Capítulo 28

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Elena

Es extraño tener paz cuando vives en un mundo caótico en el que siempre debes estar alerta. Así que, por supuesto, la primera semana fue todo un shock para mí. Sin querer, me había vuelto un poco paranoica, y no podía dejar de mirar a mis espaldas todo el tiempo caminando por las calles, temiendo que alguien pudiera aparecer y hacerme daño. Me sentía segura con Will, sí, pero sabía que él estaba tan tenso como yo y, por desgracia, ninguno disfrutó realmente la costa francesa, y tampoco la italiana. Habíamos despertado en Albania y me había pasado toda la noche intentando tranquilizarme porque, sí, teníamos enemigos en Francia e Italia y no hubiera descartado que algo hubiera sucedido allí, pero, ¿quién iba a reconocerme en la ciudad portuaria de Vlöre?

— ¿Qué te apetece hacer hoy? —preguntó él, aún desde la cama, con la vista clavada en el techo mientras yo rebuscaba en el armario.

— Playa. Me he cansado de ver monumentos y piedras antiguas.

— Así que no te gustan los edificios históricos —concluyó, dedicándome una mirada fugaz.

— No es que no me gusten, es que ya hemos visto demasiados —me quejé.

— Entonces, playa.

Asentí, descorriendo las cortinas y dejando que el sol inundara la habitación. Me sentí un poco abrumada al ver que estábamos estacionados en el puerto, y aunque no era una temporada alta de turismo, incluso desde aquí podía ver a la gente paseando por el paseo marítimo y llenando los bares de la costa. Negué con la cabeza; se me habían quitado todas las ganas de bajarme del barco. Era uno de esos días en los que, por algún motivo, mi cuerpo rechazaba por completo las mareas de gente, al igual que sucedió unos días atrás en Roma, que fui incapaz de pisar tierra y pasamos el día en el barco tomando el sol en la cubierta, disfrutando del jacuzzi, y teniendo sexo en todos los rincones posibles de nuestro camarote. Miré a William, que se había apoyado sobre un codo y también miraba la ciudad.

— ¿Has viajado mucho? —Fingí desinterés, pero realmente quería saber más de él.

— No. Irlanda y Málaga es todo lo que conozco.

— Entonces, imagino que te gustaría pisar suelo albanés. —Se me escapó una sonrisa un poco triste y devolví la vista al frente. Realmente él estaba ahí por mi culpa, casi en contra de su voluntad, así que al menos debía esforzarme para que también disfrutara un poco. Aunque me preguntaba hasta qué punto podíamos disfrutar de esto, porque, aunque un viaje por la costa mediterránea pudiera sonar de ensueño, la realidad no dejaba de ser la que era.

Escuché cómo suspiraba y se levantaba de la cama, sus pasos lentos hasta llegar a mí, y me rodeó los hombros con los brazos, apoyando la barbilla en mi cabeza. Era la primera vez que me abrazaba de esta forma tan íntima y, lejos de sentirme incómoda, me gustó. Y eso era un problema. Un gran problema. Porque estábamos destinados a ser un fracaso, así que debíamos limitarnos a las cenas llenas de risas, vino caro, y sexo; mucho sexo. Me aparté todo lo disimuladamente que pude y volví al armario, del que saqué un bikini negro y un vestido con transparencias que resultaba bastante apropiado para una ciudad costera. Me cambié con sus ojos verdes clavados en mí, y él mismo se acercó para anudarme la parte superior del bikini, en silencio. Al girarme, no pude evitar recorrer con la mirada su torso desnudo, repleto de tatuajes y palabras que, para mí, no tenían orden ni significado.

— «Once I'm in the ring, I'm the king» —leí en voz baja, levantando la mano para repasar esa frase con el dedo índice; no pude evitar una media sonrisa. La había leído varias veces a lo largo de esta semana cada vez que nos desnudábamos el uno al otro.

— Una vez estoy en el ring, soy el rey —tradujo al castellano con su característico acento irlandés.

 Hace mucho que no boxeas —murmuré, levantando la vista a sus ojos—. Lo siento.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora