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ANTONETT
No quería interrumpir el momento más romántico de mi vida.
«A parte del jardín de tulipanes»
Pero tenía que regresar al castillo sin que mi madre se dé cuenta.
—Tengo que volver —lo separo con delicadeza.
—Voy a buscar la manera de sacarte de ahí para siempre.
—No es tan fácil.
—Claro que lo es.
No quería iniciar una discusión así que le dejé tener la razón. Él se fue de la habitación y me cambie al vestido que había traído que ahora para mí, parece feo y anticuado comparado con los que tengo ahora. Pero solo serán una máscara para ocultar mis salidas del infierno.
Al estar lista iba a salir al pasillo, pero me detuve al escuchar una discusión que tenía Maxim con una chica. No quería escuchar, pero la curiosidad me mató.
—¿Por qué me dejas así de la nada? —escucho decir a la chica.
—Porque no te amo Elizabeth y te he tratado de aguantar, pero ya no puedo, NO TE AMO, entiende.
—¿Hay otra verdad? ¿Por eso estas rompiendo conmigo?
—La verdad es que yo nunca te he amado.
Veo como la chica se frustra y empieza a caminar por el pasillo abriendo las puestas de los cuartos, yo retrocedo, pero accidentalmente choco con las bolsas y me caigo lo que hace que se escuche un estruendo.
Empiezo a escuchar pasos venir y es mi momento de entrar en pánico y más cuando veo a la chica entrar con cara de enojo y decepción cuando me ve. Me levanta bruscamente del brazo y me sacude mientras llora.
—DEJA A MI HOMBRE EN PAZ.
—Yo... pero... yo...
—Deja de decir tonterías Elizabeth —Maxim me arrebata de esa chica —vete de aquí por favor.
Elizabeth empieza a mirarme con odio, mucho odio y camina acercándose a mí, pero el pelinegro la detiene.
—Quiero que sepas que tú fuiste la razón por la que él terminó conmigo y desde ahora yo seré tu infierno.
«Otro más»
—VETE —le grita el azabache y la chica se va.
Maxim se disculpa, pero yo no digo nada referente, solo miro al piso y dejo en claro que me quiero ir. Él me lleva al bosque y dice que me quiere acompañar hasta el castillo, pero yo lo detengo y con las pocas fuerzas que me quedaban le sonreí para que se calmara, al final aceptó que me fuera sola.
En el transcurso del bosque miraba a la nada, sentía como mi cuerpo reaccionaba por sí solo, miraba al frente, pero en realidad mi mirada estaba perdida, no sabía que pensar o cómo actuar. Tropecé con una pequeña piedra lo que ocasionó que me cayera y me empezara a sangrar la pierna derecha.