Capítulo 4

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William

Ni siquiera sabía por qué había aceptado participar en esa mierda. Si mi entrenador se enteraba, si la federación o mis patrocinadores se enteraban, mi carrera estaría acabada. Quería a Oscar como a un hermano, y ese era el único motivo por el que estaba jugándome todo en esto; eso, y los cinco mil euros que ofrecía la organización al ganador. No había entrada trasera ni seguridad como en las competiciones a las que estaba acostumbrado, pero tampoco es que unos cuantos tíos rapados o con pintas de mafiosos fueran a asustarme después de los años que pasé compitiendo ilegalmente en Dublín. Junto a la caseta de apuestas, había una pantalla en la que iban deslizándose carteles promocionales de los combates de la noche.

"El Matarreyes VS El Rey del Ring"

Fruncí los labios cuando un par de tíos me reconocieron, murmurando frente en toda mi cara y dándome un rápido repaso de pies a cabeza, valorando las posibilidades que tenía contra el ruso. Me crucé de brazos junto a mi amigo, ajustándome el macuto al hombro, cargado con los guantes y la ropa, y escuchando atentamente lo que el comentarista decía por el micrófono, resonando en todos los altavoces del oscuro y abarrotado subterráneo en el que nos encontrábamos.

— En el primer combate de la noche tenemos a Pavel Vasilev, más conocido como El Matarreyes, deleitándonos con su sexto combate en la organización en la categoría pesos medios tras su quinta victoria el miércoles noche. Del otro lado, tenemos al recién llegado y joven promesa del boxeo irlandés, William King, quien se hacer llamar El Rey del Ring; sus habilidades son impresionantes, y no estaría aquí si no supiéramos que supone un gran reto para Vasilev... Ya sabéis que lo que nos gusta es daros espectáculo.

— Atento, van a dar las cifras. —Oscar me clavó un codo en el costado, nervioso, y le dediqué una mirada de molestia.

— Para El Matarreyes, la cuota a la línea de dinero se encuentra en uno con cuarenta euros, para las apuestas al método de victoria tenemos dos con treinta al nocaut, ya que todos sabemos que es su forma de victoria favorita y nos ha regalado dos últimos combates con nocaut... —Reprimí una media sonrisa al oír eso último. También era mi forma de victoria favorita—. Seguimos con dos euros al nocaut técnico, uno con ochenta a decisión técnica y tres euros a decisión.

—  Permíteme anunciar las cuotas para El Rey del Ring, Carlos —se presentó otro hombre mediante el micrófono, carraspeando. Me enderecé, curioso por lo que estuvieran a punto de decir—. Este hombre apunta maneras, queridos asistentes... Llegado de Irlanda —remarcó la erre con exageración—, un boxeador de alto nivel, alta capacidad técnica y de pensamiento rápido. He echado un ojo a algunos vídeos y, madre mía, ¡vaya bicho! —Algunos asistentes aplaudieron y vitorearon, mientras que otros abuchearon al oírlo. Hacía apenas tres semanas de mi último combate y estaba deseando darlo todo en el cuadrilátero—. La cuota a la línea de dinero comenzará en dos con cuarenta, ¡puedes ganar mucho, mucho dinero apostando por King! —Animó a la gente, dando una palmada y frotándose las manos, haciendo contacto visual conmigo y guiñándome un ojo—. Para el método de victoria se dará cinco euros al nocaut, ¡un premio muy goloso! —Soltó una carcajada seca, casi sarcástica—. Tres con cincuenta al nocaut técnico, dos con treinta a decisión técnica y tres con diez a decisión. ¡Os dejaremos darle un par de vueltas! En quince minutos cerramos apuestas para el primer combate de la noche. ¡Mucha suerte a los participantes y a las dos bestias que se enfrentarán en tan solo media hora!

— Cuatro mil euros al nocaut a favor de King. —Me volví a toda velocidad hacia mi amigo, ya frente al mostrador, y lo cogí del brazo, separándolo un momento del mostrador, casi arrastrándolo.

— ¿Estás loco? —Murmuré, inclinándome hacia él.

— Tú no pierdes. —Se alejó un poco, poniéndome una mano en el hombro y zarandeándome con una media sonrisa—. Relájate, Will.

— No te he prestado cuatro mil euros para que los desperdicies, insensato —mascullé entre dientes—. Va a caer por decisión técnica.

— Si sigues con esa mentalidad, mejor ni te subas al ring. —Fruncí el ceño en dirección a Oscar, viendo cómo me daba la espalda y hacía caso omiso a mis palabras, dejando todo el dinero sobre el mostrador y firmando con sus datos en un papel, recibiendo una copia sellada—. Vámonos, tienes que prepararte. —Pasó por mi lado, dándome una palmadita en el brazo.

— ¿Dónde ha quedado eso de las estadísticas, hermano? —Suavicé el tono de voz, bajando el volumen, dejándome guiar hasta los vestuarios. Había logrado calmarme por la insensatez de mi amigo, aunque fuera mucha presión tener que tumbar a ese tío, pero ahora tenía que hacerlo por él.

— Estoy apostando mi vida, literalmente, a que eres el mejor. —Se paró en seco para mirarme, alzando levemente las espesas cejas—. Deberías estarme agradecido.

Respondí con un gruñido, cerrándole la puerta en la cara, quien abrió un segundo después para apoyar la espalda en la pared de hormigón y cruzarse de brazos. Le observé mirar el móvil con rostro serio cuando recibió un mensaje. Chistó la lengua, guardándose el teléfono de nuevo y negando con la cabeza con cara de fastidio; enarqué una ceja en su dirección, esperando una explicación.

— Vuelvo en cinco minutos.

Salió prácticamente corriendo de nuevo hacia el bullicio de gente, dejándome con la palabra en la boca. Me ajusté las calzonas, me refresqué la cara con agua fría, y cogí los guantes para recorrer el camino por el que había venido. Oscar no apareció de nuevo hasta que el árbitro no hubo comprobado mis guantes y vendajes, dándome algunas explicaciones a las que no había prestado demasiada atención, porque lo único que ahora tenía en mente era salir a matar al ruso. Era él o yo, así de simple. Le dediqué una mirada de reproche cuando se mi amigo se colocó a mi lado, casi jadeando, pasándose una mano por el pelo.

— He subido la apuesta a diez mil —admitió mientras me acompañaba a la esquina derecha, colocando la botella de agua y la toalla en el suelo, y sacando el protector bucal de la funda.

— Dime que estás de broma, Oscar Gallagher Rodríguez —dije su nombre lentamente, casi amenazante, y apreté los puños vendados. Él me sujetó la muñeca, sin mirarme a la cara, para ajustarme el guante con una media sonrisa.

— Confía en mí, hermano, lo tengo controlado. —Abrió la funda, metiéndome el protector en la boca y obligándome a callarme. Le dediqué otra mala mirada—. He oído que han apostado cincuenta de los grandes por ti. A nocaut.

Abrí los ojos de par en par, incrédulo. Miré a un lado y a otro, buscando al ser irracional que había puesto tantísimo dinero en mí. Lo mínimo que esperaba era que no me volaran la cabeza si, por algún motivo, perdía esta noche. Negué con la cabeza, incapaz de asimilar las palabras de Oscar.

— ¿Qué...? ¿Quién? ¿Por qué? —Quise saber, nervioso. Intentando hablar con el protector bucal. Había gente con mucho poder ahí dentro, y sabía que acababa de entrar en su juego. Otra vez. Mi entrenador estaría muy decepcionado.

— Se ha corrido la voz.

— Fue un accidente —respondí con la mandíbula apretada, sabiendo perfectamente a qué se refería.

— Tío, ¿qué más da? —Me agarró la cabeza con ambas manos, obligándome a mirarlo, dándome dos palmaditas en las mejillas—. Han sido los Ribera, siempre apuestan mucho dinero al que menos posibilidades tiene. —Señaló hacia la primera fila de la grada con la barbilla, sin dejar de mirarme a los ojos. En los suyos, veía emoción, adrenalina, y ahí me di cuenta de que no sería capaz de sacarlo de este agujero—. Concéntrate, demuéstrales quién eres.

Mi mirada se encontró por un microsegundo con los oscuros ojos del enorme señor rapado de unos cincuenta años que había cerca de mi esquina, en la primera fila. Pero me permití unos segundos más para observar el rostro angelical de la joven de pelo rubio cobrizo que había junto a él, mirándome fijamente con los ojos entornados. Aparté la mirada, repasando lentamente la sala abarrotada rodeando el cuadrilátero central. Oscar pisó la cuerda, levantando la superior con la mano y dándome una palmadita en la espalda cuando me agaché para pasar.

— Vamos, hermano —me animó en un tono confiado. 

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora