CAPÍTULO 11 - PARTE 2 - COVEN: El adalid de los vampiros

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Coven cogió la moto y condujo tan rápido como el tráfico y sus reflejos le permitieron, saltándose los semáforos y esquivando peatones y coches. Su preocupación era elevada, pero ni la mitad de haber sido Ontames en vez de Hagall. Sabía que el líder no haría ninguna temeridad. Era, de todos los vampiros, el más calculador, meticuloso y frío. Lo exigía su rango, el que él mismo se autoimpuso cuando todos los de su raza fueron unidos gracias a su búsqueda y empeño. Se había ganado ese puesto por derecho propio, y siempre hizo lo que tenía que hacer para mantenerlo.

Aun así, Coven no podía confiarse de que no tratara de contactar con Laia. Debía evitar a toda costa el encuentro entre ellos. Conocía los poderes de persuasión de Hagall, muy superiores a los suyos propios, aunque con él mismo nunca habían funcionado, y eso enfurecía al adalid.

Cuando llegó a la avenida Legrand habían pasado diez minutos desde el aviso de Tarik. Paró la Harley delante del portal de Laia y miró en todas direcciones en busca de indicios alarmantes. Vio a Tarik al principio de la avenida, en el BMW. Sobre el edificio de Laia se asomó Semyon, que señaló con la cabeza a la azotea de en frente. Probablemente los dos óbitos llegaron casi a la vez que él con la moto. Miró hacia el edificio que estaba frente al de la joven, donde solía apostarse Paile y donde estaba Hagall.

Pero lo primero era ver si Laia estaba bien. Subió corriendo las escaleras después de forzar la entrada del portal y llamó a la puerta del apartamento. Apenas unos segundos después abrió ella misma, y se sorprendió al verlo. Coven entró sin saludar ni pedir permiso, y miró a su alrededor. Sonaba Fast Car de Tracey Chapman en el altavoz. Parecía que ahí no había estado nadie.

—¿Coven? ¿Qué pasa? —preguntó ella alarmada—. Me estás asustando.

—Has estado sola ¿verdad? —le preguntó mientras miraba por la ventana al edificio del otro lado de la calle. Sabía que Hagall estaba ahí, esperándolo.

—Hace solo una hora que me dejó Tarik; apenas he tenido tiempo de darme una ducha y desayunar —le explicaba sin comprender—. Pensaba salir a comprar unas cosas ahora.

—No te muevas de aquí —le ordenó—. Ciro —dijo sintiendo la presencia del óbito al otro lado de la puerta. El aludido entró y le dedicó una mirada a Laia. Ella se la devolvió preocupada.

—Está allí todavía —le dijo el óbito.

—Lo sé. Quédate con ella —le pidió—. Vuelvo en un rato.

—¿Qué pasa Coven? —preguntó ella todavía asustada. Podía sentir sus rápidas pulsaciones.

—Pasa que no te puedo dejar ni un momento sola —le contestó brusco sin pretenderlo. Al momento se arrepintió, pero no tenía tiempo para explicaciones, así que la dejó allí con Ciro. Cerró la puerta a sus espaldas.

Salió por el portal y se encaminó hacia el bloque contrario. Entró de nuevo forzando la puerta y subió rápido por las escaleras hasta la azotea.

Allí estaba él, impasible, junto al borde, observando la calle, como una gárgola intemporal, pero de apariencia humana perfecta y sobrenatural. Coven pudo ver que Semyon vigilaba la azotea del edificio de Laia, desafiante, con los brazos cruzados. Un óbito jamás podría atacar a un vampiro, ni éste podía ordenárselo, pero Coven sabía que, si se lo pedía a Ciro o a Semyon, éstos darían su vida por él, o por lo que él defendiera; y Hagall lo sabía también, por lo que la más mínima provocación del líder de los vampiros rompería el frágil equilibrio de la tregua que mantenían Coven y él desde el Levantamiento.

—Hola, Noveno —lo saludó Hagall sin moverse de su sitio, casi con un susurro, frío, profundo. No hacía falta hablar alto, los vampiros tenían muy buen oído. Siempre lo llamaba de esa forma despreciativa.

Negra Sangre I: Elegida (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora