Es un capullo

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Claire 

Oliver es un capullo. Esto es en lo único que puedo pensar cuando inserto la llave del piso que comparto con Peyton dentro de la cerradura. Sigo en shock después de lo sucedido hoy en el trabajo. Siempre he creído que la vida está conformada por una sucesión de casualidades, sin embargo, hay casualidades tan inverosímiles que son difíciles de digerir como tal. Que un habitante de Greenstone, el pueblecito de 5.000 habitantes en el que viví durante más de una década, haya decidido sumarse a nuestra demanda colectiva, no puede tratarse de algo fortuito. Además, no se trata de un habitante cualquiera. Se trata de Edward Marshall, el exalcalde del pueblo, el hombre con el que mamá tuvo una aventura.

Cuando entro en el piso lo primero que hago es llamar a Peyton a voz en grito. Peyton trabaja telemáticamente la mayoría de los días, a pesar de que la multinacional tecnológica para la que trabaja tiene una sede física en Nueva York. Su jefe le da bastante libertad ya que Peyton es una de las ingenieras en seguridad informática más codiciadas del mercado, y su sueldo es tan alto que, en realidad, podría pagar el piso que compartimos ella sola. Incluso podría comprar uno mejor donde quisiera. No lo hace porque dice que le encanta vivir conmigo, y porque en realidad para Peyton los lujos son prescindibles. Ella con un ordenador y cola light fresca en la nevera ya es feliz.

Dejo el bolso y el abrigo sobre el sofá y ella sale de la habitación a toda prisa con los cascos inalámbricos con micrófono incorporado colgados del cuello, lo que me hace suponer de inmediato que he interrumpido alguna sesión de juego online. A Peyton le encantan ese tipo de juegos. Igual que a Seth, mi ex. De hecho, más de una vez jugaban juntos hasta las tantas.


—No te creerás lo que me ha pasado hoy —digo entrando en mi dormitorio. Dejo la puerta abierta a mi paso, me desvisto y elijo un pijama del primer cajón de la cómoda sin dejar de hablar—. Vas a quedarte muerta. Yo aún estoy intentando asimilarlo.

Peyton me observa desde el quicio de la puerta con una expresión críptica que me hace perder el hilo de lo que digo al instante. Es entonces cuando me fijo en la caja de cartón que hay sobre mi cama; yo no la he dejado allí.

—Seth ha venido a devolverte tus cosas y a llevarse las suyas —me explica.

—Debería haberme avisado —musito disgustada—. No me hace gracia que haya entrado aquí sin mi presencia.

—Yo lo supervisé, tranquila.

—Ha venido cuando sabía que no estaría para no tener que enfrentarse a mí. Menudo cobarde —digo entre dientes mientras acabo de ponerme el pijama—. ¿Y te ha dicho algo?

Peyton me mira enigmática unos segundos y, finalmente, niega con un movimiento de cabeza.

—Nada relevante, la verdad. —Se encoge de hombros y suelta un suspiro—. Pero bueno, piensa que en el fondo te ha hecho un favor. Así no tendrás que volver a verlo.

Supongo que tengo razón, pero eso no lo hace menos doloroso. Me acerco a la caja de cartón y la abro. Hay ropa y otros objetos míos que dejé en su casa por necesidad o descuido. Curioso que una relación de año y medio quepa sin problemas en una caja de cartón de tamaño medio.

Entre Leyes  y Suspiros (Libro 2: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora