Capítulo 30

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William

En algún sótano de los suburbios de Dublín, la medianoche del día de Navidad, Elena y yo bajábamos unas escaleras infinitas desde las que podíamos escuchar con claridad el griterío y los vítores de la gente, en su mayoría, hombres con gran poder adquisitivo o que simplemente les gustaba ver sangre sobre el hormigón arenoso que conformaba el suelo de El Hoyo. Se podía acceder desde distintas entradas repartidas por la ciudad, pero esta era la más directa y la más cercana al lugar que daba nombre a la organización: un foso de apenas un metro y medio de profundidad, con el suelo gris cubierto de manchas de sangre y otros fluidos que llevaban acumulándose cerca de diez años. Tenía tantos recuerdos ahí dentro, de mis comienzos, de mis mayores logros y mis peores derrotas, que recibirlos todos de golpe me hizo ser consciente de dónde me encontraba.

Llevaba a Elena de la mano, siguiéndome en silencio mientras yo la arrastraba entre la gente. Algunos, en general, los más veteranos, no tardaron en reconocerme. Y no era porque un pelirrojo como yo fuera especial en la ciudad, sino porque la última vez que pisé ese agujero, maté a un hombre. No fue a propósito, y no me enorgullezco de ello; era un combate a K.O., y él llevaba acumulados tantos golpes en la cabeza de combates anteriores que el último golpe que le di le provocó una convulsión que acabó quitándole la vida. Todos los que se movían en este círculo lo sabían.

— El puto King, joder —dijo Mike, casi aullando, y me dio la mano con una palmada sonora—. Imagino que vendrás a ganar pasta, ¿eh? ¿Dónde cojones te has metido los últimos tres años, tío? Pensé que estabas muerto.

— He intentado llevar una vida normal —respondí con el semblante serio, mirando la profundidad de sus ojos negros.

Mike era norteamericano, concretamente del Bronx, y él había sido el causante de todo esto ocho años atrás. Fue su forma de salvarse el culo cuando unos mafiosos quisieron volarle los sesos, retándolos a un combate cuerpo a cuerpo, tres contra uno; sobra decir que, si lo tenía delante de mí, era porque los mató a los tres con sus propias manos. Ancho como un armario, dos metros de altura, y con una templanza y una inteligencia muy superior a lo que se movía en este círculo, y por eso era el que más dinero se embolsaba. Ese hombre había apostado todo por mí la primera noche que Oscar me arrastró a El Hoyo, y desde aquel momento, lo hice de oro; yo, como buen joven e inexperto que tan solo quería redimirse por sus errores, aceptaba los pocos cientos de euros que me ofrecía como recompensa. Más tarde, Oscar y yo descubrimos su truco y comenzamos a apostar bastante y nos repartíamos el beneficio, y aunque Mike intentó echarnos un par de veces porque no le éramos rentables, siempre acababa llamándome para dar espectáculo. Hasta aquella noche. Y ahí decidí que no podía seguir con esto. Y, sin embargo, ahí estaba de nuevo, volviendo a mi mundo.

— Y supongo que se ha quedado en un intento, porque sino no estarías aquí. —Soltó una carcajada, dándome una palmada en el hombro—. ¿Y quién es la muchacha? —Le tendió la mano a Elena y ella se la estrechó con firmeza—. ¿También pelea?

— No. Es una amiga, solo ha venido a acompañarme.

Sentí la mirada de Elena atravesarme como un relámpago, pero decidí no mirarla. Eso éramos, ¿no? Amigos, amantes, protegida y guardaespaldas, dos jóvenes perdidos en un mundo al que no pertenecíamos.

— ¿Y a qué has venido hoy, King? —Me miró de pies a cabeza, casi divertido—. Porque no tienes pinta de ir a matar —dijo con sorna, ladeando la sonrisa.

— No me subestimes —respondí, tajante—. Vengo a por el reto.

— Venga ya, muchacho, ¿quieres que te maten? Te tengo un mínimo de aprecio y por eso te advierto... El nivel ha subido de cojones. No vas a tumbarlos.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora