PRÓLOGO

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¡Hola! Antes de comenzar, me gustaría pedirte que me siguieras y apoyaras los capítulos con tu voto. Mi sueño es ser escritora, y tú puedes ayudarme a conseguirlo. Espero que dejes tus comentarios, sobre todo, para ayudarme a mejorar. 

Este es un borrador sin corregir, por lo que puedes encontrar alguna que otra errata durante la lectura. 

Espero que disfrutes y logres sumergirte en el mundo de William y Elena.

Un abrazo.

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Irlanda, 2005.

William

Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho intentando procesar lo que mis ojos acababan de ver. Apenas tenía nueve años, pero estaba más que seguro de lo que había sucedido unos minutos antes: Aileen se había montado en una furgoneta. No me hubiera resultado extraño raro si la furgoneta hubiera sido negra, como siempre, pero esta vez era plateada. Todo pasó tan rápido... No alcancé a ver más que a un hombre rapado, con traje y gafas de sol oscuras, abriéndole la puerta a la niña y cerrando una vez se hubo sentado. ¿Es que nadie más lo había visto? Mi madre estaba acuclillada, ajustándole la mochila a mi hermano pequeño, diciéndole que estaba hecho todo un hombrecito y que pronto iría a la escuela "de los mayores", como yo.

Mis ojos se movían de un lado a otro, buscando al hombre al que Aileen siempre llamaba "tío John". No estaba, y la furgoneta negra tampoco. Todo el mundo sabía que la amiga de mi hermano venía de una familia con mucho poder, tanto social como económico, y no era de extrañar que cada día la recogiera un guardaespaldas diferente. Pero siempre, siempre, había sido una furgoneta negra. Esta era plateada. Lo que sí había visto con claridad era la matrícula: 962-D-7453. Esa serie se había grabado a fuego en mi mente. Apenas unos minutos después de que el vehículo plateado abandonara la calle, agarré la chaqueta de mi madre y señalé con el dedo la furgoneta negra que acababa de parar frente al colegio, dejando en el asfalto las marcas de los neumáticos al girar la esquina, saltándose todos los límites de velocidad y poniendo en peligro a saber cuántos niños. Connor, mi hermano, se aferró a la falda de nuestra madre, asustado, y se escondió tras ella. Todo fue un poco caótico: muchos padres se asustaron, pero ninguno tenía el rostro tan desencajado como el del tío John cuando se bajó de la furgoneta y comenzó a buscarla por todas partes, intentando encontrar a la niña entre la gente.

— ¡Aileen! —gritó, desesperado—. Hijos de puta —murmuró al pasar a mi lado, dedicándome una mirada fugaz antes de llevarse las manos a la cabeza rapada y pulsar un botón del audífono que llevaba ajustado en la oreja—. Se la han llevado.

Apenas fue un susurro, pero esa frase se repitió en mi mente cada día y cada noche durante los siguientes dieciocho años.

«Se la han llevado.»

Lo que vino después no ayudó demasiado. Tan solo era un niño asustado que no estaba seguro de lo que había visto. Guardé silencio por miedo a las represalias. Más bien por miedo a que la familia de Aileen tomara venganza contra mí, mi hermano o mis padres por no haber hablado antes; porque era un niño introvertido y me costaba hablar, y lo que vi aquel día me había hecho ser más inseguro aún. Mantuve silencio cuando comenzó la investigación policial, me mordí la lengua cuando el inspector, quien había hablado con todos y cada uno de los niños de la escuela primaria, llamó a la puerta de mi casa, pidiendo permiso a mis padres para hablar conmigo.

— William King —carraspeó, acuclillándose frente a mí, que estaba sentado en una silla de comedor. Los rizos pelirrojos me caían por la frente, húmedos, porque acababa de salir de la ducha. Llevaba llorando en silencio cada noche desde aquel veinte de diciembre—. Han pasado cuatro días desde que se llevaron a Aileen Kinahan, lo sabes, ¿verdad? —Asentí una vez, sin atreverme a mirar al enorme señor de no más de treinta y cinco años que tenía delante; parecía bastante joven para su cargo—. Algunos compañeros tuyos recuerdan una furgoneta gris, ¿la viste? —Asentí de nuevo, dubitativo. No la había visto solo yo, entonces—. Bien, esto puede ayudarnos, muchacho —apremió con una sonrisa tranquilizadora que casi me hizo querer contarlo todo—. ¿Viste algo más? Una persona, una matrícula... ¿Recuerdas la matrícula? O al menos algún número.

Miré a los ojos al inspector y aunque mi corazón me pedía hablar, decir en voz alta los números que recordaba, algo oscuro en la mirada del hombre me hizo cambiar de opinión. Acabé negando con la cabeza. Ningún niño con nueve años tendría por qué fijarse en eso, nadie sospecharía de mí o de mi familia, no estaríamos en peligro. Pero aun así mi inocencia me impulsó a decir algo más.

— Un hombre vestido de negro la subió a la furgoneta —murmuré de manera casi inaudible, pero lo suficientemente alto como para que al inspector le brillaran los ojos, esperanzado.

— ¿Qué recuerdas de ese hombre, chico? —Se inclinó hacia adelante, con el bolígrafo sobre su libreta, y susurró—. Color de ojos, del pelo, descripción física... Vamos, muchacho, puedes ayudarnos a encontrar a tu amiga.

No era mi amiga. Era la mejor amiga de mi hermano pequeño y yo solo había coincidido con ella alguna vez en el parque o en el jardín mientras jugaba con Connor. No era mi amiga. Negué con la cabeza, cerrándome en banda de nuevo.

— William —advirtió con seriedad—. Si sabes algo tienes que decirlo. Si no nos lo cuentas, estarás cometiendo un delito y...

— Suficiente —interrumpió mi madre, poniéndome una mano en el hombro y dándome un pequeño apretón—. Me va a tener que disculpar, inspector, pero no puedo permitir que asuste a mi hijo de nueve años en Nochebuena. Will no sabe nada más, es solo un niño.

— Señora King, su hijo...

— Mi hijo va a ir a ponerse guapo —me sonrió cálidamente—, porque esta noche cenará con su familia y abrirá los regalos debajo del árbol —sentenció ella, empujándome con suavidad para que le diera la mano a mi padre y subiera las escaleras para prepararme—. Y ahora, si me disculpa, tendré que invitarle amablemente a marcharse. Tengo la cena en el horno, inspector O'Connell.

El inspector y mi madre batallaron con la mirada durante unos segundos que parecieron eternos, mientras yo les observaba desde las escaleras, asustado. Pero finalmente el hombre asintió, cerrando la libreta con un golpe seco y recogiendo su maletín en silencio. Caminó con firmeza hasta la puerta y, mirándome por encima del hombro, asintió con la cabeza a modo de despedida. Me tensé, agazapado en las escaleras para observar cómo el señor se marchaba.

— Feliz Navidad, familia King.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora