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Los días en el palacio de caza transcurrían apaciblemente, con Suleiman disfrutando de la compañía de sus hijos y la serenidad de su entorno. Mientras él se relajaba en un trono junto a la Sultana Halime, observaba con una sonrisa cómo Mustafa y Omar jugaban alegremente a la orilla del río. La brisa suave acariciaba sus rostros mientras compartían una comida tranquila.

En otro rincón del palacio, la Sultana Hatice y Gulfem conversaban en privado, sumidas en una charla íntima que les permitía conectar más allá de las formalidades de la corte

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En otro rincón del palacio, la Sultana Hatice y Gulfem conversaban en privado, sumidas en una charla íntima que les permitía conectar más allá de las formalidades de la corte. Hatice expresaba sus preocupaciones y anhelos, mientras Gulfem la escuchaba con atención, ofreciendo su apoyo y consuelo.

 Hatice expresaba sus preocupaciones y anhelos, mientras Gulfem la escuchaba con atención, ofreciendo su apoyo y consuelo

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Mientras tanto, Halime observaba con inquietud la distancia entre los niños y la orilla del río. Le preocupaba el peligro que representaba el agua para dos criaturas tan pequeñas, y le expresó sus temores a Suleiman. Él, confiado en la vigilancia de los hagas asignados para cuidar a los niños, la tranquilizó diciéndole que no había de qué preocuparse, que estaban en buenas manos.

Halime (preocupada): Suleiman, no me siento cómoda con que los niños jueguen tan cerca del río. ¿No sería mejor que estuvieran más cerca de nosotros?

 ¿No sería mejor que estuvieran más cerca de nosotros?

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Suleiman (confiado): No te preocupes, Halime. Los hagas están atentos y los cuidarán.

Pero la tragedia golpeó de manera repentina y devastadora

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Pero la tragedia golpeó de manera repentina y devastadora. En un instante, el juego se transformó en caos cuando Omar cayó al agua. Mustafa, sin dudarlo un segundo, se lanzó al río para rescatar a su hermano, ignorando por completo su propia seguridad. El corazón de Halime se detuvo por un momento al ver la escena, mientras Suleiman y los guardias corrían hacia el río para ayudar.

Omar (asustado): ¡Ayuda, Mustafa!

Mustafa (decidido): ¡Mantente tranquilo, Omar! ¡Voy por ti!

El agua fría y tumultuosa envolvía a los niños, amenazando con arrastrarlos bajo sus turbulentas corrientes. Mustafa luchaba con todas sus fuerzas para mantener a flote a su hermano, mientras Suleiman se apresuraba a alcanzarlos, desesperado por salvar a sus hijos. Halime, presa del pánico y la angustia, clamaba por la seguridad de los niños, temiendo lo peor.

Finalmente, con un esfuerzo supremo, Mustafa logró sacar a Omar del agua, exhausto pero triunfante. Suleiman tomó a su hijo menor en brazos, agradecido y aliviado de tenerlo a salvo. Halime corrió hacia Mustafa, abrazándolo con fuerza mientras las lágrimas inundaban sus ojos.

Suleiman: Mustafa eres un héroe

Halime (abrazando a Mustafa): ¡Oh, Mustafa! Gracias por salvar a tu hermano. Estoy tan agradecida.

Mustafa (humilde): No hay necesidad de agradecer. Soy hijo de Mahidevran, y siempre estaré aquí para proteger.

Halime, emocionada y aliviada, sonrió entre lágrimas, sintiendo un profundo agradecimiento por la valentía de Mustafa, cuando derrepente el príncipe se desmaya en brazos de la sultana

El sultan y los demás se apresuraron por entrar al palacio

El grito desesperado de Suleiman resonó por todo el palacio de caza, convocando a toda prisa a los médicos y sanadores que pudieran socorrer a sus hijos. La escena se tornó caótica mientras Mustafa y Omar eran llevados rápidamente a las habitaciones, envueltos en mantas y temblando por la fiebre que los aquejaba.

Suleiman (angustiado): ¡Rápido, necesitamos ayuda! ¡Mis hijos están enfermos!

Los médicos acudieron al llamado del sultán, desplegando todos sus conocimientos y habilidades para diagnosticar y tratar la extraña enfermedad que afligía a los príncipes. Halime se aferraba a Omar con desesperación, rezando en silencio por su pronta recuperación.

Halime (con voz temblorosa): Por favor, salven a los niños.

Los médicos trabajaban febrilmente, administrando medicamentos y aplicando tratamientos para combatir la enfermedad desconocida que amenazaba la vida de los príncipes. Sin embargo, su condición solo empeoraba con el paso de las horas, sumiendo al palacio en un estado de desesperación y desconsuelo.

Suleiman (implorando): ¡pueden hacer algo! ¡No puedo perder a mis hijos!

La tensión y el miedo se apoderaban de todos los presentes, mientras las horas pasaban y la salud de Mustafa y Omar se deterioraba aún más. Los rostros angustiados de los sirvientes reflejaban el temor y la impotencia que invadían sus corazones ante la posibilidad de una tragedia inminente.

Gulfem (llorando): Por favor, que alguien haga algo. No podemos permitir que los príncipes sufran así.

El silencio sepulcral que reinaba en el palacio era roto únicamente por los sollozos ahogados de los presentes y los ruegos desesperados del padre, que veían cómo la vida de sus hijos pendía de un hilo. La incertidumbre y el dolor colmaban el aire, envolviendo a todos en una nube de desesperanza y desesperación.

Suleiman (roto de dolor): No puedo soportar esto. ¿Por qué está pasando esto?

Halime (aferrándose a la esperanza): Debemos tener fe, mi sultán. Ala nos ayudará a superar esto.

Las horas se volvieron eternas mientras los médicos luchaban por salvar a los príncipes, pero el destino tenía sus propios planes.

Yo soy Mahidevran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora