Capítulo 25

2 3 0
                                    

Una escena de lo más extraña. Dos personas de ojos azules y cabello negro estaban juntas, el chico de unos doce o trece recostado sobre el regaso de una mujer. Pero lo raro no es la relación cariñosa que tenían, sino quiénes eran y porqué.

¿Sus nombres? Baud de Rochenfourd y Hydris. Era muy extraño que estos dos se mostraran así. En primer lugar porque el chico era de lo más distante y alienado. Segundo, la ninfa no era de estar así con alguien que no fuera su maestro. Y tercero, ¿dónde quedó toda la desconfianza que le tenía el preadolescente a ésta?

Lo cierto es que, algo les unía. Algo que no conocían bien pero que sin embargo les hacía sentir bien. Una magnética atracción que siente uno muy rara vez; la de sentirse protegido cálidamente y la de querer proteger algo que es tuyo por determinado amor instintivo.

Una profunda melancolía yacía en el corazón de Baud. Hydris, quien percibía algún tipo de sentimiento hacia el niño desde que lo conoció, ahora necesitaba acercarse a él. No es ese amor de pareja ni pasión desgarradora; eso sería sucio y enfermizo.

No obstante de su naturaleza demoníaca, su parte de ninfa le daba la necesidad de cuidar a los seres indefensos. La tristeza que notaba del pelinegro le convertía en alguien vulnerable fuera de sus grandes habilidades combativas.

Acariciaba el azabache cabello del pequeño. Se veía muy tierno, porque fuera de su madurez, y silencio, seguía siendo un niño. Un niño muy hermoso con unos graciosos colmillos mayormente marcados que tantos criticaron pero que en cierto modo le daba un toque único.

—Se siente muy bien... — musitó algo avergonzado, enrojecido levemente de cachetes.

—Gracias — sonrió ella —. ¿No deberíamos dormir pronto? Las lunas empiezan a salir.

Y el sol se ocultaba... Cuando, la luna dorada salía por el noreste y la morada muy cerca de ella. El cielo se matizaba muy inusual pero maravilloso. Parecía el firmamento un océano naranja con aguas de oro y chispas de amatista.

—Aún es temprano... — dijo en un breve bostezo.

Eso no quitaba que la ninfa no sintiera la falta de energía de su amo en su cuerpo. Desde haber dejado su lago, se había vuelto muy dependiente de Yuulkā. Ahora que no estaba, el agotamiento caía cruel sobre sus hombros.

Y el también estaba agotado por la cacería...

Pronto se verían otra vez con su compañero, la espera pronto daría resultados óptimos. En poco tiempo...

***

Hielo, tanto que parecía la mirada de la señorita Eerin un estanque helado de algún océano glaciar. Exactamente con toda esa frialdad observó al duque Yuuirimus una vez arribado a su palacete.

Al mismo no le extrañó en demasía esa actitud de la muchacha, en lo absoluto. ¿Por qué? Pues sencillamente que ya sabía, gracias a sus verdaderos amigos descubrió que todo había sido un engaño y una manipulación.

Sin embargo no podía dejar de tratarla como antes. Debía de ser para él una reina, su reina.

Entonces llegó a ella con suavidad y acarició su rostro. La miró con una ternura tan ilusoria que se podría decir que casi imperceptible, la duquesa notaría la falsedad.

—¿Cómo está mi princesa? — preguntó él con dulzura.

—Muy mal, mon amour — suspiró agotada —. Nos han mandado a todos los comandantes del ejército hereje a reunirnos. Pronto estaremos en pie de guerra con el rey de Aqra y su gente.

—Imagino que será muy importante que nos reunamos para planear los actos de guerra — soltó como con un tono de pregunta.

—Pues sí... Va a ser muy fastidioso, pero bueno... — cambió su semblante, mostrando ahora una mirada seria y con los ojos achicados —. Dime algo, Yuu. ¿Acaso saliste de mi control?

Sombras de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora