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POV LISA.

Tierra llana y cielos despejados hasta donde alcanzaba la vista, Norfolk hacía honor a su reputación.

Lo que no esperaba era que me impresionara tanto la belleza del paisaje.

Me había criado en Londres.

Quizá fuera de la parte más frondosa, pero era imposible escapar del aburrido zumbido del tráfico allá donde estuvieras.

Sin embargo, allí era como si el tráfico invadiera el paisaje y no al revés. Había verde por todas partes. Tal vez estaba tan entusiasmada por haberme quitado a Craig de encima que todo me parecía precioso.

Cuando le dije a Bernie que había conseguido una invitación para ir a casa familiar de Jennie, en Norfolk, se mostró casi tan entusiasmado como yo.

No hizo mención de compartir notas con Craig, aunque sabía que mi veterano compañero no iba a rendirse tan fácilmente.

Tenía que hacer que el fin de semana diera sus frutos.

Miré a Jennie, que conducía.

—El paisaje es precioso.—comenté, contemplando los penachos blancos que surgían entre la hierba y que separaban el curso del agua de la enorme extensión de cielo azul que se extendía frente a nosotras—. ¿Esta parte ya son las broads? .—pregunté, refiriéndome al arroyo que corría paralelo a la carretera. Ya había oído hablar de las broads de Norfolk, unas anchas lenguas de agua que surcaban las llanuras, pero no estaba del todo segura de qué masas de agua incluían.

—Creo que, técnicamente, solo los pantanos y lagos son broads, pero imagino que estos riachuelos fluviales son afluentes.—dijo.

—Dios mío, si hay un molino de viento.—exclamé al girar en la siguiente curva—. ¿Estamos en Ámsterdam?

Se le crisparon las comisuras de los labios como si intentara reprimir una sonrisa.

Pero no era lo único que reprimía.

Era como si Jennie hubiera levantado una especie de muro invisible entre nosotras durante los últimos días.

Cualquier pizca de flirteo ocasional había desaparecido; la familiaridad que no había valorado antes de que empezara a desaparecer se había esfumado.

Si tuviera que ser sincera, debía reconocer que era lo mejor para evitar que las aguas se enturbiaran, pero me calentó el estómago pensar que le costaba dejar de sonreír cuando estaba conmigo.

—Bueno, hace ocho mil años, antes de separarnos del continente, habría sido un viaje corto. Ahora está a unos cien kilómetros en barco. Pero seguimos estando más cerca de Ámsterdam que de Londres.

—Si no tuviera tantas ganas de conocer a tu familia, diría: «Venga, subámonos a ese barco». Nunca he estado en Holanda.

—No hay necesidad ahora que has estado en Norfolk. Es prácticamente lo mismo. —Me sonrió y giró bruscamente la cabeza hacia la carretera. Casi podía oír la reprimenda mental que se estaba dando a sí misma. Al parecer, Jennie había decidido que dedicarme una sonrisa era ir demasiado lejos—. Y no estés tan emocionada por conocer a los Kim, puede que te decepcionen. O, al menos, acabarás conmocionada. Hacemos mucho ruido cuando estamos los cinco. Yo estoy acostumbrada y aún me cuesta un poco adaptarme cuando regreso.

Me encogí de hombros.

Estaba deseando ver de dónde procedía Jennie, del tipo de familia que había criado a alguien con tanto éxito.

—Pero no creciste por aquí, ¿verdad?

—No, crecimos en Battersea. —Sus labios adoptaron esa familiar línea recta y sujetó el volante con un poco más de fuerza—. Mis padres estaban en Londres, trabajando en hospitales universitarios, así que teníamos que vivir lo más cerca posible.

Ceo KimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora