Elena
Cuando comencé a abrir los ojos, todo a mi alrededor parecía dar vueltas, y a pesar de que sentía que mi cuerpo estaba inmóvil, las paredes se acercaban y alejaban de mi campo de visión mientras intentaba enfocar la vista en algún lugar. No me costó distinguir las taquillas y los bancos de un vestuario, al igual que el olor a lejía y productos de limpieza que se concentraba en la habitación.
Lo único que se repetía en mi cabeza una y otra vez era el sonido del disparo que retumbó entre las paredes de la mansión, y el hombre enmascarado arrastrándome hacia la puerta trasera mientras iba perdiendo la consciencia. El dolor en mi pecho se hizo más potente al recordar quién más estaba ahí cuando dispararon.
Verónica.
Intenté gritar, pero de mi garganta solo surgía un sonido incomprensible. Mordí con fuerza la mordaza que tenía en la boca, sacudiendo la cabeza para intentar librarme de ella. Me ardían las lágrimas en los ojos pensando en que mi mejor amiga había muerto por mi culpa, porque yo era el objetivo y Vero había sido un daño colateral. Era consciente de que el aire no llegaba bien a mis pulmones, quizás por el cloroformo que había respirado, o quizás porque estaba teniendo un ataque de ansiedad. Era muy probable que, si no moría en este lugar, lo hiciera en otro mucho peor. Tan solo me quedaba agarrarme a la esperanza de que William hubiera entendido la palabra que había escrito a toda prisa con la sangre que tenía en las manos.
Sí, William me sacará de aquí.
Mi cabeza aún no se había recuperado de la persecución de O'Connell y del tiroteo en la azotea, cuando ya se encontraba de nuevo en otra situación similar. No, peor. Hacía un buen rato que había dejado de luchar contra las cuerdas que ataban mis muñecas a la silla, y también de patalear para intentar librarme de las que sujetaban mis tobillos a las patas. El tiempo parecía pasar tan lento que incluso había comenzado a contar los segundos, también para intentar mantener la mente distraída. Seis minutos y treinta y siete segundos. Alcé la cara a toda velocidad cuando las bisagras chirriantes de la puerta metálica sonaron.
No me sorprendió cuando encontré los ojos azules de Romeo Rodríguez-Castellar. Si mi padre daba con él, estuviera yo viva o muerta, este hombre acababa de desatar una guerra en Marbella que haría a cada familia elegir bando. Clavé las uñas en la madera astillada de la silla, impaciente por saber qué quería ese psicópata que me había arrastrado hasta unos vestuarios húmedos y oscuros, atreviéndose a atarme a una silla y amordazarme como si fuera una cualquiera. A mí, a la princesa de los Ribera. Si a Romeo se le había olvidado mi apellido, se lo recordaría con gusto.
— Buenas noches, Elena.
Entorné los ojos al escuchar la tranquilidad en su voz, y me dio más rabia aún cuando se acercó a mí con paso calmado, secándose las manos con una pequeña toalla que lanzó a uno de los bancos antes de rodearme y desatar con extrema lentitud el nudo del pañuelo que me impedía hablar.
— Eres un hijo de puta —gruñí, pasándome la lengua por los labios secos y doloridos por la presión del pañuelo.
— Nos estás poniendo las cosas muy difíciles. —Chistó la lengua, negando con la cabeza—. Seguramente te preguntas por qué estamos haciendo todo esto.
— Como si fueras a explicármelo. —Aparté la vista, resignada, e incapaz de seguir mirando la cicatriz blanquecina en su rostro bronceado.
— Pues, de hecho, ese es el motivo por el que estás aquí.
— Porque tomar un café sería demasiado normal para un tipo como tú, ¿verdad? —ironicé, mirándolo de nuevo.
— Seguramente ya haya alguien de camino, así que seré breve —continuó, ignorando el comentario e irguiéndose para mirarme desde su altura—. Me sería muy fácil matarte, obviamente, pero no es lo que queremos. Y eso es lo que tendrás que decirle a tu padre. Que esto es solo un aviso de lo que podemos llegar a hacer, del poder que tenemos. —Giró a mi alrededor hasta acabar de nuevo detrás de mí—. Que se retire. Y que, si pone una mano sobre mi familia, Elena... —susurró en mi oído, inclinándose sobre mí. Sentí la tela que me había amordazado unos minutos atrás rodearme la garganta, apretando suavemente, haciendo presión en el centro de mi cuello—. ¿Hace falta que te lo explique, princesa?
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Golpe de muerte - William & Elena
RomanceElena, una joven licenciada en abogacía con la vida resuelta, es la hija de Armando Ribera, rey de la mafia de Marbella. Los amigos de su padre son sus amigos y, por desgracia, sus enemigos también lo son. William King es una joven promesa en el mun...