CAPÍTULO VIII

21 4 12
                                    

ANTONETT

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

ANTONETT

Estábamos saliendo del estadio para irnos a casa hasta que veo una escena que a muchos le preocuparía y para ser sincera a mí también hasta que me entere que la que estaba en el auto volteado era la rubia ese que le estaba coqueteando a mi...

«¿A tu qué?»

A mi chico.

En fin, me alegró, de cierta manera se lo merece por coquetearle a un chico que esta...

«¿Esta en?»

Ay ya, ni yo sé que somos.

Dejé de sonreírle a tal escena para voltearme hacia Valentina, pero cuando lo iba a hacer me frené de repente. Estaba paralizada, mis piernas no reaccionaban, mejor dicho, ninguno de mis sentidos. Os puedo jurar que hasta me estaba poniendo pálida.

Veo de reojo como Maxim se preocupa y mira para donde yo estoy viendo y también se queda tieso, al final se nos unieron los dos castaños y estábamos los cuatro pálidos al ver a semejantes personas en un lugar como este.

—Ay no —digo con un notorio manojo de nervios.

En mi vida me había asustado tanto como ahora el ver a mis padres y mi hermana salir del concierto mientras esperan parados la limosina que los lleve, de seguro, al castillo.

Yo por mi parte tenía el gorro en mi mano pero al ver la situación me lo coloco, lo único bueno de este es que no deja que se me vean los ojos y menos mal me lo puse justo a tiempo porque mi hermana volteo a nuestra dirección específicamente a mirarme, pero obvio no me reconoció porque yo nunca uso ropa ajustada a mi cuerpo y menos tan corta así que me imagino que lo dejo pasar por alto.

Al que si no apartó su mirada de mi fue mi padre y Maxim se dio cuenta de eso y ya la mirada de mi padre no estaba en mi sino en Maxim, por parte del pelinegro solo lo miro con enojo, creo que recordó todas las cosas que yo les conté ya que se ve muy cabreado.

Al final el rey se iba a acerca y es cuando la parejita salió corriendo para el auto y yo iba a hacer lo mismo hasta que escucho como me llama.

—Jovencita.

En ese momento me imaginé unas mil escenas de castigos cuando me descubra y gracias a Dios Maxim se dio cuenta porque se puso al frente mío tapándome de mi padre.

—Su alteza —el pelinegro hace una leve reverencia y yo igual sin dejar que vea mis ojos, es lo único que en estos momentos me delataría.

—Quisiera hablar con la jovencita por favor.

Yo por mi parte ya no sabía cómo reaccionar, solo pude ocultarme en la espalda de Maxim mientras le agarraba fuerte de la chaqueta a lo que él entendió que estaba más que nerviosa.

—Lo siento, pero ella es muda —responde Maxim.

Yo solo asomo la cabeza ocultando mis ojos y asiento.

ANTONETTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora