Capítulo 34

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Elena

Llevaba casi una semana en Marbella. De no ser porque estaba viviendo en casa de los Sagasta, jamás habría dicho que lo sucedido en los últimos meses fuera real. Cuando mi padre llegó de Irlanda, se limitó a asegurarme que William estaba vivo y que, si no hacía nada indebido, seguiría así; también dijo que su familia estaba a salvo. Le creí, aunque estar vivo y estar bien son términos muy distintos, y algo dentro de mí me decía que Will no estaba precisamente bien. También me contó la misma historia que Derrick. La misma que John. Me pidió perdón por no habérmelo dicho antes, pero, ¿cómo juzgarle? Estaba atado de pies y manos, todos lo estamos en este mundo, por alguien, sea quien sea, aunque nos creamos invencibles. No le guardaría rencor nunca, jamás, porque era mi padre, aunque no fuera de sangre, y no por ello lo vería diferente. Su actitud conmigo tampoco había cambiado, seguía siendo él, solo que ahora llevaba una carga menos sobre sus hombros, y eso me gustaba. Me había asegurado no estar preocupado por los Byrne, alegando que era una familia muy cerrada y sus relaciones no salían de Irlanda y Reino Unido, que no teníamos nada que temer aquí. Que esto era suyo. Su mundo, su ciudad, su gente. Estábamos a salvo. Y por eso habíamos vuelto a casa, para celebrar fin de año, para dar entrada a una nueva etapa, para cerrar acuerdos en Irlanda y poder presentarme, de una vez por todas, a mis padres biológicos. En otras circunstancias, esa última frase me habría hecho temblar; pero, llegados a este punto, pocas cosas serían capaces de lograr esa reacción en mi cuerpo. Hoy, a lo largo del día, estaríamos recibiendo visitas de algunas familias, que compartirían la cena en nuestra casa como símbolo de tregua. Los Miramar, por ejemplo, trajeron una cesta con los mejores vinos, dulces y secos, tintos, blancos y rosados, para desearnos un feliz año nuevo; y parecieron sinceros al verme, de hecho. Por otro lado, los Pieldelobo deberían estar a punto de llegar. Bajé las escaleras en cuanto escuché el timbre y Ferno ladró un par de veces, alerta.

— Cuanto me alegro de verte, querida, estás estupenda. —Sara, la madre de Daniel, me dio dos besos en las mejillas, sonriente, radiante, como siempre era. Una mujer elegante de la cabeza a los pies, como su familia al completo—. Estábamos preocupados, Elena, pero entendemos por qué lo ha hecho tu padre. Era lo mejor para ti.

— Qué maravilla verla, señorita Ribera —saludó Ignacio, su marido, estrechándome la mano con un brillo alegre en la mirada. Desde luego, parecía que las tensiones entre las familias se habían disipado.

Saludé a Diego, el hijo mejor, que apenas iba a cumplir la mayoría de edad, y luego me fijé en su hermano mayor, Daniel, que parecía más adulto, y sabía que era porque su padre le había pedido que ahondara en sus negocios. Supongo que todos, en algún momento, hacemos "click" y algo cambia dentro de nosotros; no sabía lo que Daniel habría visto en estos últimos meses, pero no parecía tan alegre y descarado como siempre. Le sonreí levemente y él asintió con la cabeza a modo de saludo.

—Ignacio, Sara, ¿por qué no probáis el vino que ha traído Miranda? —propuso Armando, sonriente, y después le puso una mano en el hombro a Diego—. Y tú también puedes probarlo, muchacho.

Me dedicó una mirada cómplice, llevándose a la familia Pieldelobo, a excepción de Daniel, consigo. Él dio un pasito hacia adelante, acortando la distancia entre nosotros.

— Te he buscado por tierra, mar y aire, Elena —comenzó a decir—; he dispersado equipos de búsqueda con la ayuda de mi padre por todas las capitales, trabajando codo con codo con tu padre. Lo entiendo, entiendo por qué ha debido ser así, pero podrías haber confiado en mí —susurró al final.

— Lo siento. Sé que no ha sido justo para nadie. Para mí tampoco lo ha sido. —Me crucé de brazos, negando con la cabeza—. Vivo con una pistola invisible apuntándome a la sien. —Miré a mi alrededor, pellizcándome los nudillos. Miré a mi padre, con Victoria, su prometida, a su lado, charlando con los Miramar y los padres de Daniel—. ¿Quién me dice que el enemigo no estará aquí esta noche, o que no está ya aquí? ¿Quién me dice que el enemigo no eres tú? —Le miré a los ojos, que brillaban, curiosos, y sacudió la cabeza.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora