William
Me sentí tentado a volver y tirarme al mar con ella. Lo juro. Apreté los ojos e intenté concentrarme en salir del bosque, pero todo a mi alrededor eran manchas difusas y borrosas por culpa de las lágrimas, que me ardían en los ojos y los gritos contenidos que me quemaban la garganta. No debería haber cogido ese avión. Ella no hubiera venido a buscarme, no hubiera muerto. Frené de golpe. Nos habían encontrado de alguna manera. Me bajé del coche y comencé a toquetear entre las ruedas hasta que encontré un localizador. Maldije en un grito ronco que necesitaba soltar, porque si no, me ahogaría con él; hice añicos el aparato, y volví a subirme al volante cuando Ferno soltó un ladrido débil, agudo, más parecido a un llanto. Arranqué de nuevo el coche e intenté llamar a Derrick en cuanto me incorporé a la carretera, pero me saltaba el contestador. "Apagado o fuera de cobertura", decía la voz robótica que me respondía una y otra vez.
Tenía que volver a la mansión, avisar a Armando de todo esto y rezar porque me creyera y no pensara que el traidor era yo y me matase sin pensarlo dos veces. Aunque quizás era lo mejor. Morir. Pero Elena me había pedido una sola cosa y yo me aferraría a ella, a su última petición, al perro negro que, desde un primer momento, me había elegido y aceptado para cuidar y proteger a su dueña. Y le había fallado.
— Lo siento —murmuré, y el perro gimió.
Estaba solo. No tenía a nadie. Diez mil euros en metálico, un coche sin apenas gasolina, y un perro herido. Pisé el acelerador y parpadeé para disipar las lágrimas. Tenía que llegar a la mansión, hablar con Armando. Me repetí eso último como un mantra hasta que me encontré subiendo el camino principal de la mansión de los Ribera; blanca, imponente, con sus columnas inmensas y su pórtico triangular y las escaleras que invitaban a entrar. Desde lejos distinguí la puerta abierta y la luz en su interior, pero de la casa no provenía ningún tipo de sonido. Aparqué el coche y acaricié al perro antes de bajarme y entrar sin llamar, empuñando la pistola con las manos temblorosas. El silencio dentro era inquietante, y el recibidor estaba completamente vacío.
— ¿Don Armando? —pregunté con la voz apelmazada, y el eco resonó en los techos altos—. ¿María?
Arrugué la nariz al ver dos cuerpos en el suelo. Un hombre y una mujer del servicio con dos agujeros de balas en la cabeza. Cerré los ojos y solté al aire lentamente, reafirmando el agarre de la pistola y apuntando hacia adelante mientras pasaba por encima de otro cuerpo al entrar en la cocina. Inspiré con fuerza y contuve la respiración al ver a María tirada en el suelo, con los ojos en blanco y un disparo en la frente, con la espalda apoyada en la pared, como si se hubiera agachado pidiendo piedad. Me agaché frente a ella y le cerré los párpados con dos dedos, manchándome de la sangre aún fresca. Tenía que encontrar a Armando. Subí las escaleras del servicio y pasé frente a la habitación de Elena, sintiendo en mi estómago un tirón que me pedía entrar y empaparme de sus recuerdos. Se me aceleró el pulso cuando vi el reguero de sangre que entraba hacia el despacho de Armando, que tenía la puerta entreabierta. Entré y lo vi, sentado en una silla en medio de la habitación, maniatado y amordazado, con una enorme raja en el abdomen por la que no dejaba de brotar sangre. Estaba pálido, sus ojos iban y venían entre el marrón de su iris y el blanco, y cabeceaba intentando mantenerse despierto. Pero se estaba desangrando. Le quité la mordaza, cogiendo su cara entre las manos, dándole unas palmadas para intentar despertarlo. Sus ojos me enfocaron apenas un segundo, pero la sangre brotó de las comisuras de sus labios.
— ¿Quién te ha hecho esto? —gruñí, negando con la cabeza, siendo consciente de que no podía hacer nada por salvarle.
— Roberto —murmuró, ahogándose con la sangre—. ¿Elena...?
— Elena está bien —mentí. No merecía saber que la mujer a la que había criado y querido como a una hija acababa de morir a manos de la hija del hombre que lo había asesinado a él—. Está bien —repetí.
— Bien. —Sonrió levemente y tosió, provocando un nuevo chorro de sangre de su abdomen.
— Armando, tengo que... —Sacudí la cabeza—. Tengo que saber quién es Aileen.
Quizás ella podía darme respuestas. Quizás, junto a ella, podría vencer a todos los hijos de puta que me habían arrebatado mi vida. Que me habían arrebatado a Elena.
— ¿Aileen? —preguntó en susurro, cerrando los ojos.
— No, vamos, despierta —supliqué en voz baja cuando su cabeza cayó hacia adelante—. ¡Despierta, joder! —grité, sacudiéndolo por los hombros—. Por favor.
Había muerto.
Había muerto la única persona que podía darme respuestas.
No solo había perdido a Elena, sino que también había perdido todas las pistas que algún día creí que me llevarían a encontrar a aquella niña. El motivo por el que había decidido quedarme, aunque luego el único motivo fuera la mujer por la que habría dado la vida.
Elena Ribera.
Brianna Kinahan.
Pero, si Elena era Brianna, entonces, ¿quién era Aileen?
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*Nota de la autora*
¡¡SEGUNDA PARTE EN PROCESO!!
Pronto comenzaré a subir los capítulos de la segunda parte.
Gracias por vuestro tiempo y paciencia, y espero leer vuestras reacciones en comentarios.
Por supuesto, si queréis dejar vuestras dudas, predicciones o ideas para la segunda parte, estaré encantada de saber qué pensáis.
Un abrazo,
Laura.
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Golpe de muerte - William & Elena
RomantizmElena, una joven licenciada en abogacía con la vida resuelta, es la hija de Armando Ribera, rey de la mafia de Marbella. Los amigos de su padre son sus amigos y, por desgracia, sus enemigos también lo son. William King es una joven promesa en el mun...