Capítulo 14

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William

Al colgar el teléfono, me quedé dándole vueltas a la conversación. No me había pasado desapercibido el tono de nerviosismo en la voz de Elena, porque quisiera o no, había comenzado a conocer muy de cerca la forma de ser de la joven e iba empezando a comprender sus manías, y ese «Cállate» al final de la conversación no me había convencido del todo. Algo no me había terminado de cuadrar, eso lo tenía claro, pero a pesar de todo quería confiar en ella, darle un voto de confianza después del susto que tuvimos en el centro comercial y que, de una forma u otra, parecía haber resquebrajado la barrera que ella siempre intentaba levantar entre nosotros.

— ¿Cuándo llegan las pizzas? —pregunté, impaciente, deseando irme para montar guardia frente a la puerta de los Sagasta.

— No sé, tío, ¿otra partidita? —Señaló la pantalla de la televisión con el mando de la consola.

Un buen rato después, mientras cenábamos y nos empujábamos el uno al otro para hacernos perder la carrera de coches que se estaba llevando a cabo en la pantalla, un pitido intermitente pero insistente comenzó a sonar por algún lugar del sofá, haciendo que la expresión de Oscar cambiara de la diversión al desconcierto en apenas un segundo. Comenzó a buscar como loco por los huecos y debajo de los cojines hasta dar con su teléfono, abandonando la partida y declarándome vencedor.

— ¿Qué te ha dicho exactamente la niña pija? —Alzó una ceja, y esa pregunta fue suficiente para hacer que me pusiera en pie y comenzara a colocarme el chaleco antibalas, buscando mis zapatos por el salón.

— ¿Dónde están? ¿Y cómo lo sabes? —inquirí, abotonándome la camisa encima del chaleco.

— No lo sé, acaban de salir de la zona de la casa. Ayer le puse un dispositivo de rastreo al coche de Verónica a petición de Roberto. —Miró la pantalla de su móvil, ampliándola y frunciendo el ceño—. Quería que la vigilara mientras está de viaje.

En menos de cinco minutos ya estábamos subidos en el coche, yo conduciendo y siguiendo las indicaciones que mi amigo iba recitando de manera precipitada cada vez que había que girar.

— Estamos yendo a la costa. —Observé, frunciendo el ceño—. ¿Han parado ya?

— Sí, hace quince minutos. Nos llevan bastante ventaja —dijo con una risa seca.

— Gracias por avisar, gilipollas —mascullé entre dientes, pisando el acelerador del Tesla para superar el límite de velocidad establecido en esa carretera—. ¿A cuánto estamos?

— Quince minutos aún. A Vero le gusta la velocidad... en todos los sentidos, ya sabes. —Me guiñó un ojo, divertido.

— Vero —repetí con una risa sarcástica—. Si tu follamiga se quiere matar me parece estupendo, pero como a Elena le pase algo, te mataré a ti.

— Aún no me la he follado, pero no queda mucho —respondió con media sonrisa, decidiendo ignorar el segundo comentario.

— En cuanto sepa que le has puesto un rastreador en el coche, se te fue la oportunidad.

— No va a saberlo. —Me miró de soslayo, advirtiéndome—. Ella misma me dijo que podría pasarme por la fiesta, pero le dije que estaría ocupado, así que tengo la excusa perfecta. Eso sí, finge un encuentro casual, que no se note que hemos venido siguiéndolas, ¿vale? Y tampoco te pases con ella, hermano, solo es una mujer de "veintipocos" intentando tener una vida normal.

— ¿Es que no os da la cabeza para entender que hace una semana intentaron dispararle? —Alcé el tono de voz, molesto—. Joder, es que no pensáis, mierda. ¿Y si las han seguido? ¿Y si no eres el único que puede rastrearlas? ¿Y si ya la han metido en un puto maletero o la han dejado tirada y herida en una cuneta? —Golpeé el volante con fuerza con las palmas de las manos—. ¿Cuánto queda? —Gruñí ante su silencio.

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora