Capitulo 35

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Becky

Entré al bar después de Freen, me puse unos guantes de Latex; el mal olor que había en este lugar no era ni medio normal. Vi unos cristales rotos en el suelo y supuse de inmediato de que se trataba y de quien. Escondí mis manos en el bolsillo de mi pantalón negro, Freen pasaba todo casi saltando, yo no me quería mover ni un centímetro más, estaba a punto de vomitar. Y este mareo otra vez.

—Freen... —me llevé una mano al pecho—. Los cristales.

—Tranquila, son solo cristales, yo estoy aquí —dejó un beso en mi mejilla el cual me tranquilizó—. Mira a Irin ahí.

Señaló a una mesa en la cual descansaba una cabellera rubia. Me moví a paso rápido hasta llegar a ella, aparté el cabello de su rostro y la observé más detalladamente.

—Está borracha hasta las tranqueas —miré a todas partes—. Busca al que atiende o al dueño, hay que pagarle todo esto.

Rasqué mi cabeza. Freen asintió y corrió a buscar a alguien, en el bar no había ni un alma, Irin era la única y me imagino el porqué. Luego de que Irin haya hecho tal de desastre. Inflé mis mejillas, ¿por qué se habrá puesto así? me eché el pelo hacia atrás, palmeé el rostro de mi hermana buscando despertarla pero lo único que hizo fue emitir un gimoteo y seguir durmiendo.

—Con que tú eres la hermana de esa chica —miré hacia la barra—. Mira como destruyo mi bar.

—Lo sé, y lo siento, debe de estar muy enojado y lo entiendo —Freen se colocó a mi lado—. Puedo pagárselo, dígame cuanto requiere todo esto, el precio que usted me diga —el hombre estaba muy enfadado y no era para menos, su bar había quedado hecho una pocilga, no tengo ni idea de como era antes, pero ahora no entraba ni un alma por aquella puerta—. ¿Tiene chequera?

—No, no tengo —pareció bajar sus humos.

—¿Freen?

—¿Huh?

—En la guantera de mi coche hay una, ¿podrías buscarla por mí?

—Sí, claro.

—Toma —le entregué la llave del coche y esta corrió a buscar la chequera.

—No dejaba de gritar que el amor de su vida la había abandonado —platicó el hombre.

Tragué saliva, —¿Mencionó nombre?

—No, sólo gritaba eso, empezó a romper y espantó todos mis clientes —replicó—. Intente detenerla, pero no pude, tampoco quise llamar a la policía porque me dio algo de pena, pero me dejó el lugar hecho un asco.

—Aquí, Becky —Freen me entregó la chequera.

—Gracias —el hombre le dio un lapicero a Freen y esta me lo entregó—. Mire —escribí una gran suma de dinero—. Aquí esta, ¿se lo pasas, por favor? —Freen lo hizo—. Espero le sea suficiente, y siento todo lo que causó mi hermana, seguro era su intención, ella no es así.

—No se preocupe —guardó el cheque—. Pero cuídela más, estas calles son muy peligrosas y una que otra vez vagan hombres muy malos.

—Muchas gracias, y espero que le sirva de algo, y lamento las molestias —tomé a Irin por un brazo y Freen la tomó por otro.

Estaba que ni caminar podía, balbuceaba cosas absurdas y sin sentido, sus ojos en ningún momento se abrieron y por un segundo, uno muy, muy, muy pequeño, quise darle una cachetada, porque sabía perfectamente la razón de porque se había alcoholizado de esa manera; y es que no me molesta que haya tomado, lo que me molesta es que lo haya hecho de tal manera y destruyendo algo que definitivamente no era suyo; me parecía ridículo todo este show. Si los malditos periodistas se llegan a enterar de esto, los chismes no se harán esperar y aunque me venga valiendo madres, no puede Irin estar en la boca de todo el mundo.

Sour Candy Beckfreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora