Capítulo 17. Tragedia en la Casa de los Abuelos.

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Tragedia en la Casa de los Abuelos


Tobías.

Jueves 19 de noviembre del 2020.

Todos los días ocurren cosas malas y, cuando suceden tantas veces, lamentablemente nos acostumbramos a ellas. Lo anormal parece normal, «¿por qué es así?». Porque nos habituamos; esa es la respuesta.

La felicidad es escasa en mi vida, pero hoy me enteré de que aprobé todas mis materias. Pensaba que, por faltar tanto, reprobaría.

—Tu abuela dijo que puedes ir a su casa este fin de semana —me dice mi vieja mientras mira su celular.

—Bueno —respondo.

Voy a mi habitación y busco en mi armario lo que llevaré a casa de mis abuelos. Lleno una bolsa con ropa porque probablemente pasaré una semana allí.

Se gritan y no paran de discutir. ¿Para qué meterse entre ellos si no se están agrediendo físicamente? Tengo quince años y mi padre obviamente es más fuerte que yo, lo que le da una ventaja. Pero algún día no soportaré más el llanto de mamá y...

Martina se acostumbró a dormir con los gritos y las discusiones de sus padres. Duerme tranquila a mi lado, feliz como si nada pasara. Kevin, Lautaro y Brandon también duermen. Yo, al menos, respiro; eso es algo, ¿no?

—¡Basta! —grita mi padre.

—¡Te odio, Alejandro! ¡Te juro que te odio! —grita ella.

—¡Cállate, loca!

—¡Vete! ¡No te quiero ver más!

—¡Vos ándate! ¡Esta es mi casa!

—Entonces me voy, insensible...

Ella entra a mi habitación, la miro y ella me devuelve la mirada. Está roja; su ojo derecho no para de temblar y sus manos también tiemblan. Se desliza por la puerta hasta caer sentada en el suelo y empieza a llorar.

Mi madre es una mujer hermosa y bondadosa, pero eso parece no importarle a nadie. Ojalá yo tuviera a alguien como ella en mi vida. Tengo a Cazzu, pero ella es muy irresponsable.

No suelo mostrar mis sentimientos; no abrazo ni consuelo a las personas. Pero es mi mamá; quiero abrazarla, pero me siento incapaz. Solo puedo mirarla mientras llora por su vida. Sus ojos marrones se encuentran con los míos, rojos de tanto llorar por ese hombre. No podemos seguir así. Kevin se baja de su cama y abraza a mamá, consolándola; ella lo abraza y lloran juntos.



Deben de ser las cinco de la mañana; no dormí nada y me duele la cabeza, en parte porque inevitablemente lloré al no querer dejar mi casa. Será una casa muy fea, pero es donde crecí.

Agarro mi bolso y la mano de Martu; salimos de la casa con mochilas viejas llenas de nuestras pertenencias.

—No voy a dejar que vuelva a pasar esto —nos dice mamá.

—¡No vuelvan! —nos grita mi padre desde la ventana—. ¡Voy a vender todo, María! ¡Voy a vender el lavarropas y la heladera!

—No importa, esas son cosas materiales. Lo que necesitamos es estar todos juntos y en paz, en un lugar seguro donde seamos bienvenidos —nos dice mamá.

Ninguno dice nada; en realidad, no queremos irnos. Queremos que él se vaya; él es quien debe irse.

—Les prometo que no volveremos a sufrir por ese hombre nunca más. Si ustedes quieren verlo, van a ir a visitarlo, pero yo no voy a volver con él. No puedo, no debemos volver. Vamos a ir a la casa de la abuela; ahí vamos a estar bien.

Nuestra Estación (editando ortografía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora