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ANTONETT
Ya estaba cansada, derrotada, agotada.
¿Tenía ganas de llorar? Sí, pero no lo iba a demostrar delante de mi madre porque solo significaría unos cuarenta y siete latigazos más por considerarme débil.
Solo miraba el piso y en cada latigazo pensaba en que algún día sería libre de este infierno, que podría y hacer lo que yo quiera y llorar cuando yo quiera.
Con cada latigazo que me daba se volvía más fuerte y solo aumentaba las ganas de llorar, pero como de costumbre, me las aguanté hasta que mi madre se fuera.
Ya no siento los latigazos así que me da a entender que se terminó la sección, escucho como mi madre me pide otra vez explicación a lo que yo no le respondo. Si le dijera donde estuve y con quien, yo no saldría viva.
«Y no es juego»
—Bien, como no quieres hablar, hablaremos mañana a la misma hora —alzo un poco la vista y veo como guarda el látigo así que empiezo a vestirme.
Al terminar de colocarme el vestido mi madre se acerca a mí y empieza a amarrarme de manos y pies. O sea, lo normal.
«No. No lo es»
Mi madre sale de la habitación y es cuando decido empezar a drenar, no todo lo que llevo guardado, pero si la mayoría. A veces pienso en cómo se sentiría un abrazo en estos momentos de aflicción, pero creo que se quedará como eso.
Un simple e insignificante pensamiento.
—Al final si nos volvemos a ver —escucho decir a alguien, pero esa voz me resultó familiar.
No. No puede ser él.
Él es un simple desconocido, no creo que haya...
«Voltea y lo averiguaras»
Me volteo a verle la cara al dueño de esa voz. No podía creerlo, pero él, quien menos esperaba estaba aquí. Veo como se fija en mis brazos marcados, pero no importa, yo solo miro sus ojos azules sobresalientes en la oscuridad y me hace pensar que tal vez sea mi conciencia jugando una mala broma.
«!Ay sí! Todo culpa mía»
—Maxim... —le llamo. Todavía no puedo creer que este aquí, todavía no puedo creer que es real este momento, pero todas esas ideas se van conforme veo que se acerca a mí y me abraza. Un abrazo que he estado esperando hace tanto tiempo y el pensar que ya se terminó la dicha espera solo me hace llorar todo lo que alguna vez no pude soltar.
Tal vez sea él.
Ese milagro que en tanto llanto he deseado...
Y ahora está pasando.
Siento su mano en mi espalda subiendo y bajando lentamente, siento su respiración en mi nuca y escucho lo que en un susurro para mí fue una salvación.