Capítulo 23

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William

Terminé de ajustarme la corbata azul del traje, aseguré las dos pistolas a cada lado del cinturón, y me abotoné la chaqueta, colocando bien las solapas del cuello frente al espejo. Aún no estaba muy seguro de adónde tenía que ir, porque se suponía que Derrick me enviaría la ubicación en una imagen de una sola visualización en cuanto dejara a Elena en casa de los Sagasta. No saber nada de la situación me tenía de los nervios, porque me hacía entender que no era especial, que realmente Armando y Derrick no confiaban en mí a ciegas como me habían pedido que hiciera con ellos, y que tan solo era un peón más como el resto de sus hombres.

Miré el reloj en mi muñeca; Elena ya debería estar preparada para salir. Levanté la cabeza cuando dos toquecitos sonaron en la puerta, y caminé con calma para abrirla, encontrándome dos enormes ojos azules unos veinte centímetros más abajo; sonreí de lado, divertido, al verla con unos leggins de deporte, una sudadera gris y unas deportivas. A pesar de que llevaba ropa de estar por casa, no podía faltar su afilado delineado negro, dándole ese aspecto felino que tanto me gustaba.

— Vas tarde.

— Queda un minuto para ir tarde —repliqué, mirando por encima de mi hombro para comprobar que no dejaba nada atrás. Por si acaso, le había dado las buenas noches a mi madre y le había recordado lo muchísimo que los quería a todos. Quizás estuviera exagerando, pero la simple idea de acabar en una zanja sin poder despedirme de ellos, me hacía replantearme todo—. Oscar me ha dicho que coja un Volvo del garaje; ¿qué garaje, exactamente? —pregunté, siendo consciente de que no tenía ni idea de dónde estaba el supuesto garaje. Llevaba semanas en la mansión y nunca había visto ningún garaje, ya que el Tesla siempre lo aparcaba en la puerta principal.

— El subterráneo. Venga. —Rodó los ojos, como si escucharme hablar fuera lo más aburrido del mundo, y giró sobre sus talones para dirigirse a las escaleras, dejándome ahí plantado. Definitivamente, a veces era insoportable.

La seguí hasta la cocina y, después, bajamos al sótano, concretamente a la sala de entrenamiento; a un lateral de la amplia habitación, cruzamos una puerta metálica que daba paso a una estancia oscura que olía a gasolina y una mezcla de ambientadores, en la que resonó la voz de Elena con algo de eco.

— El interruptor... —murmuró, palpando la pared—. Aquí.

El enorme garaje se iluminó con luces blancas que fueron encendiéndose por tramos, mostrando una amplia variedad de coches de todos los tamaños y colores, desde los más lujosos hasta las marcas más comunes. Algunos estaban cubiertos con fundas y otros descubiertos por completo, dejando ver en algunos de ellos sus arañazos o, en su defecto, agujeros de balas.

— Son coches secundarios. Por si queremos pasar desapercibidos, ya sabes...

— No creo que con una carrocería agujereada paséis desapercibidos. —Señalé con la cabeza un coche negro completamente agujereado.

— Esos no los usamos. Son para practicar en la sala de entrenamiento —aclaró con cierta molestia—. Allí está el Volvo. —Señaló con un dedo.

Seguí con los ojos la dirección que ella indicaba y, detrás del coche, un poco más a la derecha, la reconocí de inmediato: una furgoneta plateada, matrícula 962-D-7453. Me sabía esa serie de memoria, clavada en mi cabeza y en mis peores pesadillas. Me dirigí hacia ella con los ojos muy abiertos, negando con la cabeza y apretando los puños. Se me iba a salir el puto corazón del pecho. ¿Qué hacía ahí esa furgoneta? Me planté frente a ella, leyendo la matrícula una y otra vez; sentí que se me aguaban los ojos, pero la mano de Elena rodeando mi antebrazo me sobresaltó.

— ¿Qué haces? —preguntó, mirándome con el ceño fruncido y dando un pasito atrás cuando la miré por encima del hombro.

— ¿De dónde ha salido esto? —Puse la mano sobre el capó, frío por la baja temperatura del garaje, y me agaché frente a la parte delantera, recorriendo con los dedos el número nueve de la matrícula.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora