Capítulo 37

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William

Derrick cogió el Jeep de Carlos, le explicó un par de cosas a Elena, y le dio las llaves de su coche, sin apartar sus ojos de los míos en ningún momento, como si mi presencia fuera un enorme problema que tuviera que solucionar tarde o temprano.

— Cuando lleguéis al acantilado, mandadme un mensaje. Cogeré una lancha en el puerto y me aseguraré de que los cuerpos no se queden encallados en las rocas. —Elena, con su mano aferrada a la mía, asintió una vez, seria—. No podemos dejar rastro, porque supondrá la guerra con el resto de familias. Cuando hayamos terminado, nos reuniremos con Armando y valoraremos los siguientes pasos a dar. —Miró la hora en el reloj en su muñeca, y sacudió la cabeza, cansado—. No puedo dormir tranquilo ni el primer día del año —chasqueó la lengua.

— ¿Qué va a pasar ahora, Derrick? —Elena se adelantó un paso, soltándome—. ¿Qué va a hacer mi padre cuando descubra que Victoria está muerta? ¿O que ella era la traidora, aliada con Tomás y Carlos? —Se le descompuso el rostro, como si acabara de darse cuenta de algo muy importante—. Dios, Claudia... Me va a matar con sus propias manos cuando sepa lo de su padre —murmuró, alborotándose el pelo.

— Nadie te va a tocar ni un pelo, ¿me oyes? —Derrick le puso una mano en el hombro, inclinándose un poco para mirarla a los ojos—. Mucho menos ahora que King y yo estamos contigo. Confía en nosotros.

Asentí cuando ella me miró para darle fuerza a su afirmación, y ella suspiró, bajando la mirada. Tenía miedo, podía sentirlo en sus gestos, en sus ojos. Nunca había estado tan asustada, aunque ahora se esforzara por ocultarlo, ni siquiera aquella noche en la que la encontré atada a una silla. Porque en aquel momento tenía esperanza, confiaba en que llegaríamos; pero, ahora, no había nada, solo vacío, solo miedo e incertidumbre. Derrick tiró de su hombro y la abrazó en un gesto fraternal, apoyando el mentón en su coronilla, dedicándome un intento de sonrisa que resultó una mueca tensa. Los hombros de Elena se sacudieron levemente, quizás por un sollozo, y algo se me revolvió en el estómago.

— Os veré después. —Me miró de nuevo, acercándose mí, y me tendió la mano sin apartar sus ojos azules de los míos. Él nunca tenía miedo, pero sentía la tensión en su gesto corporal. Le estreché la mano y ambos inclinamos la cabeza en señal de confianza y respeto.

Tan pronto como nos montamos en el coche escuché un lloriqueo que hizo que me girara en el asiento del copiloto. Me encontré con Ferno, tumbado, herido, mirándome con los ojos tan oscuros como su pelaje, llenos de dolor y cansancio. Elena me explicó lo que había sucedido con Victoria, y aunque mi ceño estaba fruncido mientras la escuchaba con atención, no me sorprendió nada de lo que me había contado. Me contó que María era la madre de Elena Reyes, que había estado a su lado el día en que la asesinaron, y que Armando la acogió en su casa, ofreciéndole su protección. Tenía que hacerle la pregunta.

— Armando me dijo tu nombre.

— Mi nombre es Elena —dijo con firmeza. Siempre tan cabezota. Sonreí de lado, mirándola con orgullo.

— Lo sé. —Estiré la mano para acariciar su pierna, y ella se removió nerviosa en su asiento—. Quería decir tu antiguo nombre.

— Brianna —murmuró ella, apretando el volante con ambas manos—. No tiene importancia. Mi nombre es Elena Ribera, te lo he dicho muchas veces. Me da igual que la sangre de mi padre no corra mis venas, yo soy una Ribera, y nadie va a cambiar eso.

— Y estoy orgulloso de que ames tu apellido —besé el dorso de su mano, dejando mis labios sobre ella unos segundos—; pero es importante que conozcas tus raíces. Sobre todo, ahora, que quizás los necesites de tu lado.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora