❄️32❄️UN VISITANTE

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Finales del año 15
10Ka, 50Ma.
Balgüim.

Los días convertidos en noches pasaron con muchas novedades para ambos seres; doncella y su príncipe, humana y bestia. Ella lo ayudaba con el dolor y evitaba que volviera a transformarse, le brindaba lo más dulce de sí misma. Jasper sentía que lo que él aportaba no era suficiente, ¿cómo devolver tantas muestras?, ¿tanto amor?

Amor. Él realmente podía amar. Y lo hacía de una forma tan intensa, insistente...

Jasper Dónovan se sentía en esa balanza desequilibrada, en medio de dos partes que se encontraban tan distantes la una de la otra, una parte monstruosa, una parte racional, pero que se unían en un poderoso aspecto en común: Maya. Tener a su disposición a Maya, amarla perdido en sensaciones que antes no conocía, había resultado el pasatiempo favorito. Una y otra vez... Era un vicio del que no había logrado desprenderse. Y no quería.

En Irlendia la costumbre del matrimonio difería bastante entre clanes. Por ejemplo, los destroyadores escogían su pareja de por vida en un rito de manada y se apareaban. Y en los oscuros, una vez que se vinculaban físicamente, se consideraba un acto sagrado. Los involucrados entrelazaban sus almas, sus cuerpos, sus vidas. No había necesidad de un compromiso formal, a pesar que algún que otro miembro del clan hubiese imitado las costumbres de la región sur del universo y hubiese demostrado públicamente esa unión, celebrando con banquete.

Pero Jasper odiaba las reuniones sociales. Incluso para cumplir varias de sus responsabilidades como príncipe, antes de ser envenenado y recluido en los rincones oscuros como una malformación salvaje, todas las tareas que involucraran tratar con varios seres le eran molestas y buscaba la forma de librarse de ellas, ejerciéndolas de otro modo.

No obstante, disfrutar de Maya y de lo que sentía era algo privado, que no compartiría nunca con nadie. De hecho, mucho había pensado en el último año sobre la vida de ambos en el alcázar, así que en ese momento lo declaró sin preámbulos. Ni siquiera tuvo que armarse de valor o escoger las palabras precisas. Solo brotó de él con la misma naturalidad con la que lo había pensado:

—Vayámonos de aquí.

Maya alzó la cabeza, sorprendida por dicha revelación.

Ambos llevaban tiempo en el estanque azul, porque el agua tibia le hacía bien a Jasper y sus dolencias. En el pasado, cualquiera que no fuese Isis se hubiese quemado al meterse allí, pero Maya, con su habilidad de controlar el agua, había ingeniado un proceso de enfriamiento usando hielos para que el agua se templara. Duraba poco, pues el estanque era un ente que volvía a su estado natural extremadamente caliente.

Jasper estaba metido dentro y Maya estaba fuera, sobre el borde seco, jugando con los cabellos húmedos de él y masajeándole las sienes. Pero todo movimiento de dedos se quedó en pausa al escucharlo hablar.

—¿Irnos de aquí? —Ella enderezó la espalda, reflexiva—.  ¿Te refieres a irnos del castillo?

Jasper giró la cabeza, sus ojos negros la miraron con un ligero matiz resplandeciente. Era tan pálido, tan bizarro y bello... Todo a la vez. Como mirar a la muerte a la cara y desearla. Estar al borde de un precipicio y saltar sin miedo.

Maya meditó en lo enamorada que se sentía del príncipe de las tinieblas. Era el conjunto de cada detalle que constituía Jasper Dónovan. La piel, translúcida como el hielo tallado por el viento del norte. Las líneas de su rostro marcadas con delicadeza sobrenatural, como si hubiera sido esculpido por el mismísimo tiempo en sus momentos más lúgubres. Sus ojos, profundos, dos pozos de miedo en los que se perdían las almas más valientes. Y su cabello, azabache como la noche eterna de Balgüim, caía húmedo sobre sus hombros desnudos.

LEGENDARIOS3️⃣ENTRE LAS GARRAS DE UNA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora