Capítulo 32

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William

Un grito.

El de mi madre, concretamente.

El hueco vacío en la cama, donde Elena se acostó a mi lado apenas unas horas atrás. Se me aceleró el pulso, se me revolvió el estómago. O'Connell, los Kinahan, los Rodríguez-Castellar. Tantos enemigos por el camino. Y uno de ellos se la había llevado. Y otro estaba en mi casa. Salí al pasillo casi tirando la puerta, cogiendo la pistola de la maleta de Elena, intacta.

— Baja el arma, muchacho.

Sentí el cañón helado de la pistola en mi nuca, y solté la mía, con manos temblorosas. Miré a mi madre, que lloraba atada a una silla; mi padre, más atrás, muerto o inconsciente en el suelo de la cocina; mi hermano, caído de su silla de ruedas, arrastrándose hasta mi madre. Y Gerry O'Connell a mi espalda, empujándome hasta la cocina. Miré de reojo a mi padre; no había sangre, pero desde aquí, no podía ver si respiraba o no. Apreté la lengua contra el paladar mientras las lágrimas me ardían en los ojos. Esto no debería estar pasando, joder.

— Siéntate.

Le hice caso, estirando las manos sobre la mesa, mientras mis ojos recorrían de forma compulsiva todo lo que alcanzaban a ver, buscando otros rostros, intentando saber si estaba solo o había alguien más con él, respaldándolo. No podía ver u oír a nadie más, pero intuía que jamás tendría los cojones suficientes de venir aquí sin refuerzos. Lo miré al único ojo que tenía, consumido en rabia, en maldad, y quise matarlo con mis propias manos. Quise arrancarle la lengua, torturarlo hasta acabar con él. Qué imbécil fui creyendo que lo había matado.

— ¿Dónde está Elena? —preguntó, plantando las manos en la mesa.

— Dímelo tú.

Nos sostuvimos la mirada, y su rostro pareció descomponerse un poco, confuso. El mío debía expresar lo mismo, porque frunció el ceño levemente, como si hubiera algo que se le estuviera escapando. Pero, en lugar de actuar con cordura, apuntó a mi padre. Me tensé, haciendo el ademán de levantarme, pero él quitó el seguro del arma, advirtiéndome con un breve gesto de cabeza para que me sentara de nuevo.

— No sé si está muerto o no, King, pero como no me digas dónde está la chica, no te van a caber dudas.

— Te he dicho que no lo sé. —Apreté los dientes, rabiando por dentro. Esto no podía estar pasando—. Mátame a mí, maldita sea. Esto es entre nosotros, tú y yo, deja que se marchen.

— No preguntaré una tercera vez.

Ladeó el rostro, y vi con claridad como le temblaba el ojo y la mano que empuñaba la pistola, y lo supe. Se me encogió el corazón. Si no le daba una respuesta, mataría a mi padre. Mi madre lloraba, y mi hermano ya estaba junto a ella, en el suelo, mirándome con sus ojos azules llenos de lágrimas, de dolor y confusión. De miedo. Todo por mi culpa. Todo por culpa de Elena. Por nuestra puta culpa.

— Está con Davon Kinahan —dije, entornando la mirada, suplicando que esa respuesta fuera suficiente para que se marchara.

Rodeó a mi padre, apoyándose en la encimera, y suspiró con pesadez. Negó con la cabeza, sopesando mi respuesta, estudiando mi rostro con lentitud, buscando algo más. Debería bastarle. Debería marcharse.

— ¿Cómo lo sabes? —Se le arrugó la nariz, y parecía tener un tic nervioso en el labio superior. Estaba nervioso, inseguro.

— Anoche nos recogió un hombre llamado John.

Unas ruedas chirriaron en la calle. Un coche, o varios. Mi salvación o mi perdición, una vez más. Su dedo se movió sobre el gatillo, observando a mi padre, y luego a mí.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora