Capítulo 11

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Elena

Giramos la esquina de la calle derrapando, y el amigo de William, al que se había referido como Oscar, que estaba sentado en los escalones de la entrada del edificio, se levantó a toda velocidad, casi tropezándose, y comenzó a correr hacia mi coche. El pelirrojo lo dejó aparcado de cualquier manera en la bolsa de aparcamiento y me señaló con un dedo acusatorio.

— No salgas del coche.

— Ah, claro, corre tú el riesgo de que te vuelen la cabeza. —Rodé los ojos, sarcástica, pero agarré la tela del costado de su camiseta, tirando de él cuando estaba a punto de bajarse—. Y si te matan, ¿qué?

— Pues llama a tu padre y conduce hasta que te quedes sin gasolina. —Deslizó los ojos hasta mi mano, aferrada con fuerza a él. No me había convencido con esa respuesta—. Elena —me advirtió con voz suave y me vi obligada a aflojar el agarre—. Quédate aquí, solo voy a asegurarme de que está despejado y no nos han seguido.

Me quedé en el coche, repiqueteando con las uñas sobre el salpicadero, siguiendo a mi guardaespaldas con la mirada y viéndolo intercambiar algunas palabras con su amigo. Me ponía nerviosa que estuvieran ambos ahí, al descubierto, como si no pudiera aparecer alguien y matarlos en apenas un segundo. Eran unos inconscientes. Solté un suspiro de alivio cuando sacaron las armas y, mientras Oscar le cubría las espaldas a William empuñando su pistola, el otro abrió la puerta del copiloto y se inclinó sobre mí mientras se quitaba el chaleco antibalas, quedándose con el torso desnudo por unos segundos antes de volver a ponerse la camisa de tirantes negra.

— Levanta los brazos, vamos.

— Pero... —Estuve a punto de protestar, pero él me lanzó otra mirada de advertencia, por lo que cedí sin decir nada más, metiendo los brazos y la cabeza por los huecos correspondientes y dejando que él ajustara el peto con la cinta todo lo posible, aunque me seguía quedando enorme.

— Ponte entre nosotros —ordenó de nuevo, cerrando el coche y colocándose frente a mí. Oscar, caminando de espaldas, se puso detrás con la pistola en alto.

— Los vecinos tienen que estar flipando... —murmuró el moreno, observando los balcones por si hubiera alguien mirando.

— Cállate. Atento, joder —siseó el boxeador, endureciendo la expresión. Abrió la puerta del portal y me dejó pasar primero, casi suspirando de alivio al estar en un lugar que, a primera vista, parecía seguro—. Escaleras. —Señaló con un gesto de cabeza y bajó el arma para seguirme, indicándome la planta a la que debíamos subir.

En cuanto pusimos un pie dentro de la casa se giró hacia mí y comenzó a aflojar las cintas del chaleco; yo levanté los brazos, dejando que me lo sacara por encima de la cabeza. No pude evitar una mueca de molestia cuando me vi las manchas negras bajo los ojos en el espejo del recibidor, y comencé a frotarme con los pulgares para intentar limpiarlas mientras William me observaba con curiosidad apenas unos segundos antes de girarse hacia su amigo, quien ya se había abierto una cerveza y estaba plantado frente el ordenador en la isla de la cocina.

— ¿Has hecho lo que te pedí? —preguntó el pelirrojo, girando sobre sus talones y caminando hacia la cocina.

— Pues claro. —Rodó los ojos como si se sintiera ofendido, estirando el brazo para coger un pendrive negro que había sobre la encimera de la cocina, junto al portátil, para lanzárselo al otro, quien lo atrapó en el aire.

— No quiero que me lo des, quiero que lo revises y me digas quiénes eran esos dos desgraciados. —Se lo lanzó de nuevo, sentándose a su lado, y yo dejé de limpiarme el rímel corrido para unirme a ellos.

Observé en la pantalla una de las pestañas que Oscar se apresuró a cerrar en cuanto me acerqué; parecía una noticia de algún periódico online, o recortes de algún periódico físico. No me dio tiempo a leer ningún titular, tan solo alcancé a ver algunas fotos de una niña y su familia; quizás estuviera investigando algo, sabía que era perfectamente capaz de hacer ese tipo de cosas, pero aun así miré a Will en busca de una explicación que no llegó, porque estaba demasiado concentrado mirando lo que hacía Oscar en el ordenador y ni siquiera se percató de mi mirada. Gruñí en voz baja cuando mi teléfono comenzó a sonar, y ambos hombres se giraron hacia mí con curiosidad.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora