Capítulo 35

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Elena

La cena no fue para nada tensa. Casi parecíamos personas normales teniendo una cena normal. Aunque no lo éramos, nunca lo seríamos, y todos lo teníamos claro. Por algún motivo —culpabilidad, supongo— la imagen de Nora, la madre de Will, se me apareció en la cabeza al mirar a una de las mujeres del servicio que acababa de rellenar la copa de vino de Roberto. ¿Era justo? No lo sé. Lo que sí quedaba claro es que tanto mi padre como Roberto habían luchado para llegar a esto, aunque hubieran tenido que utilizar y pisar a todo tipo de personas para hacerlo. Pero así funciona el mundo en el que vivimos, unos ganan y otros pierden, algunos están arriba y otros abajo. Algunos viven y otros mueren. Removí algunas verduras asadas con el tenedor, frunciendo ligeramente el ceño al pensar en el padre de William. Muerto.

— ¿Tú que dices, Elena? —Levanté la cabeza al escuchar mi nombre, y entreabrí la boca, mirando a Claudia, sin saber qué responder.

— ¿Todo bien, Leni? —Vero ladeó la cabeza, con expresión preocupada.

— Sí, solo pensaba. —Sonreí débilmente, pero ella no pareció convencida.

— Le decía a Daniel que, ahora que todos estamos comenzando a entrar en los negocios de nuestros padres, deberíamos llevarnos bien y trabajar codo con codo para mejorar la situación —dijo Claudia, alzando la barbilla.

— Mientras respetemos las jerarquías, así será —me limité a responder, llevándome el tenedor a la boca.

Siguieron hablando, y mientras, yo buscaba a Oscar entre los trabajadores, que se paseaban de un lugar a otro. Quizás estaba comiendo con el servicio, o se había marchado a la mansión de los Sagasta. No podía dejar de darle vueltas a dónde y cómo estaría William. Sentía que estaba obsesionada. Por la culpa, por el miedo, por la preocupación. Por lo que sentía por él. Le echaba de menos, no mentí al decirlo en voz alta. Pero, pensándolo en frío, puede que esas palabras hicieran más mal que bien. No debería haberlo llamado.

Mis ojos se dirigieron a mi padre casi por inercia cuando Derrick se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro, y Armando se disculpó con los demás y se alejó hacia uno de los extremos de la habitación. Sus cejas se dispararon cuando su guardaespaldas habló, sacudió la cabeza, le dio una palmadita en el brazo y asintió varias veces. Después, Derrick se marchó y mi padre volvió a la mesa. Nuestros ojos se encontraron a pesar de la distancia que nos separaba, y sus labios se unieron en una línea fina y tensa. Victoria entrelazó su brazo con el de él, dándole un beso en el hombro para llamar su atención, y le susurró algo al oído que hizo que mi padre apartara la mirada de mí y la centrara en ella.

— ¿Sabes que se rumorea que los Rodríguez-Castellar van a volver? —susurró Vero por encima de la mesa—. No sé quién va a darles la bienvenida, pero estoy segura de que nosotros, no.

— Armando le volará la cabeza a cada uno de ellos antes de que pisen la ciudad —comentó Daniel, con la mirada fija en su copa—. Y si no lo hace él, lo haré yo. —Me miró, entornando los ojos.

Verónica y Claudia soltaron una pequeña carcajada que no comprendí, y sacudí la cabeza, forzando una sonrisa, para no desencajar.

— Y, oye, Elena... ¿Qué ha pasado con el pelirrojo? ¿Lo has abandonado en Irlanda? —Claudia ladeó la cabeza, curiosa, y yo me encogí de hombros.

— Su contrato era para tres meses. Lo ha cumplido —respondí con la voz seria, sin emoción.

— ¿Y ahora?

— Ahora no necesito más seguridad.

— ¿Tan segura estás?

Nos sostuvimos la mirada en una lucha silenciosa. Vero, sentada a su lado, la empujó con el hombro, soltando una risita incómoda.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora