Becky
Un lugar oscuro, así era donde me encontraba, un lugar donde no podía salir, gritaba y gritaba pero parecía no hacerlo porque nadie me escuchaba. Mis manos golpearon la madera, la madera que estaba sobre mi cabeza pero esta sólo crugía más no se rompía. Mi sueño iba de sueño en sueño, y me volví a detener en esa casa, ¿por qué siempre aparecía aquí? intenté escapar pero no pude, estaba parada frente a esa casa, yo no quería volver a ese lugar. Aquel hombre grande volvió a aparecer, robándose mi paz. Cerré mis ojos con fuerza, rogando porque mis pies se despegaran de aquella superficie plana.
—¿Papá! —llamé su nombre, con la esperanza de que él viniera a salvarme.
—No, tu papi no vendrá, tu papi está muerto —y su asquerosa respiración chocó contra mi nuca, robándome más de una arcada—. Lo sé, pequeña, sé que deseas esto.
—No, suélteme, no me toque —empecé a gritar, pero una de sus grandes y asquerosas manos cayeron sobre mi boca.
—No grites, porque sino, te mataré. Hoy vas a disfrutar, porque eres una pequeña zorra —me zarandeó como le dio la gana.
Unas lágrimas empezaron a salir por el miedo. No quería que me volviera a tocar, ¿dónde estaba mi papá? no quiero. Lloraba y gritaba en silencio. No me podía mover, no podía escapar, no podía hacer nada. Me sentía encerrada. Él me asfixiaba de una manera sobrenatural. Por un momento, quitó su mano de mi boca, y como si no midiera su fuerza, rasgó todo mi vestido azul.
—¡No! ya, pare, no me haga nada —rogaba, pero él no parecía escucharme.
Se colocó frente a mí, con esa sonrisa de dientes chuecos y amarillentos por el cigarro. Desprendía ese mal olor, asqueroso, me reproducía repulsión.
—No pararé hasta verte gritar, mocosa, no pararé, tu padre me debe muchas. Tú me las pagarás todas, eres una niña perfecta... es tu hora...
—¡¡¡No!!! —me senté de golpe en la cama. Mi corazón latía como desquiciado y parecía querer salirse de mi pecho. Me quedé con las manos apoyadas detrás de mí, sosteniendo la parte superior de mi cuerpo.
La puerta se abrió de golpe, dejando entrar a mi hermana, la cual se sentó a mi lado y me tomó de ambos lados del rostro, ya que yo estaba perdida sin saber ni siquiera a donde mirar. Buscaba no sé qué con la mirada, asustada, con mi pulso a punto de enloquecer y con mi garganta reseca. Los sudores caían por mi frente, y sentía estos molestarme; Irin me hizo mirarle, no me habló, sabía que eso sólo lograría alterarme más.
—¿Dónde está ese hombre? —pregunté alterada.
—No hay nadie, no hay nadie, Becky —me llevó a su pecho y me abrazó contra este, me refugié entre sus brazos—. Ya es de día, no hay nadie, te prometo que no hay nadie —susurró buscando calmarme.
Sentí unas lágrimas resbalarse por mi mejilla, y es que, Irin era mi hermana, y era a la única que le permitía tocarme. Después del accidente con mi padre y de mi pasado, jamás le permití a nadie pasar más allá de la puerta de mi casa, nunca le permití a nadie tocarme, nunca le permití a nadie entrar más allá de donde era requerido. Odiaba la sola idea de que alguien ensuciara, entrara e invadiera mi espacio personal.
—No está —me repetí—. No está, no está.
—No, cariño, no está —besó la corona de mi cabeza—. Ven, ¿quieres ir a la empresa?
Me separé de su abrazo, miré por toda mi habitación y seguía igual. Era mi casa, la cual tenía todas las medidas de seguridad requeridas, era mi hogar, mío. La habitación amplía con tan sólo unas cortinas azules cubriendo el ventanal de piso a techo, dos puertas, una al baño y otra al closet, una televisión, una cómoda debajo de esta, una mesa de noche a cada lado de la cama y por supuesto donde estaba acostada yo, una cama cómoda, matrimonial con sábanas de satén blancas. No había nadie, era una habitación minimalista, la cual yo misma había decorado. No tengo porqué tener miedo.
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Sour Candy Beckfreen
RomanceRebecca Armstrong ha sido jefa de su propia empresa por tres años después de la muerte de su padre; el cual de un accidente automovilístico no sobrevivió. Becky tiene una fobia que le ha impedido casi toda su vida, vivir como una persona normal. La...