Capítulo 22

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En sólo unos días de entrenamiento con los criados de la señorita Eerin, el cuerpo del moreno se hubo fortalecido enormemente. Sus músculos tenían una mayor consistencia, a la par, su agilidad y potencia habría crecido exponencialmente.

Todo era gracias a la magia de la duquesa, quien había trabajado en lograr este objetivo. Además de obtener la voluntad de Yuulkā Dgraig, el cual sería conocido ahora como Yuuirimus des Roses.

Luego del entrenamiento de la tarde, el moreno estaba junto a la chica en una mesa del té, en el jardín del palacete.

La chica de iris rosados no dejaba de pasarle la vista, una ligera intriga yacía en el rostro del chico, que no era capaz de descifrar lo que pensaba la joven.

—¿Algún problema? — sonrió con sorna, atípica sonrisa se dibujaba en él, justo como si coqueteara con ella — Pareces querer algo... — la voz de éste seducía con ligera suavidad.

—No te creas tan importante, Yuu — resopló desviando la mirada —. Pero me alegra mucho que estés aquí.

¿Eerin siendo dulce? Eso sí que le extrañó al castaño.

La miró inseguro, luego de haber dejado la taza en el platillo, llevó su mano hasta la de la jovencita. Acarició despacio con sus dedos y fijó sus ojos en los de ésta.

—Extrañaba estar contigo... Eri... — se cortaba al hablar, tal vez algún sentimiento encontrado agitase su garganta.

La chica, agobió sus pupilas hacia un costado, en seguida quitando su mano debajo de aquella que la envolvía.

Dicha actitud de Eri hubo dejado bastante desconcertado a Yuu, quien por uno que otro motivo se hallaba ciertamente confundido... Nubes grises nublaban sus memorias.

—Dime una cosa, Eri... — le llamó la atención y ella no pudo evitar mirarlo —. ¿Por qué apareciste de repente? ¿Por qué ahora, después de tanto? No entiendo, ¿sabes? No entiendo absolutamente nada de nuestra situación actual.

— … — total silencio fue la respuesta obtenida de parte de ella.

—Es estresante, Eri — pasó sus manos por su cabello, frustrado —. Mi mente no está para nada clara. Es como si algo estuviera llenándome de incertidumbres.

—No te tienes que preocupar por eso — su frío tono dejó helado al castaño —. Ahora eres Yuuirimus des Roses, eso es todo. Deberás cumplir tu papel y, bueno...

—¡¿Bueno qué?! — alzó la voz — ¡¿Por qué no me dices nada?!

—No es sencillo, Yuu — aún intentando sonar amable, la frialdad de su sonido no se marchaba —. Como sea, hoy nos veremos con unos nobles y, además estarás presente en una tarea del gremio. Tu nombre ha de hacerse grande en la capital, ¿lo entiendes?

Algo se revolvió en su estómago ante esa pregunta. Así, solamente pudo asentir, porque sintió que si no lo hacía cualquier cosa se desprendería en su interior.

Mordió su labio inferior con frustración y miró nuevamente a los ojos de quien decía ser su amante.

Una cuestión abrumaba su cerebro. ¿Por qué tan de repente se encontraba en esa situación? Y otra más, ¿por qué todo se sentía tan raro?
No había modo de saberlo.

Y por ahora, sólo se resignó.

***

El lujoso carruaje de la duquesa Eerin los había dejado justo en la mansión de los varones de Luncend. En su majestuoso palacete, la pareja los recibía junto a sus dos hijas.

El señor de Luncend era alguien algo mayor, con las canas bien marcadas. En cambio la señora se veía más joven que su marido, aunque aún así se notaba su edad.

Sombras de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora