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El lugar estaba oscuro y hacía mucho frío, su corazón latía de forma errática y su piel estaba erizada hasta la médula. Era la mansión Malfoy. Su antiguo hogar.

-¿Cómo se siente traicionar a nuestro señor por esos muggles?-le miro descontenta la de cabellos negros y rizados.

-Yo...-¿Porqué estaba allí otra vez? ¿Donde estaban los gemelos?

-¡Sin excusas, Abaddon! Eres tan patético como Lucius.-se burló la tía Bella, mirándome con asco. Por alguna razón ella siempre prefirió a Draco, para ella yo nunca sería lo suficientemente fuerte. Tenía razón.

-Solo... solo son niños...-su voz tembló y un sollozo se le escapó mirando a la mujer con los ojos llenos de lágrimas y un profundo terror que carcomían debajo de su piel y entrañas.

Sus ojos también se encontraron con la mirada oscura de su madre, el cabello de la mujer rubia estaba revuelto y tenía suciedad, sus ojos estaban apagados, pero con ellos le estaba dando una súplica silenciosa, pero él no podía.

Bellatrix se rio de forma maniática ante su respuesta y los demás mortífagos le siguieron, después se detuvo abruptamente y agarro su mandíbula con fuerza y le obligó mirar al pequeño rincón de la habitación donde yacían rodeados dos pequeños niños de siete u ocho años que lloriqueaban asustados al estar rodeados de mortifagos que se reían y les molestaban.

-Q... Quiero a mi mami-sollozo uno de ellos aferrándose con fuerza al pequeño cuerpo del otro que también lloraba, pero miraba con ferocidad a los hombres a su alrededor protegiendo al otro. Desearía tener ese tipo de valentía.

-Matalos. Es tu última oportunidad.-murmuro en su oído haciendo que toda su piel se erizase. Empuñó su varita en su mano con tanta fuerza que sintió que se quebraría. Sus manos temblaban alrededor de su varita, el peso de la decisión pesando sobre sus hombros como una losa. Sabía lo que se esperaba de él, lo que exigían su lealtad y su sangre y lo había hecho antes, pero una voz interior clamaba por compasión, por clemencia hacia los niños inocentes.

El terror lo paralizaba, su mente dividida entre el deber y la humanidad. ¿Cómo podía elegir entre la obediencia ciega y el peso de su propia conciencia?

¿Cómo siquiera podía vivir un hombre habiéndose perdido a sí mismo? Perder lo que nos hace humanos.

No podía ser como Bellatrix, él siempre sentiría más de lo que demuestra, siempre sentiría dolor. No podía hacerlo.

-No, no lo haré.-reunió toda la fuerza que le quedaba, procurando que su voz sonara firme a pesar del temblor que lo invadía.

-¿No?-Bellatrix se burló, su risa resonando como un eco macabro en la habitación. Los demás mortífagos también sonrieron expectantes, hambrientos por el castigo ante una orden de su señor-No lo educaste bien, Cissy, y eso es lamentable. Tendré que hacerlo yo.

La varita de la bruja se alzó, apuntando directamente a los niños. Abaddon reaccionó instintivamente, poniéndose de pie frente a ellos al último segundo en un intento desesperado por protegerlos. El hechizo se lanzó, cruel y despiadado, impactando de lleno en su pecho.

Un dolor agonizante lo envolvió, como si mil cuchillos afilados se clavaran en su piel. Cada fibra de su ser parecía arder en llamas, y el aire se le escapaba de los pulmones en gemidos ahogados. Las lágrimas se desbordaron de sus ojos, mezclándose con el sudor de su frente mientras luchaba por mantenerse en pie.

-¡Crucio, Crucio!-era lo único que podía escuchar junto con el eco de las risas. Mientras el dolor aumentaba una y otra vez a sobre manera.

La habitación parecía girar a su alrededor, distorsionada por la intensidad del dolor. Pero incluso en medio de su propia agonía, Abaddon no se arrepintió de su decisión. No permitiría que aquellos niños sufrieran a manos de los mortífagos. No permitiría que la oscuridad se apoderará de su alma.

coмproмιѕo y pαrιαѕ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora