Capítulo 8

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Elena

Iba callada en la parte trasera del coche. Me gustaba conducir, me encantaba, de hecho, pero mi padre le había dado las llaves de mi Tesla a William y me había pedido por favor —no ordenado, para sorpresa de todos— que a partir de ahora solo condujera mi nuevo guardaespaldas. De verdad que intentaba ver el lado positivo de esto, pero no lo encontraba. Mi libertad coartada, mi intimidad anulada y mis meses sabáticos echados a perder solo porque mi padre "temía por mi vida". Pues si tanto temía, que tuviera el valor suficiente de cambiar de país y se alejara de todo lo que pudiera hacerme daño.

Me estiré entre ambos asientos delanteros, aburrida, pulsando el icono de la música en la pantalla, pero él la silenció con el botón del volante en cuanto volví a mi sitio. Nuestros ojos se encontraron a través del retrovisor; lo que más coraje me daba, era ver la serenidad reflejada en su mirada.

— Pon la música.

No recibí respuesta y eso me sentó peor aún. ¿Quién se creía que era para ignorarme como si no existiera? Asomé la cabeza entre los asientos de nuevo, estirando la mano hacia la pantalla otra vez. Él me sujetó la muñeca, negando con la cabeza, parando en el semáforo.

— Escúchame bien —repliqué, tirando hacia atrás para librarme de su agarre—. No me vuelvas a poner una mano encima. Y que te quede claro que es mi coche, mi música, mi vida y mis normas. Y que tú no eres más que un tío que va a dejar que le revienten la cabeza por una persona a la que no conoce. ¿Es que no te importa nada tu vida? —lo dije todo de seguido, en un tono brusco. 

Él se mantuvo en silencio, continuando el camino hacia el centro comercial cuando el semáforo volvió a ponerse en verde. Ni siquiera me miró cuando puse la música de nuevo, sino que dejó que siguiera sonando sin poner ninguna pega.

— Te he hecho una pregunta.

— Sí —se limitó a responder.

— Sí, ¿qué? —Fruncí el ceño, observándolo por el espejito.

— Sí, señorita Ribera. —El rodó los ojos.

— No me refería a eso. —Casi se me escapó una sonrisa por el malentendido, pero recordé al instante que estaba enfadada y volví a usar mi tono de molestia—. Que sí, ¿qué?

— Que sí me importa mi vida —respondió con calma, entrando en el subterráneo del centro comercial—. Por eso estoy aquí, para proteger mi vida, la de mis padres y la de mis amigos.

No le respondí, porque me importaba bien poco cuáles fueran sus motivos. Esperé a que él se bajara y me abriera la puerta, como siempre que un chófer me llevaba a algún lugar. Pasé por su lado sin mirarle cuando lo hizo y puse rumbo hacia la zona de tiendas sin molestarme en esperarle. Me encantaba sentir las miradas de la gente sobre mí. Había elegido un pantalón de campana color crema y un body de tirantas del mismo color, cubierto por una rebeca de punto oversize en un precioso marrón chocolate, a conjunto con el bolso de Louis Vuitton. Me paró en seco cuando noté que las miradas se deslizaban de mí hacia el hombre que caminaba detrás, demasiado cerca.

— ¿Puedes, no lo sé, mantener las distancias? —Murmuré con cierta molestia, acercándome a él—. Estás dando el cante.

— A lo mejor es la ropa. —Miró hacia abajo, hasta sus zapatos, y después volvió a conectar con mi mirada acusatoria—. Claramente parezco un guardaespaldas, y es normal que a la gente le llame la atención.

— Pues aléjate de mí, me agobias —resoplé—. He quedado con una amiga para tomar un café, ¿también vas a sentarte en la misma mesa que nosotras?

Golpe de muerte - William & ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora