Becky
Lluvia, truenos, el cielo parecía querer caerse sobre mí. No podía correr, no podía gritar, no podía hacer más que mirar a mis alrededores; mi miedo incrementó, mi miedo parecía no irse, quería correr, pero me tenía agarrada. Era de esos monstruos que por más que intentes estarán ahí. Y sin querer aquella cabeza chocó contra ese muro, llevándose consigo el hambre y la miseria. Dejándome pobre y sin conocimientos.
Odiaba que los sueños se hicieran realidad, y odiaba que la realidad fuera parte de los sueños, sensaciones extrañas que te hacían levantarte llorando. No podía escapar, era ese sentimiento tan volador, tan sin nombre, tan único, más no especial. Era un miedo especial y unico que sólo se sentía en poco momentos y cortos momentos. Su cara me perseguía a donde fuera. ¿Tenía miedo? tal vez, ¿quería despegar hacia otra estación ya que sentía que aquel avión se estrellería? sí.
¿Estaba hablando de miedo o de qué? su nombre me perseguía, el miedo a seguir aquí parada y no huir me estaba matando, ¿por que no podía correr? quería sacar aquel horrendo recuerdo de mi cabeza. Vi ese carro volcarse, no podía olvidarlo; seguía ahí, me atormentaba, me jodía la cabeza. Maldito sea ese día.
—¡No! —como todas las noches, me senté de golpe en la cama, con la respiración agitada y la mirada perdida. Me dejé caer hacia atrás—. Sólo fue una pesadilla, Becky —me dije a mí misma, buscando el tranquilizarme—. Un sueño —repetí, mi respiración se fue relajando de a poco.
—Tock Tock —Irin se adentró a la habitación bostezando. Cerró la puerta detrás de sí y se tiró a mi lado cerrando sus ojos, vencida por el sueño—. ¿Otra pesadilla? —dijo en somnolencia.
—Algo así, esta vez fue un poco más extraña —me froté los ojos.
—Duerme... yo... venare tu sueño... —sonreí y miré a Irin con algo de gracia, ya que no podía hablar bien.
—Tú duerme, yo seré la que cuide tu sueño esta noche —besé su frente. Esta no tardo en volverse a dormir.
Me quedé con los ojos como dos bombillos, pensando en todo y en nada a la vez. Miré la hora en mi reloj y en como solo faltaba una hora para pararme de esta cama. No solía hacer esto, pero fui directo a mi armario, saqué una ropa deportiva y me amarré mi cabello azabache en una cola. Me miré al espejo y luego miré los guantes que se encontraban en la cómoda. Tú puedes Becky, no tienes que ponértelos. Con un largo suspiro, decidí salir dejando a Irin tirada en mi cama. Fui por el pasillo hasta llegar a la cama de Boba. Me arrodillé y acaricié la cabecita de este.
—Hola, Amiguito —lo subí y dejé un beso en su cabecita—. ¿Todavía tienes sueño? —este maulló, y lo traduje a un sí—. Mamá irá a correr, te dejaré aquí, descansa un poco más.
Lo dejé donde estaba y tomé las llaves de mi casa lista para salir. Cerré detrás de mí y le di al primer piso en el elevador. Cuando estuve fuera, el día todavía estaba algo nublado y oscuro, el frío de la mañana golpeó contra mi cara, robándome un jadeo involuntario. No había nadie en la calle, ni un alma. Las veces que fui al Gimnasio, siempre fue a uno privado en el cual sólo estuviera yo, obvio pagaba de más, pero siempre era mejor eso a tener gente a mi alrededor. Soy alérgica a las personas, en el sentido más fiel de la palabra.
Me estiré un poco en la acera para luego comenzar a trotar mirando hacia adelante. Mientras el sol salía, más me deslumbraba con lo lindo que lucía, era maravilloso como el arrebol de la mañana tomaba esos tonos, el cielo iba aclarándose, siempre he sido una persona muy observadora en lo que al cielo se trata. Disfruto de observarlo y de enamorarme de este cada vez más. Porque cada vez que lo miras, cada que lo observas parece tener colores nuevos, distintos y que sólo tú puedes observar.
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Sour Candy Beckfreen
RomanceRebecca Armstrong ha sido jefa de su propia empresa por tres años después de la muerte de su padre; el cual de un accidente automovilístico no sobrevivió. Becky tiene una fobia que le ha impedido casi toda su vida, vivir como una persona normal. La...