Capítulo 3

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Elena

Como no podía ser de otra manera, salí de la defensa de mi trabajo final de máster totalmente victoriosa. Tardaría semanas en saber los resultados, pero no me cabía duda de que serían, como mínimo, perfectos. Una amplia sonrisa se dibujaba en mis labios de forma involuntaria, caminando con un balanceo suave de caderas, marcadas por los ceñidos pantalones negros de campana; me daba igual quién pusiera la vista en mí o se extrañara de ver a la demasiado formal Elena Ribera así de feliz. Porque lo estaba, muchísimo, y todo lo demás me daba exactamente igual.

Quería volver a casa lo antes posible para contarle a mi padre lo contenta que estaba, darle un abrazo y sentir la mirada de orgullo que él siempre tenía cada vez que me miraba. Pero antes de ir a por mi coche entré al aseo de la primera planta para revisar que no tuviera un pelo fuera de su sitio y que mi pintalabios granate estuviera intacto. Rodé los ojos cuando varias chicas salieron al verme abrir la puerta, cuchicheando, pero recuperé la sonrisa en cuando me incliné hacia el espejo y comprobé que, efectivamente, el moño bajo que tanto me había costado hacer, continuaba tal y como estaba al salir de casa. Giré la cabeza rápidamente, posando mis ojos azules sobre los castaños de la chica morena que acababa de entreabrir la puerta, poniendo un pie dentro del aseo; nos miramos durante unos segundos, hasta que se me escapó la sonrisa y abrí los brazos para recibirla con un pequeño chillido de alegría.

— ¿Y bien? —preguntó Vero al separarse de mí, sonriendo tanto como yo—. He visto tu coche y sabía que estarías aquí. —Señaló el espejo con un ligero movimiento de cabeza.

— Mínimo un diez —respondí sin necesidad fingir modestia.

— Pues ya lo tienes, nena. —Apretó mi mano una vez más y se giró para mirarse en el espejo y retocarse el pintalabios ella también, solo que el suyo era de color chocolate, como su larga melena—. Y ahora, ¿qué?

— Unos meses sabáticos, eso lo tengo claro. —Me encogí de hombros, colocándome bien el bolso—. Podríamos irnos de tour por Europa, ¿qué me dices?

— Tengo los exámenes finales en dos meses, tía —suspiró, apoyando la cadera en el lavabo—. Pero después de eso, donde quieras. Podríamos ir a Malta o a Mykonos, por cambiar un poco.

— Como quieras. —Asentí, dirigiéndome a la puerta—. ¿Nos vemos esta noche?

— No sé si voy a poder, Leni, mi padre quiere que vayamos a no sé dónde a hacer no sé qué —resopló, echándose un poco de perfume en las muñecas—. Pero lo intentaré. Te confirmo al salir de clase.

— No hagas que me enfade, Vero. Ahora puedo meterte en la cárcel —advertí con las cejas enarcadas, pero con una sonrisa divertida en los labios.

— O sacarme... —bromeó.

Reímos con complicidad, despidiéndonos sin necesidad de palabras, y comencé a rebuscar las llaves del Tesla en el bolso mientras bajaba las escaleras principales. Frente al coche, enredadas con una goma del pelo, las llaves cayeron al suelo; me agaché para recogerlas y, al levantarme, mi mirada se encontró con las gafas de sol de un hombre trajeado al otro lado de los aparcamientos, con un mano en la oreja, como si estuviera comunicándose a través de un pinganillo. Me sentí incómoda, observada, pero miré por encima de mi hombro para comprobar que el hombre me estuviera mirando a mí y no a otra persona. Definitivamente, era a mí. Me apresuré a abrir el coche, con una calma fingida, y eché el seguro una vez me acomodé en el asiento; arranqué lo más rápido que pude para dirigirme a casa. Llamé a mi padre a través del manos libres, pero no respondió, para variar. Miré a través del retrovisor y juraría que un coche negro me estaba siguiendo, aunque bien podrían ser paranoias mías; aun así, como mi padre me había enseñado, giré dos veces a la derecha y dos a la izquierda, para comprobar la reacción del otro coche. Sí, me estaban siguiendo.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora