Interludio 2

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Poema de muerte. La última balada.

Un excelso vestido color vino vestía la mujer. Los encajes de azabache decoraban su delicadeza mortal. Gemas sangrientas salpicaban su constitución y su figura ajustada hasta los muslos denotaba la mítica belleza que una mujer podía albergar, una reina.
Un ligero pasador negro recogía sus rizos castaños a la par de la danza carmesí de sus pupilas.
Una reina.
Un demonio.
Un ángel de la muerte.
A su lado, el oscuro traje de su acompañante se tejía al baile de cadenas de oro bañadas en rojo de metálico aroma. Grandioso grillete en su cuello, saetas en su espalda.
Un rey.
Un dragón.
Un embajador de la vida.
La mujer tomó sus manos, dulcemente.
Sus ojos vincularon en un punto sus enfoques. La oscuridad de la cueva se volvió un palacete de negros juegos. Luces violetas y un piano cantando en el fondo, como si de eso dependiera su existencia.
—Quiero que disfrutes nuestro final tanto como yo — susurró ella a su oído, dicho sonido acarició su alma como un relámpago helado.
—Será un placer, reina del infierno — devolvió él, con un soplido cálido.
Su danza los llevó a recorrer toda la sala con su juego de vueltas.
—Te odio, reina mía.
—Entonces me amas.
—El odio no es amor.
—El odio es el amor más puro que existe.
—Entonces lo que siento por usted no es odio.
—¿Entonces qué?
—Deseo su muerte.
—Lamento que no sea la mía la que se consuma hoy.
—La tierra ha de devorarme así como el cielo hará con usted.
—Eres hermoso, mi rey.
—Pero no hay comparación con la reina, su belleza puede cortar incluso la vida, consumir el fuego, absorber la esencia de las cosas.
Cuando las purpúreas estrellas declinan, los rojos labios de la reina llega a los de su amante odiado. Las flechas de la espalda de este viajan más a su interior. Las cadenas de su traje luchan con mayor fuerza contra su piel.
Los negros azulejos del suelo inmediatamente conocen el dulce color de las lágrimas que derraman las heridas del rey.
El beso los sigue uniendo. Los ojos de ambos lloran, clamando por sus gotitas bermejas.
Al soltarse, el rojo líquido que salió de sus miradas se hizo nulo, las sombras se comieron a aquellos que bailaban a la par del piano asesino.
En el piso, dos cuerpos abrazados. Una laguna tan carmín como estas letras. La lluvia de penumbras sollozaba la muerte del rey.
Y en las lejanías, en otro cielo bajo las lunas de Illaria y Amēl una oscura entidad volaba, su corazón se estremecía, sus reptílicos ojos lloraban.

Sombras de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora