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POV LISA.

Mientras abría los ojos ante el incesante pitido de los correos entrantes, el recuerdo de la noche anterior empezó a recomponerse.

Todavía llevaba puesta la bata.

Y ni siquiera había cerrado la persiana de mi habitación ni me había metido bajo las sábanas.

Miré hacia el escritorio y vi la prueba irrefutable.

Una copa de vino medio vacía cubierta de manchas de dedos.

Me había emborrachado con mi madre.

Se me dibujó una sonrisa en los labios.

Había sido divertido. Y había llegado a comprender una faceta diferente de ella y de su trabajo.

Mierda.

Tenía que llamar a Joan.

Cogí el teléfono, que estaba en precario equilibrio sobre la mesilla de noche, y me senté con los pies colgando de la cama.

Eran casi las ocho, lo que significaba que podía pillar a Joan en su mesa antes de que Bernie llegara unos veinte minutos después.

Marqué el número y ni siquiera sonó antes de que ella contestara.

—Hola, Joan, esperaba que pudieras hacerme el favor de borrar el correo que le envié a Bernie anoche. El que tenía adjunto el perfil de Jennie Kim.

—¿El de las seis y media de la tarde? .—preguntó.

—Sí. Ese mismo. Voy a enviarle una versión revisada.

Oh, llegas demasiado tarde. Falló un artículo en el último minuto y publicó tu historia en su lugar.

Me invadieron unas náuseas que no tenían nada que ver con el vino rancio que había al otro lado de la estancia.

—¿Estás segura? .—pregunté.

Desde luego.—respondió Joan—. Estaba encantado con él. Y aliviado de tener algo. Puedo enviarte el enlace si quieres. También está en la página web.

Por supuesto que lo estaba.

—No te preocupes. Lo encontraré.

Felicidades por tu primer artículo en el Post.

Mi sonrisa fue más bien una mueca de dolor y me esforcé por parecer alegre cuando le di las gracias y colgué.

¿Qué iba a hacer?

Me tapé los ojos con las palmas de las manos y me dejé caer en la cama, intentando pensar en una solución.

Tal vez podía hablar con el presidente de Astro.

Quizá estaba exagerando y nadie iba a leer el artículo.

Mi teléfono volvió a sonar y, al deslizar el dedo por la pantalla, vi veinte veces más mensajes de los que normalmente podía tener durante la noche.

Oh, Dios. Esto no puede ser bueno.

Mientras me desplazaba por ellos, vi un montón de felicitaciones. Luego, uno de Chaewon que decía «Llámame». Y también había otro de Jennie.

Los latidos del corazón me inundaban el pecho como caballos en el Grand National. ¿Se había arrepentido de las cosas que me había dicho? ¿O solo había leído el perfil?

Hice clic en el mensaje y una línea llenó la pantalla de mi teléfono:

De tal palo, tal astilla.

Me dio un vuelco el corazón.

Su decepción era un peso físico en mi
pecho.

Ojalá lo que decía fuera cierto y hubiera seguido el consejo de mi madre antes de enviar ese maldito correo.

Tan rápido como pude, me preparé para ir a trabajar y salí corriendo de casa en dirección al metro. Entre otras cosas, de ninguna manera iba a permitir que Craig anunciara en la reunión de personal que me acostaba con Jennie. Había aprendido la lección en cuanto a guardar secretos. Iba a decírselo a Bernie yo misma antes de que Craig hablara con él para que viera por sí mismo que no había comprometido mi trabajo.

Una de las ventajas de seguir viviendo con mis padres era que solo había cuatro paradas de metro hasta el trabajo. De milagro, llegué a mi mesa justo cuando la gente empezaba a entrar en la reunión de personal de los lunes. Iba a tener que ponerme al día con Bernie más tarde.

—Enhorabuena por el artículo.—me felicitó Cindy mientras se dirigía a la reunión.

—Sí, tu minuciosa investigación ha dado sus frutos, Lalisa.—comentó Craig, acercándose por detrás.

Miré hacia el despacho de Bernie.

¿Le había contado lo mío con Jennie?

Bernie se asomó al marco de la puerta, recorrió el despacho y me miró.

—¡Lalisa! .—gritó—. Ven aquí. Joan, llegaré un par de minutos tarde a la reunión. ¿Puedes asegurarte de que todos tengan una copia de la edición del domingo?

Craig debía de haber hablado con él.

¿Por qué si no iba a retrasar la reunión de personal? No me quería allí. Iba a despedirme antes de que tuviera la oportunidad de explicarme.

¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Por qué había tirado por la borda el trabajo de mis sueños por unos momentos robados con Jennie? Me merecía todo lo que me pasara.

Joan pasó corriendo a mi lado, con expresión neutra.

Seguro que había visto miles de veces esa escena: algún periodista que se boicoteaba a sí mismo y era despedido.

—Hola, Bernie.—le dije al entrar en su despacho.

—Has hecho un buen trabajo con el artículo sobre Jennie Kim. Fue una perspectiva muy fresca y me gustó que no lo hicieras pasar por una víctima o una santa. Muy bien hecho.

—Gracias.—dije, esperando el «pero».

Me miró desde su escritorio.

—Siéntate.

Allí estaba.

—Hoy tengo noticias.—dijo Bernie mientras garabateaba algo en su cuaderno.

No iba a negarlo.

Por encima de todo, no iba a mentirle a mi jefe.

—He estado hablando con la junta.—me comunicó—. Y he conseguido algo de presupuesto extra. Voy a crear un nuevo puesto de redactor. Te quiero en nómina.

Era lo último que me esperaba que dijera.

—¿Quieres decir después de la baja por maternidad?

—Sí, quiero que te quedes en el equipo. Este artículo me ha impresionado mucho. Me ha parecido perspicaz y está bien escrito. Redescubriste la historia, le diste un giro inesperado y la entregaste casi una semana antes de la fecha límite. Estoy deseando ver lo próximo que nos traes.

En otro momento, me habría deshecho en agradecimientos, pero las palabras de Bernie me supieron amargas.

Un contrato indefinido con el Post era todo lo que había querido en mi vida, y la historia de Yuna podía ser mi Watergate. Habría tenido que estar arrancándole la mano a Bernie de la fuerza con la que se la estrechara y luciendo una sonrisa del tamaño de China.

Pero no sentía nada más que vacío.

Ceo KimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora