se sobrepuso, halló una grieta en el tiempo, se escurrió entre los espacios que se desmoronaban en medio de la quietud, esos que eran distinguibles sin llevar a término la umbrakinesis. Y fue como llegó al final del camino, allí donde se alzaba una puerta en el lado derecho del corredor. Era una puerta ancha, con un arco en la parte superior que formaba el semicírculo de madera con decorado serpenteado. A un palmo de mano, se cruzaban dos vigas de hierro de un modelo elegante, tal como si fuesen partes anexadas de la puerta y no impedimentos grotescos para hacer la pieza más fuerte. No resultó sorpresivo que careciera de cerradura, y Jasper supo que entrar sería difícil. Difícil, pero no imposible. Dlor debía haber revestido la puerta con algún químico inoloro.
Jasper reparó en cada uno de los detalles de la madera oscura, pero todo parecía aburridamente normal, aunque él supiera que nada de lo que constituía esa puerta lo era...
Nada.
«Esto no puede representar simplemente nada» reflexionó el príncipe.
Y tenía razón.
Se agachó ante la puerta y deslizó sus garras en el relieve de las piedras frente a la misma. El tacto sobre las placas de piedra áspera arrojó un descubrimiento: jeroglíficos, y no en Káliz. Aquel era un idioma más antiguo, olvidado para la mayoría de las especies pero recordado entre los de su clan para comunicarse entre ellos; ellos, los del clan Lirne. El Zemantish, lengua de vilfas, syrisas y turias, una lengua que destacaba por su elegancia y sutileza, se había usado para grabar en el suelo un corto mensaje: Aquí se encuentra la esencia de Balgüim.
Cuando el tembloroso y débil príncipe terminó de deslizar una de sus garras hasta el último jeroglífico, la falsa puerta se evidenció en un sonido chirriante y metálico, y se empezó a desprender de todos sus hierros y aldabas frente a los ojos agotados del heredero. Pieza por pieza, la madera se fue enterrando, en el umbral, en las piedras laterales, en el suelo. Hasta que no hubo nada que impidiera el paso de Jasper al santuario de trofeos.
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LEGENDARIOS3️⃣ENTRE LAS GARRAS DE UNA BESTIA
Fantasía3️⃣ ⚜TERCER LIBRO DE LA SAGA LEGENDARIOS⚜ La belleza es poderosa, pero una buena dama conoce el peligro que se esconde detrás de la belleza. Y ahora el peligro es una bestia, convertida, forjada por el poder de las estrellas en algo que no era. Si a...