Capítulo 26

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Elena

Había escrito la nota en un papel, asegurándome de mancharla de sangre todo lo posible, y William había vuelto a la mansión mientras Derrick se quedaba conmigo. Estábamos en medio de la nada, en su coche personal, un BMW clásico que llevaba media vida con él. No paraba de sacar gasas y productos para limpiarme las heridas, mientras yo refunfuñaba en voz baja, porque con él sí podía permitirme el lujo de quejarme.

— Cualquiera diría que no te alegras de verme. Parece que quieras matarme tú —gruñí mientras él me limpiaba los brazos, sujetándome las muñecas y frotando con fuerza. Apenas enarcó una ceja, ignorándome—. Han estado a punto de matarme, finge que te alegras de verme, al menos —continué quejándome.

— A las cinco de la mañana te irás en un yate con William, el capitán, y cuatro hombres de tripulación que están entrenados como seguridad privada. Son alemanes, no saben quienes sois ni por qué os vais, solo que están contratados durante dos meses para que recorráis Europa como una pareja de millonarios recién casados —explicó, sin mirarme—. Obviamente no son imbéciles, y saben que la cantidad de dinero que hemos pagado y la urgencia no son para celebrar una luna de miel. Pero estarán callados. Y vigilados. —Soltó un suspiro y, por primera vez en toda mi vida, casi me parecía cansado.

— ¿Y tú? ¿No puedes venir? —Fruncí el ceño, repentinamente insegura. Él dejó de limpiarme y levantó la cara para negar con la cabeza—. ¿Por qué? Mi padre tiene más gente de seguridad, puede apañárselas sin ti. Yo te necesito a mi lado. —Sus labios se tensaron en una fina línea y volvió a negar.

— Se vienen tiempos difíciles, Elena. —Se echó hacia atrás, bajó la ventanilla, y se echó agua en las manos para limpiarse mientras continuaba hablando—. Tu padre está a punto de hacerse con el negocio, solo falta cerrar el trato con el distribuidor. Y, por supuesto, no podemos dejar pasar lo que te ha hecho Romeo.

— Me da igual todo eso, Derrick. —Sacudí la cabeza, mordisqueándome el labio inferior frenéticamente—. Contaba contigo.

— Sabes que no puedo hacerlo, niña, deja de insistir —terminó por decir, cortante, y de pronto me sentí una cría a la que estaban regañando. Volvió a suspirar, pasándose las manos mojadas por la cara—. Lo siento. Estarás bien con William.

— Lo sé. —Asentí, abrazándome a mí misma—. Pero contigo me sentiría más segura.

— No me mientas. —Casi se le escapó una pequeña sonrisa, pero sé que la aguantó con todas sus fuerzas—. William es un gran hombre. Tu padre le está confiando tu vida, y le ha perdonado la suya esta noche. —Esa última frase me llamó la atención, y volví a mirarle, esperando que dijera algo más.

— ¿Por qué? —insistí, curiosa.

— El muchacho sabe más de lo que creíamos. Bueno, de lo que creía tu padre porque, en realidad, hace tiempo que sé quién es. —Se pasó la lengua por el colmillo, y se frotó de nuevo los ojos—. Hay tantas cosas que quisiera decirte... Maldita sea —murmuró, echando la cabeza hacia atrás, mirando el techo del coche. Yo le miraba en silencio, temiendo que, si hablaba, él dejara de hacerlo—. William no sabe todo, pero sabe mucho y... no te cierres en banda cuando intente contártelo, Elena, porque quizás encuentres tu camino gracias a él.

— No sé a qué te refieres, Derrick. —Bajé la mirada, intentando entenderle—. Sea como sea, sois mi familia. Y nada va a cambiar eso. Me da igual ser adoptada, ser raptada o ser fruto de un vientre de alquiler —dije con firmeza, estudiando su reacción—; mi padre es mi padre, llevo el nombre de la madre a la que no conocí, y tú siempre serás el hombre al que le debo la vida. Porque si me voy a ir y... si algo pasara, quiero que lo sepas. No os guardo rencor. A ninguno. —Su mandíbula se tensó, pero en ningún momento dejó de mirarme a los ojos—. Eres como un padre para mí. —Fui yo quien tuvo que apartar la mirada, porque esto me sabía a despedida. Con los ojos clavados en el techo, continué hablando—. Cuando echo la vista atrás, nos veo a nosotros, a ti y a mí, paseando por la playa, comprándome un helado y limpiándome las manchas del vestido a regañadientes para que papá no se enfadara, o columpiándome en el parque y sacudiéndome la arena de las manos. Tú también eres mi padre.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora