13 Años atrás.
Mi día era soleado, disfrutaba de mi familia, claro, con la prudencia de no ser tocada por nadie. Porque para ese entonces, detestaba a muerte el contacto aunque a veces solía ser abrazada por mi padre o mi mamá. Nunca le conté a nadie el miedo de ser tocada, porque para ese entonces yo tampoco sabía a que se daba. Tenía miedo, sólo eso. No tenía un porqué.
Creo que todo se debió a la falta de amor que tuve por parte de ambos. Pasaba tiempo con mi familia, pasaba tiempo con mi hermana y pasaba tiempo con mi mejor amigo Heng, lo mío era cuestión de cariño, porque nunca sentí necesario el asistir a un psicólogo para revisar ese problema, porque en su momento, no lo veía como uno.
Me sentaba en las afuera de mi patio a verlos a ellos convivir. Mi padre, el famoso empresario y Chef, Edgar Armstrong, y mi madre, maestra en el arte de la culinaria al igual que él, Scarlett Armstrong, han sido el ejemplo a seguir de muchos adultos, jóvenes y hasta de sus hijos, pero en lo que al amor se trata ellos casi nunca nos daban eso. Irin se llegó a quejar una dos o tres veces, pero yo nunca lo hice. Siempre fui la más callada de la familia, por lo tanto, también la mas consentida porque era la que menos se quejaba.
Pero nunca me importó, nunca le di una importancia a lo que recibía. Irin pasaba tiempo conmigo, pero con el paso de los años se fue alejando. Me sentía prisionera en mi propia casa, mis amigos, con los cuales había compartido años ya no estaban. Mi mejor amigo, Heng también se alejó. Y es que los rumores de que mi padre andaba en cosas turbias se llegaron a regar por donde estábamos localizados. Nunca nos mudamos de ahí, decían que sí lo hacíamos le estábamos dando razones para seguir rumoreando y cotilleando sobre eso.
A la edad de trece años, ya no tenía ni idea de lo que era una vida normal y ahí fue cuando no dejé que ni siquiera me miraran, y seguía sin tener un porque. Ser tocada por manos ajenas a las mías, era un delito que mi cerebro en aquel entonces no procesaba, ¿Había un miedo? no, sólo eso, no quería, no había u existían esas razones. Y lo dejé. Me aparté hasta de mis padres y descartaba toda invitación.
Mis amigos me buscaban pero yo no a ellos, y se cansaron. No lloraba, en realidad, eran pocas las veces en las que había llorado, mis padres nunca me vieron hacerlo, y no sabía que eso en el futuro me pasaría factura; parecía una piedra, no sentía, no me movía no hacía nada, me llevaban la comida a mi habitación y me quedaba ahí. A mi el dinero no me daba la felicidad, porque me di cuenta que sí es cierto lo que dicen, puedes estar jodido en dinero, pero si tienes el alma vacía, el corazón lastimado sin saber la razón y unas ganas inmensas de no ver a nadie, ese dinero no te va a ayudar.
Podemos comprar de todo menos los sentimientos. No tuve una buena infancia, no supe que es asistir a una universidad con personas saltando y jugando a mi alrededor, no supe lo que era ir a un colegio en los cuales mis amigos y yo jugáramos con tierra, y en su momento no me daba tristeza aunque tenía la certeza de que me estaba perdiendo de todo. Pero no me preocupé por eso.
Sentía que en mí ya había una fobia, más no seguí investigando. A la edad de trece años conocí a una chica, Jane de León, una chica amable y simpática que en su tiempo fue mucho más que un apoyo. Aclaré mis sentimientos con ella y lo que podía llegar a sentir.
A la edad de catorce años me encontré con una que se llamaba Lia, para ese entonces, Jane y yo solo nos hablábamos para decirnos "Hola" luego de ahí, tardábamos días para enviarnos mensajes. Lia era una japonesa muy "Conocida" tenía dos años más que yo, significó algo para mi, me tocaba y no me provocaba miedo.
A los Quince años de edad conocí a otra chica, claro, de esa recuerdo poco. No puedo decir mucho. En lo que a los demás respecta no los he vuelto a ver, y siento que no lo haré. Por lo mismo, nunca me preocupe en buscarlos. La música era una buena compañía, la almohada era buena dando consejos y los libros me motivaban con frases que marcaba y pegada en mi pared para cada mañana leerlas y recordarme el porqué estaba en una vida de mierda. Irin fue ese apoyo que no tuve hasta después de los Dieciséis. Una edad que prefiero no recordar.
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Sour Candy Beckfreen
RomanceRebecca Armstrong ha sido jefa de su propia empresa por tres años después de la muerte de su padre; el cual de un accidente automovilístico no sobrevivió. Becky tiene una fobia que le ha impedido casi toda su vida, vivir como una persona normal. La...