Capitulo 36

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Heng

Jugué con las llaves de mi hogar mientras subía por las escaleras. Había sido un largo día, por lo mismo, solo quería llegar y acostarme. Silbé al ritmo de una melodía. En cuanto llegué a mi puerta, puse la llave en la cerradura.

—Hola, Heng.

—¡Puta madre, Nam! —me quedé apoyado de espaldas a la puerta—. No hagas eso. Ave María purísima.

—Lo siento —frunció el ceño—. No quería asustarte.

—Pues eso fue lo que hiciste —solté el aire contenido—. ¿Que...qué haces aquí?

Guardó sus manos en los bolsillos de su pantalón y subió sus hombros.

—Quería... —miré a ambos lados—. No lo sé —dijo, deteniéndose en mí—. Sinceramente, no lo sé, sólo quiero hablar.

Inflé mis mejillas, —Pensé que lo habíamos dejado claro.

—Yo no quiero perderte Heng —su tono de voz era átona—. Sé que dijiste que lo nuestro se acabo pero... —su labio inferior comenzó a temblar—, yo no quiero, Heng.

—No se trata de lo que quieras o no, Nam. Se trata de lo que es mejor para nosotros —me giré y abrí la puerta, me hice a un lado—. Anda, entra.

Con la cabeza agachada, esta entró a mi departamento, dejó sus zapatos a un lado. Cuando los dos estuvimos despojados de las cosas pesadas, ambos nos dispusimos a conversar, le pedí que se sentara y así lo hice yo; creo que es hora de darle un final a esto.

—¿Qué es de lo que quieres hablar?

—¿Estás saliendo con Angela?

—Es mi vida privada, pero por respeto a ti, y a lo que tuvimos, te respoderé. Y sí, la respuesta era obvia desde un principio —se quedó mirándome con sus ojitos cristalizados—. Lo siento, sé que esperabas otra respuesta pero ya te dije que lo nuestro se acabó, Nam.

—¿Por qué? creí que habíamos estado bien, ese día...

—Ese día fue sólo eso, sexo —recalqué—. Lamento decírtelo, pero así es.

—¿Y me dejaste de querer? no entiendo porque lo quieres dejar...

¿La dejé de querer? pues no, cada vez que la veo mi corazón parece un jodido martillo que lucha contra un clavo imposible de enterrar; su canción se repite en mi cabeza, su manera de ser parece estar impregnada en mí al igual que su perfume. Y es que no habían palabras para describir lo hermosa y maravillosa persona que era aquella chica.

Pero sencillamente no podía ser, con Angela tenía estabilidad, cosa que no tenía con Nam y la quería; era un niña hermosa, y me enorgullecía de ella, pero quiero creer que éramos las personas correctas en el momento equivocado, aunque eso para mí no exista.

—No, Nam, no se deja de querer a nadie así —exhalé—. Pero aprendí que el tiempo hace que te acostumbres a vivir con su recuerdo sin superarlo. Te quiero, créelo porque así es. Pero el que te este diciendo esto es sólo por nuestro bien. No podemos seguir dando vueltas en círculos, no puedo durar toda mi vida en; terminamos y volvemos, terminamos y volvemos.

—¿Cuál bien?—se paró, mirándome desde arriba—. ¿Para qué bien me hablas? podemos intentarlo, mis padres no se entrometen...

—Tu padre le hizo daño a mi mejor amiga. Y lo seguirá haciendo porque no tiene quien lo detenga, ese hombre se entromete en todo lo que no debe; ese hombre es malo.

—¿Yo que culpa tengo?

—Publicó su vida, sé que Irin no tiene nada confirmado, pero esto siempre sera una lucha constante, el padre contra los hijos. Porque eso es lo que quiere, luchar contra ustedes, ¿es qué no te das cuenta? contra ti: te dice que te va a ayudar para tenerte bajo sus alas, aléjate de ese hombre. Y ni hablemos de Freen, le está haciendo la vida de cuadritos...

Sour Candy Beckfreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora