El edificio que Laia tenía delante la dejó boquiabierta.
El castillo se erguía al final de un pedregoso camino con bosque a ambos lados, acentuando la sensación siniestra que ya mostraba, como si fuera un gran escenario enmarcado en oscuridad. Contaba con una inmensa torre del reloj central, como parte de la entrada a la gran mansión que era el castillo, con el techo puntiagudo hacia el cielo, como si llegar a tocarlo fuera su fantasmagórico objetivo. Era un edificio gris, de muchos ventanales, todos oscuros, imperioso, de cuatro plantas. A ambos lados de la gigantesca torre, el edificio tenía dos alas, que no eran homogéneas.
Era de día, por la tarde, y pleno agosto, por lo que la luz probablemente no era su marco ideal. Laia no se quería imaginar encontrárselo de frente emergiendo entre la espesa niebla. Era el perfecto escenario para una película de terror; ideal para un vampiro temible. Perfecto para Hagall.
Golan le indicó que lo siguiera, y de pronto se sintió Bella entrando en el castillo de Bestia, y como la protagonista de la historia, se armó de valor para cruzar el umbral.
Golan la guio por un pasillo lateral. No se cruzaron con nadie. El silencio era absoluto y el olor a madera y piedra, como si la historia lo reclamara.
Se detuvieron en la entrada de un gran despacho, que debía de encontrase en uno de los laterales del ala este del castillo. La puerta estaba abierta y Golan la hizo entrar; ella obedeció, empezando a ponerse nerviosa, y la dejó allí.
—Qué agradable sorpresa, Laia —dijo lentamente una profunda voz a su lado.
Laia dio un respingo del susto y se llevó la mano al pecho, como si inconscientemente tratara de evitar que su corazón huyera despavorido de su cuerpo. Giró levemente la cabeza y alzó la mirada. Hagall estaba a su lado; había aparecido como un fantasma allí mismo, sin ella presentirlo. Era temible. Hermoso y terrible. En apariencia un ángel, pero su voz y su mirada los del mismísimo Lucifer. No pudo evitar que el vello se le erizara, con él tan cerca; y aunque no lo hubiera estado, habría provocado lo mismo. Él le dedicó una mirada penetrante, estudiándola. Laia no podía amedrentarse, debía pedírselo rápido.
—Hola Hagall —dijo tragándose el miedo—. He venido...
—Solo el deseo de que te cree puede ser la razón de tu visita —comentó él interrumpiéndola, mientras la invitaba con el brazo a acompañarlo hasta el final del despacho—. Hay que ser breves Laia, el Noveno está llegando —dijo con tranquila frialdad. Ella lo siguió, hasta el enorme escritorio de caoba.
—Pero, tengo una condición —dijo Laia, tratando de parecer segura de sí misma. Hagall enarcó las cejas levemente.
—Eres valiente al exigir condiciones al adalid de los vampiros —dijo acercándose a ella. Hablaba con una calma helada, con un tono de voz bajo, crudo—. Ser creado por mí es un privilegio, Laia. —Se colocó detrás de ella y la tomó de los hombros con suavidad. Ella se estremeció entera bajo su tacto. Era como si desprendiera una energía tenebrosa, imposible. Sus manos inmensas y firmes le envolvían los hombros por completo—. Si crees que tengo algún interés en crearte, te equivocas —dijo susurrándole al oído. El vampiro inspiró su aroma. Ella se estremeció de nuevo. Se congeló—. Aunque, sin duda, eres una tentación. —Le acarició con suavidad el cuello, con su dedo índice, en su lado derecho. El corazón de Laia dio un salto ante este contacto, y empezó a correr desbocado, perseguido por el terror. Sintió cómo él sonreía detrás de ella ante su reacción. De pronto tuvo una perturbadora duda—. Ahora dudas... —adivinó él.
Coven tenía razón, Hagall era la personificación de la omnisciencia. La rodeó y se apoyó contra el escritorio, con absoluta parsimonia, frente a ella. Era inmenso, espeluznante, pero grácil, casi etéreo. Él le cogió la mano izquierda, con su derecha, y la acercó hasta él, colocándola delante de él, peligrosamente cerca. Ella no pudo resistirse, como arrastrada por un hechizo. De pronto se arrepintió de su impulso. Estaba aterrorizada.
—Yo... —intentó decir sin ser capaz de mirarlo.
—Un desaire del corazón no puede ser motivo para elegir la creación, Laia —le explicó él, cogiéndole del mentón con delicadeza para que lo mirase. Hagall tenía los ojos amarillos, dorado claro, como ya había visto otras veces, en otros vampiros, como Coven, pero los suyos parecían contener el infierno en su interior; un infierno congelado y aterrador. Infinito—. No puedes hacerme perder el tiempo de esta forma, mujer. No niego el deseo que me produce tenerte cerca, poder morderte y hacerte mía para siempre, hiriendo con ello al Noveno. No sabes cuánto ambiciono verlo sufrir, pero no hallarás en mí lo que buscas; no me utilizarás para cumplir tus desesperados deseos —le explicaba con sombría autoridad—. El que quiera ser creado por mí, Laia, será porque desea con fervor servirme, a mí. No seré el arma que utilices contra él. Esto no es un juego.
—Yo... lo siento —dijo ella, mirándolo, con los ojos anegados en lágrimas que no salían, completamente acobardada.
—Has sido estúpida, Laia; temeraria y egoísta —le decía con absoluta calma, sin soltarle el mentón, que sostenía con firme dulzura—. No juegues con algo así, porque podrías causar una innecesaria guerra entre los vampiros. Si el Noveno y yo tenemos que volver a enfrentarnos, habrá de ser por un motivo de verdadera relevancia para nuestra historia, no por una nimiedad. —Se acercó a ella, inclinándose. Sus rostros quedaban a la misma altura. Lo miró a los ojos. La tenía hipnotizada—. Si el motivo has de ser tú, no será hoy. —Se acercó más a ella, y, despacio, la besó, con suavidad, un roce en sus labios. Una tibia y lenta caricia. Ella estaba paralizada de pavor—. Vete Laia —susurró—. Te agradezco la visita, pero debes irte, no tengo interés en enfrentarme al Noveno. Volveremos a vernos. —Le acarició el rostro y le dedicó una enigmática sonrisa, perfecta y siniestra. Era terriblemente hermoso—. Confía más en tus capacidades, aunque él no te las reconozca. Y no sufras por Ontames, pronto lo obligaré al exilio; tan lejos de ti como sea posible.
Sin más, se levantó y se fue de allí, como un suspiro.
Laia estaba casi en estado de shock, aturdida. Le costaba respirar y las lágrimas por fin se decidían a salir, como si no se hubieran atrevido ante su presencia. Estaba sola, tenía que salir de allí. Se recompuso, se secó las lágrimas y salió del despacho, recordando perfectamente cómo salir de la mansión, por debajo de la gran torre del reloj. Echó a andar por el pedregoso camino que desembocaba allí, en dirección contraria, cada vez más rápido. Quería correr, pero no se atrevía, como si lo tuviera todavía detrás y se fuera a lanzar sobre ella si se le ocurría huir.
Solo anduvo unos doscientos metros, tensa de pavor, cuando vio aparecer a toda velocidad el BMW de Coven, levantando una nube de polvo tras de sí. Frenó en seco delante de ella. Del coche salieron Coven, Semyon y Ciro. La cara de Coven era un poema de incertidumbre, angustia y furia contenidos. Corrió a por ella y la abrazó con fuerza. Ella se dejó hacer, pero no correspondió. Seguía paralizada. Los óbitos miraron a su alrededor en busca de amenazas. Coven le levantó el rostro y la miró a los ojos.
—Laia ¿estás bien? —le preguntó con urgencia. Ella lo miró, llena de culpabilidad y asintió—. Dioses mujer, ¿qué ha pasado? —preguntó buscando las señales del fatal mordisco en su cuello.
—Nada, no ha pasado nada —susurró ella—. Vámonos por favor —rogó. Coven asintió y se la llevó a la parte trasera del BMW negro. Ciro se subió como copiloto y Semyon condujo. Dieron la vuelta en el mismo camino, sin llegar a la puerta del Castillo de Noisy y su siniestro morador.
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Negra Sangre I: Elegida (Completa)
VampireLIBRO PRIMERO: NEGRA SANGRE Bruselas 2014 Laia no es su verdadero nombre. Su vida es un constante huir de su pasado, y desde el primer momento que inició esa carrera buscando un futuro prometedor, se encontró con un terrible presente, una realidad c...